En 2015, California estuvo semanas siendo noticia porque allí se produjo un brote del sarampión, una enfermedad que en el año 2000 había sido considerada erradicada en EE.UU. Todo empezó en Disneyland, donde deben llevar un cabreo monumental por ver que su nombre no deja de salir en todos los medios como el punto donde alguien con la enfermedad contagió a unos cuantos niños. Como medida de seguridad decidieron enviar un mensaje de tranquilidad, avisando de que solo permitirían la entrada en el parque a aquellos niños que llevaran la vacuna del sarampión.
¿Niños que no llevan la vacuna del sarampión?, quizás os preguntéis. Así es: muchos padres, conocidos como "antivacunas", optan por no vacunar a sus hijos aferrándose a la máxima que dice que "las vacunas no son obligatorias". Como no lo son, y como están en contra de ellas, no vacunan. ¿La consecuencia? Las enfermedades regresan, los niños se exponen a riesgos innecesarios y todo ello deriva en lo que hoy podríamos definir como una historia de miedo e irracionalidad.
Por qué hay padres antivacunas
El movimiento antivacunas se inició en el año 1998, cuando el Dr. Andrew Wakefield publicó un artículo en la prestigiosa revista The Lancet en que explicaba que 12 niños con trastorno autista lo sufrían como consecuencia de la vacuna Triple Vírica del sarampión, rubéola y parotiditis (paperas). Ese artículo inició una revolución sanitaria y social. Los padres empezaron a dudar si poner la vacuna o no a sus hijos, algunos profesionales empezaron a desaconsejar su administración y los padres de niños con trastorno del espectro autista empezaron a estudiar sus casos particulares, dándose cuenta de que la vacuna podría ser la causante (la vacuna se administra entre los 12 y 15 meses y suele ser un poco después cuando se empieza a notar que el niño puede padecer el trastorno).
Estudios posteriores no lograron repetir los resultados y un periodista, Brian Deer, se dedicó en cuerpo y alma a analizar el estudio y los doce casos. Moviendo el tema, publicó sus primeras investigaciones a finales del 2003, con las que siguió hasta 2008, cuando ya había logrado desmontar el estudio. Vamos, que demostró que todo era una farsa, un montaje de Wakefield, que vio como revocaban su licencia de medicina en el 2010 acusado de mentir, de generar una alarma mundial que aún hoy sigue coleando y de someter a 12 niños con autismo a pruebas invasivas innecesarias, como colonoscopias, punciones lumbares, etc., de las que luego modificó los resultados para que el estudio acabara con las conclusiones que él deseaba. La revista The Lancet, claro, retiró el artículo.
El problema es que desde que se publicó hasta que se retiró y se demostró el engaño pasaron tantos años que el mal ya estaba hecho. El mensaje caló tanto y tan hondo en la población que el giro posterior fue interpretado como una batalla contra el que consideraron el único hombre con la valentía suficiente para demostrar que las vacunas provocan autismo. Vamos, que hoy en día es considerado como un héroe dentro del movimiento antivacunas y toda la información y los estudios que demuestran que todo fue mentira y que las vacunas no provocan autismo los consideran como estudios e información manipulada por las multinacionales para tratar de "seguir convenciendo a la gente que no se molesta en informarse". Súmale al movimiento algunos famosos como Jim Carrey y Jenny McCarthy, amén de unos cuantos profesionales que pese a tener título se adhieren a la causa, y todo adquiere un halo de exclusividad que hace sentir a los padres especiales y conocedores de una verdad que los demás no conocemos o no queremos ver.
El mercurio, el aluminio y lo que sea
El movimiento antivacunas ha ido creciendo con el tiempo y los argumentos a favor y de defensa han ido aumentando. Al principio, por ejemplo, todo giraba alrededor de la triple vírica (Wakefield, de hecho, defendía la posibilidad de administrar la vacuna de los tres virus por separado) y el mercurio. Numerosos estudios demostraron que el mercurio no era el causante del autismo, pero por si acaso fue retirado de las vacunas. En su ausencia, se utilizan otros adyuvantes, necesarios para generar una respuesta adecuada en el organismo (que la vacuna, al entrar en el cuerpo, active el sistema inmunitario), como por ejemplo el aluminio, que lleva décadas usándose para tal fin y que parece estar también en el punto de mira de los antivacunas.
¿Es tóxico el aluminio? Hombre, que te entre aluminio en el cuerpo no parece ser algo muy deseable, pero hoy por hoy es algo inevitable y tampoco se ha podido demostrar que sea perjudicial. La vacuna hexavalente, que se administra a los 2, 4 y 6 meses de vida contiene 0,5 mg de sales de aluminio. Para saber si es mucho o poco basta con comparar con el aluminio que entra en el cuerpo por otros medios. La leche materna contiene también aluminio (la madre lo consume), y en unos 20-25 días se consigue que un niño mame la misma cantidad de aluminio que contiene una vacuna. Dicho así, parece mucho, pero no parece tanto si tenemos en cuenta que la leche artificial contiene 10 veces más aluminio que la leche materna y que en 2-3 días ya ha consumido los 0,5 mg de la vacuna. Y parece aún menos cuando sabemos que según la EFSA, cuando un bebé empieza a comer verduras, fruta y otros alimentos puede llegar a ingerir entre 3 y 10 miligramos de aluminio al día, que es lo que también ingerimos los adultos (entre 6 y 20 veces al día lo de una vacuna que recibe cada 2 meses).
Pero a los antivacunas no es fácil convencerles porque ellos se han informado y consideran las vacunas como un invento de las multinacionales farmacéuticas que solo buscan un beneficio económico a costa de engañar a la población, con miedo y mentiras, para administrar a los niños unas vacunas que dicen que son ineficaces, inseguras y tóxicas. Vamos, que hasta llegan a decir que el descenso de enfermedades actual no responde a las vacunas, sino a la higiene, la alimentación y otros cambios en las costumbres y hábitos actuales.
¿Y no es cierto?
No, no tienen razón, pero es muy difícil, por no decir imposible, convencer a unos padres que antes de tomar una decisión se han informado mucho y que han llegado a la conclusión de que lo mejor es no vacunar. Han leído, han contrastado información, han hablado con otros padres y sienten que han descubierto una verdad que los demás desconocemos. Eso les hace sentir diferentes, especiales en cierto modo, privilegiados. Los demás quedamos en ese punto del "hacemos las cosas porque es lo que se ha hecho siempre" y ellos, que han visto que vivimos engañados por las multinacionales, se desmarcan para salvaguardar la salud de sus hijos.
Claro, si las vacunas las fabricaran entidades sin ánimo de lucro quizás no habría tanta polémica, pero como las fabrican farmacéuticas que facturan cada año millones y millones de euros, y como muchas veces tienen comportamientos poco éticos, se mete todo en el mismo saco y parece bastante creíble el argumento de "las vacunas no son más que un negocio más". Además, por más información que les muestres, por más estudios que desmientan lo que dicen o que demuestren lo que se les dice, ellos siempre encuentran una respuesta convincente: "¿Brotes de sarampión? ¿Que las vacunas salvan millones de vidas al año? Claro, qué van a decir los estudios, todos comprados por las farmacéuticas, que no hacen más que manipilar".
¿Por qué vacunar?
Ya sabemos por qué los antivacunas no vacunan a sus hijos. Dicen que son tóxicas, que los niños vacunados enferman más, que los virus, en realidad, ya estaban controlados antes de las vacunas y que es peor el remedio que la enfermedad. Sin embargo, las organizaciones y sociedades de salud siguen recomendando vacunar, por lo siguiente:
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Los virus no han sido erradicados: muchos padres se preguntan por qué se sigue vacunando a los niños de poliomielitis o difteria, por ejemplo, si hace años o décadas que no hay noticias de estas enfermedades en España. La razón es clara, no hay casos porque los niños siguen siendo vacunados, porque en España no hay pero en otros lugares del mundo los virus siguen activos, y como las fronteras entre los países están cada vez más difuminadas, con gente que viene y gente que va, es necesario seguir vacunando a cuantos más niños (y adultos) mejor, para evitar que corran riesgo ahora o cuando sean adultos.
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Por solidaridad: vacunar a los niños se hace por dos motivos, para proteger a tu hijo y para proteger a todos los demás. Cuando la mayoría de personas están vacunadas, aquellas que no lo están se protegen también. Es lo que se conoce como inmunidad de grupo. Si la mayoría de la población no puede coger una enfermedad, las minorías difícilmente la cogerán, porque nadie les puede contagiar. Por eso, vacunando a nuestros hijos y siendo mayoría, los niños y adultos enfermos o en situación de riesgo, que no pueden vacunarse por contraindicación médica no podrán enfermar (o tendrán muy pocas probabilidades). Además tampoco podrán contagiarse los bebés, que hasta los dos meses no reciben sus primeras vacunas y que hasta los 12 meses no están protegidos de los virus del sarampión, de la rubéola ni de la parotiditis. De esta manera se protege también a los antivacunas y por eso dicen que "no hemos vacunado a nuestros hijos y están sanísimos". Pero esto tiene trampa, porque si muchos no están vacunados porque no pueden y les sumamos a los que no lo están porque no quieren, la probabilidad de producirse un brote es mayor y los riesgos para toda la población aumentan. A este respecto, en California, el padre de un niño con leucemia ha pedido a las autoridades que no dejen ir al colegio a los niños que no están vacunados, para no poner en riesgo la vida de su hijo.
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Por coherencia: millones de niños mueren por enfermedades que podrían haberse evitado si hubieran tenido acceso a las vacunas infantiles. En España, en cambio, no sólo podemos acceder a ellas, sino que nuestro sistema nacional de salud las compra para que nuestros hijos puedan estar vacunados. Imaginad la cara que se le quedaría a una madre que acaba de perder a su hijo en un país pobre si alguien le explicara que allí arriba, en los países ricos, la gente no quiere poner esas vacunas a sus hijos porque creen que son malas.
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Porque las enfermedades vuelven: ligado un poco a la primera razón, si no vacunas, las enfermedades vuelven, y para muestra un botón, en California. A medida que los antivacunas se multiplican los brotes de diversas enfermedades van apareciendo, muchos de enfermedades que ya estarían bastante controladas. ¿Y qué supone un brote? Pues ingresos hospitalarios, alarma social, vacunar a bebés antes de lo que les toca, ponerles en riesgo y poner en riesgo a las personas mayores, etc. Vamos, un aumento de gasto sanitario absurdo y el jugar con la salud de los niños y las personas con enfermedades crónicas.
¿Y qué dice la liga para la libertad de vacunación sobre el brote de sarampión?
El colectivo antivacunas no se definen a sí mismo de esa manera. Ellos dicen que abogan por la libertad de vacunación, como si en realidad los que vacunamos a nuestros hijos lo hiciéramos obligados. Libres somos todos, solo que unos optamos por vacunar y otros optan por no hacerlo, pero ellos se han adjudicado el adjetivo y supongo que así ganan más adeptos (¿quién no quiere sentirse libre en un mundo lleno de ataduras?). El caso es que a raíz del reciente brote de sarampión en California seguro que muchos padres indecisos deciden buscar información tanto a favor como en contra de la vacuna triple viral.
Uno espera entrar en la página de la liga para la libertad de vacunación y encontrar un montón de información al respecto, incluso información falsa que diga "tranquilos papás, no os dejéis convencer, el brote ha pasado en un sitio donde mucha gente no vacuna, como podría haber pasado en un sitio donde sí vacunan... recordad lo sanos que están nuestros hijos gracias a nuestra decisión y no os dejéis llevar por el miedo que querrán infundirnos como consecuencia del mencionado brote", pero ni eso. No hay nada que hable de California, y de hecho nada que hable de sarampión desde el año 2012.
Vamos, que no acabo de entender que acusen al rebaño social de dejarse engañar por farmacéuticas y médicos que no dan toda la información y apoyar a una liga antivacunas que no da ninguna información acerca de las noticias sobre vacunas que aparecen en todos los medios.
El caso es que hurgando en la página puedes llegar a un informe en el que hablan del sarampión, titulado Informe sarampión, que aunque es de hace tiempo, puede ser que lo tengan ahí perenne como queriendo decir que con este informe ya está todo dicho.
Se trata de un informe que trata de tranquilizar a las familias que no han vacunado del sarampión interpretando gráficas y datos, un poco como les da la gana (porque el gráfico que se ve demuestra que la vacunación ha sido efectiva para controlar la enfermedad), y centrándose mucho en las muertes por sarampión (que en el primer mundo son pocas) y mucho también en desprestigiar la vacuna.
Si os fijáis en el cuadro, la vacuna se empezó a poner a principios de los años 80. Según nos comentan, con la vacuna no sólo no bajó la incidencia, sino que aumentó, y eso se observa en dos grandes picos elevados. Dicho así parece hasta cierto, sin embargo, como dice Carlos González en su libro En defensa de las vacunas, y como seguro que todos y todas observáis, la tendencia final es a llegar hasta casi "0" morbilidad, cuando antes de la vacuna sólo se producían oscilaciones que mantenían la enfermedad en una media de unos 8.000 casos anuales declarados.
Los picos, que los antivacunas pretenden mostrar como efecto secundario de la vacuna no pueden ser tales, porque en el momento que se introduce la vacuna del sarampión se empiezan a vacunar a los niños a una edad determinada, pero no se vacunan a todos los niños del país de golpe. De hecho, la cobertura vacunal cuando sucede el primer pico es cercana al 50%, cuando sucede el segundo pico es del 80% (a más vacuna debería haber más morbilidad, si nos creemos lo que dicen los antivacunas) y dicha cobertura sigue subiendo a medida que la morbilidad baja y baja. Entonces, ¿a qué se deben los picos? Pues seguramente a que al iniciarse la campaña de vacunación se inició también una campaña informativa a los profesionales sanitarios: aparece la vacuna del sarampión, protegeremos a los niños de esta enfermedad, cuando veáis un caso hay que declararlo, etc. Probablemente muchos de los médicos que no estaban declarando la enfermedad porque "no suelo hacerlo", "veo tantos niños que se me olvida" o "no me parece importante hacerlo", empezaron a declarar todos los casos que pasaban por la consulta y de ahí los dos picos elevados. Vamos, que en realidad se ve claramente que la enfermedad se empezó a controlar a raíz de la vacunación.
Por si acaso la página adolece de falta de actualización he decidido entrar en los foros, ya que los usuarios suelen ser más activos que los webmasters y mi segunda sorpresa es que es un foro muy minoritario, con apenas participaciones, que hablan muy poco de los brotes de sarampión y que lo poco que hablan no tiene ni pies ni cabeza.
Vamos, que si siempre he tenido claro que mis hijos deben estar vacunados, después de entrar en la página web que debería convencerme de no hacerlo, aún tengo más claro que quiero seguir vacunándoles y que debo seguir defendiendo que todos los niños reciban las vacunas que nos ofrece el estado.
¿Me lo pueden explicar más clarito, con un ejemplo?
Como enfermero de pediatría, son muchas las veces que hay que tratar de explicar las cosas clarito y con ejemplos, para que los datos sean más fáciles de entender. Los antivacunas han llegado a decir que la inmunidad de grupo no existe, pero no tienen dónde agarrarse porque está bastante claro: a la que las coberturas vacunales bajan las enfermedades vuelven, así que muchas veces hago uso del siguiente ejemplo para aclarar a los padres el tema.
Pongamos que todos los niños de una población viven en un mismo edificio con sus padres. Cada mañana, salen padres e hijos, juntos, para ir al colegio y al trabajo. Nada más bajar a la calle, los que no tienen hijos o tienen hijos mayores se detienen en la puerta y, todos juntos, hinchan un colchón gigante que dejan listo para que, minutos después, salten las familias con bebés o las personas mayores, que por sus condiciones tardan más en bajar por las escaleras y a veces tardan más en preparase.
Todo va bien hasta que algunos vecinos empiezan a quejarse de que las suelas de los zapatos se desgastan mucho y que eso de bajar las escaleras podría ser una estrategia de los fabricantes de zapatos, que con tanto desgaste no hacen más que vender pares y pares a padres e hijos. El mensaje no acaba de calar en el grueso de la población, que defiende que bajar por las escaleras es saludable y que, además, deben hacerlo así para luego hinchar el colchón. Pero los que no están de acuerdo deciden rebelarse. No quieren sentirse manejados por los intereses ocultos de los fabricantes de zapatos y consideran que bajar las escaleras no puede ser tan bueno para las rodillas y la espalda. Vamos, que optan por dejar de seguir el "juego de la ignorancia de la mayoría", que parece que obedecen como borregos, y empiezan a saltar cada mañana por la ventana en vez de bajar por las escaleras.
Tras unos días, contentos de bajar tan rápido y animados por ver que sus hijos están igualmente saludables, empiezan a explicar su decisión, a dar sus argumentos y a confesar lo liberados que se sienten ahora que saben que se han librado de los fabricantes de zapatos por un tiempo. Logran convencer a otros padres de que es la mejor opción y cada vez son más los que se informan antes de decidir qué opción tomar, si bajar por las escaleras a hinchar el colchón o si directamente saltar.
Día a día aumenta el número de padres e hijos que saltan y son menos los que bajan por las escaleras. El tiempo que tardan con el colchón es cada vez mayor, pasando de unos pocos minutos a, directamente, no lograr dejarlo completamente hinchado cuando llega el primer saltador. La tendencia sigue hasta el punto que los que hinchan el colchón se dan cuenta de que llegará un día en que no les dará tiempo a insuflar el aire suficiente para que los saltos posteriores sean seguros. Tratan de explicarlo a los demás, que niegan que eso pueda llegar a suceder y son acusados de estar a merced de los fabricantes de zapatos y de dar información basada en el miedo. Piden respeto a su decisión y reiteran que sus hijos están muy bien y que se sienten bien por no haber cedido a las presiones constantes de la mayoría.
Un día sucede lo inevitable. El colchón no está listo para cuando salta la primera familia y muchos se hacen daño, o mucho daño, porque los encargados de hinchar el colchón ya no son suficientes.
El movimiento antivacunas en 2017 y las iniciativas para combatirlo
Dos años después de la publicación de este artículo, no podemos decir que la situación haya mejorado significativamente. Sólo en el primer trimestre de 2017 hemos podido encontrarnos con 2719 casos de sarampión en Italia, más de 500 casos en Alemania y hasta 6.434 enfermos (y 6 muertes) en Rumanía. Enfermedades que habíamos conseguido poner bajo control, campan a sus anchas por decenas de países industrializados.
Esto ha hecho que en los últimos años, las políticas empiecen a cambiar y los países experimentos nuevas formas de acabar con el peligro para la salud pública que representan los movimientos antivacunas. Italia hizo obligatoria la vacunación en todo el país y Alemania ha puesto en marcha un sistema de información por el que las escuelas han de comunicar a servicios sociales aquellos niños que no están vacunados.
Sin embargo, la opinión pública también está siendo más consciente del peligro que puede llegar a suponer este tipo de discursos. EN las últimas semanas, casos como el de Javier Cárdenas defendiendo públicamente la relación entre vacunas y autismo han levantado una enorme polvareda y han puesto encima de la mesa el papel de los medios de comunicación en el desarrollo de la cultura científica y sanitaria de la población. Parece haber razones para ser optimistas.
Fotos | Fotomontaje realizado con imágenes de Zaldylmg y Lars Plougmann, Fotomontaje realizado con imágenes de Zaldylmg y Lars Plougmann en Flickr, Unicef Sverige, Dave Haygarth, nist6dh en Flickr
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