La caatinga o bosque blanco brasileño es una región peculiar por muchas cosas, pero hay una muy especial: sus 230.000 kilómetros cuadrados de extensión están regados por una serie de conos de unos 2,5 metros de altura y 9 metros de diámetro a los que se les denomina murundus. El fenómeno es tan espectacular que se puede ver desde el espacio.
Estos conos no son otra cosa que nidos de termitas. Impresionantes rascacielos creados por estos insectos que durante más de 4.000 años han excavado 200 millones de estos montículos que acaban actuando como pulmones de ese superorganismo que crean estos enjambres de isópteros, de los cuales hay 2.600 especies.
Nada de arquitectos jefe (ni de licencias)
Estos montículos se construyen con una mezcla de tierra, estiércol y la saliva que van generando las termitas. En realidad hay también nidos bajo tierra (hipogeos), sobre el suelo (epigeos) o aquellos que aprovechan árboles y troncos.
Esos complejos entramados llegaron a hacer pensar que por ejemplo las hormigas estaban dotadas de facultades próximas a la inteligencia humana. Así lo pensaba hace más de un siglo el naturalista Ludwig Büchner, pero en las últimas décadas se ha descubierto que ni termitas ni hormigas tienen conciencia de las estructuras de construyen: no tienen plan definido para edificar sus nidos.
Cada individuo, apuntan los expertos, solo tiene acceso a información local sobre lo que sucede en su entorno. El funcionamiento de la colonia se basa en una compleja red de interacciones que permite a los insectos comunicarse entre sí y coordinar las actividades. No hay un "arquitecto jefe", por tanto.
El zoólogo Pierre-Paul Grassé indicaba en los años 1950 que los insectos coordinan la construcción a partir de las estructuras resultantes de la actividad anterior. Las ferormonas y los esbozos de construcción constituyen las pistas para desencadenar el comportamiento futuro y cómo se desarrollará esa construcción.
Así es cómo se explican esas obras arquitectónicas en las que las termitas van funcionando con un curioso sistema de retroalimentación positiva que hace que esos montículos, conos o nidos tomen esa forma porque precisamente contribuye a los objetivos fundamentales, que son la defensa y protección de la colonia y, como veremos a continuación, la puesta en marcha de un singular sistema de refrigeración y acondicionamiento de la humedad y temeratura interior.
Exteriormente la estructura parece sólida, pero en realidad es muy porosa: uno de los objetivos es que el aire exterior entre sin problemas. En la parte superior del nido está la chimenea central, rodeada por una intrincada red de túneles y pasadizos.
Ese aire viaja a través de las paredes porosas por una serie de pequeños túneles hasta que llega a la chimenea central y se eleva. Cuando el aire fresco se mezcla con ese aire caliente, el aire se enfría y se hunde en el nido. Eso permite que el oxígeno llegue a las zonas más bajas del montículo y evita que el nido se sobrecaliente.
Las termitas no viven en todo el montículo, sino que pasan la mayor parte del tiempo en un nido situado a nivel del suelo po por debajo. Las obreras están constantemente reparando las áreas que requieren mantenimiento y agregando nuevos túneles y corredores.
Así funcionan los nidos en su interior
Dichos insectos habitan regiones tropicales y son por ejemplo también muy fáciles de encontrar en la savana de Namibia, donde la altura de estos montículos pueden llegar fácilmente a los cuatro metros, algo llamativo si tenemos en cuenta que las termitas apenas miden medio centímetro.
¿Cómo consiguen estas termitas crear estas sorprendentes obras arquitectónicas? Lo cierto es que estos nidos son una especie de extensión biológica de la colonia que se encuentra en el interior de estos montículos, y que puede superar fácilmente el millón y medio de termitas.
Hunter King, físico de la Universidad de Akron, explicaba que el funcionamiento de estos nidos es el de la propia colonia de termitas, y estos peculiares rascacielos son su sistema respiratorio y una "capa protectora para el superorganismo".
Los túneles que recorren el interior de estos nidos llegan a tener 10 cm de ancho y hasta 70 metros de largo. Esos corredores conducen a la hierba, vegetación y estiércol que las termitas mastican. Las termitas obreras construyen ramificaciones de pasillos más pequeños y engullen los suministros frescos, pero no hay digestión hasta que regresan al nido.
Las termitas rellenan el barro para que sea suficientemente poroso para que el aire fresco se filtre, pero para que también sea lo suficientemente sólido para mantener fuera a hormigas depredadoras.
El microbioma creado por las termitas hace uso de microbios del intestino, que cultivan hongos que actúan como tracto digestivo de todo el sistema: esas masas de hongos descomponen la mugre de la planta en azúcares y nitrógeno comestibles, pero al hacerlo se crea CO2, un componente que debe eliminarse de la circulación del montículo: de ahí la importancia de ese singular sistema respiratorio que crean estos insectos.
El montículo acaba siendo una especie de extensión de nuestro propio sistema respiratorio: es la temperatura la que impulsa el flujo de oxígeno, porque el sol calienta los conductos cercanos al exterior y el aire fresco entra a través del lodo poroso y se hunde en el interior fresco. Ese ciclo se invierte durante la noche.
Las termitas viven sin salir demasiado de ese particular rascacielos: las trabajadoras traen constantemente comida a la cámara central de la reina y transportan los huevos a los viveros cercanos. Aunque las temperaturas fluctúan en el interior, la humedad -crucial para los hongos de la colonia- siempre se mantiene al 80%. Una estructura arquitectónica y vital realmente prodigiosa.
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