El debate sobre la conveniencia de los cambios de hora se ha intensificado en los últimos tiempos. El Parlamento Europeo lleva años tanteándolo no quieren cambiar de hora, las brigadas anti-horario de invierno se acumulan... Y hay una minoría muy movilizada que defiende que España debería estar en otro huso horario. Estas discusiones (que a nivel oficial están cerradas) que se quedan pequeñas comparada con la época en la que cada provincia española tenía su propia hora local, la que era su hora solar media.
Porque antes de que se hiciese evidente la necesidad de establecer una coordinación en torno a las horas de los diferentes países a nivel internacional, a partir de una hora universal de referencia, la hora civil de España estaba fijada por el meridiano madrileño cuya longitud es de 3º 41' 16" O. Pero la de Madrid no era la hora de todo el país. Cada provincia tenía su propia hora dependiendo de su situación geográfica.
Por hacernos una idea, la diferencia horaria entre A Coruña y Girona era de unos 45 minutos. Entre Madrid y Barcelona, las dos grandes ciudades del país, la disimilitud era de una media hora. Una circunstancia que resultaría inconcebible hoy en día, no tanto entonces.
Cuando se vivía la mayor parte del tiempo en un mismo lugar y los viajes eran lentos, no suponía demasiado problema que la provincia vecina tuviese un horario distinto. Pero cuando tocaba desplazarse en ferrocarril atravesando territorios, los problemas eran evidentes.
Pese a que cada lugar tenía la hora que le correspondía, su hora solar media, a finales del siglo XIX aquella no era una medida práctica. En países como Reino Unido, Francia y Alemania empezaron por unificar los horarios ferroviarios a las horas de sus respectivas capitales o de Greenwich, en el caso de las islas británicas. Esta práctica dio lugar a que los relojes de las estaciones y los de los edificios oficiales diesen horas distintas en numerosas ciudades, pero simplificó enormemente la organización ferroviaria.
El día del gran cambio horario en España
Pero antes de que entrase en vigor este decreto tan trascendental el primer día del 1901, inaugurando el siglo XX, una real orden del 16 de noviembre de 1900 publicada en la Gaceta de Madrid el 20 de noviembre, tal y como recuerda un trabajo de Pere Planesas, se detallaban las instrucciones concretas para su aplicación práctica en el caso particular del servicio de ferrocarriles, entonces regido por la hora de Madrid: tocaba adelantar los relojes.
A las once horas cuarenta y cinco minutos (hora actual o del meridiano de Madrid) de la noche del 31 de diciembre próximo, se adelantarán quince minutos todos los relojes del servicio de ferrocarriles.
Los cambios fueron trasladados más de dos décadas después a las Islas Canarias, subsanándose la falta de mención al territorio en el real decreto de 1900 y estableciéndose su hora menos respecto a la península, cerrando el círculo. Tal y como pretendía el Gobierno de la época, eliminando las diferentes horas locales se unificaba el horario en todo el territorio y, de paso, se participaba en el establecimiento de las horas internacionales al tomar como referencia un meridiano inicial único, el de Greenwich. Una recomendación consensuada por España y cerca de una treintena de países en la Conferencia Internacional del Meridiano en 1884. Paralelamente, se llevó a cabo la implantación de husos horarios mundiales.
'La Vanguardia' del 16 de noviembre de 1900 celebraba el real decreto de la siguiente manera: "Seamos justos y agradezcamos esta vez un acto que tiende a europeizarnos". Y continuaba: "Las ventajas de estas modificaciones saltan a la vista".
En las Ciencias, como en los usos de la vida civil, la disparidad de horas implica siempre trabajo enojoso y confusiones. Estas dificultades aparecen con todo su relieve en las horas de las salidas y llegadas de trenes. Siempre hay que efectuar una adición o sustracción para pasar de la hora local a la hora de Madrid, cantidad variable de una población a otra. Con la nueva reforma, la hora de los relojes oficiales es la misma que la de la estación y no hay que preocuparse en hacer cálculo alguno. Y esta ventaja no sólo es interior, sino internacional.
El único inconveniente que encontraba el autor del artículo, José Comas Solá, era uno que nos sonará: la diferencia entre la hora oficial y la solar. "Podría ocurrir, adoptando meridianos iniciales, que cuando nuestro reloj marcara las 12, es decir el medio día medio, el Sol estuviera sensiblemente separado del meridiano astronómico o no se encontrara a su máxima altura sobre el horizonte", aseguraba. "Este inconveniente, que en caso de adquirir grandes proporciones sería grave, en el caso presente no tiene ninguna importancia".
Meses antes, días después de que se publicase el real decreto, el mismo medio catalán informaba sobre cómo adaptarse al formato de las 24 horas. Lo hacía a partir de una recomendación dada por "un diplomático que veranea en San Sebastián" al corresponsal de otro medio, 'El Imparcial'. Una explicación que también fue replicada por otros periódicos de la época como 'El Liberal'.
El procedimiento consiste en restar dos unidades y tomar la última cifra del número que quede. Ese número indicará la hora antigua. Por ejemplo: para saber qué hora de las antiguas son las diecinueve, se restan dos y quedan diecinueve. La última cifra de diecisiete, esto es, siete, es el número de la hora vieja. Las quince serán las tres de la tarde. Las veintitrés, las once de la noche. Por igual procedimiento, pero sumando dos en vez de restar, se pueden fijar las nuevas horas tomando por base las viejas.
El resto, como suele decirse, es historia. Y tiempo, eso también.
Imagen | CC
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