La vida de los presos en las cárceles españolas es fundamentalmente analógica. Pueden escuchar la radio y ver la televisión, y también utilizar ordenadores si están cursando estudios en la UNED o si forman parte de alguno de los talleres que se imparten muros adentro. Pero ninguno de los ordenadores tiene Internet.
“La mayoría de los presos lo único que tocan de tecnología es la radio y la tele, y eso si tienen dinero para pagarlo. Si no, al comedor”, explican desde la Agrupación de los Cuerpos de la Administración de Instituciones Penitenciarias (ACAIP). Dependiendo de lo moderna que sea la prisión, la celda puede incluir una televisión o no. En caso de que no venga incluida, el reo puede comprar una de las pequeñas por unos 120 euros –si lo autorizan desde Instituciones penitenciarias– e instalarla en su celda, previa revisión y ajuste. Se buscan los aparatos más simples y tecnológicamente limitados, que sirvan para ver la tele y nada más. Si vienen con puertos, hay que “caparlos”. Esto es importante, como veremos unos párrafos más abajo.
Otros aparatos “capados” son los ordenadores, a los que acceden los presos que hacen algún tipo de formación. Además de talleres especializados y cursos de idiomas, a las cárceles españolas también llega la universidad a distancia. La UNED ofrece el Programa de Estudios Universitarios en Centros Penitenciarios con el que los reclusos pueden estudiar todos los grados de la universidad a distancia salvo Ciencias Ambientales, Química, Física y todas las ingenierías (sin excepción, apuntan). Los reos también pueden estudiar los cursos de acceso para mayores de 25 y de 45 años. La plataforma de estudio que utilizan los reos es la misma que usan los demás estudiantes de la UNED, aunque tiene algunas limitaciones. Como no hay Internet, todos los contenidos o bien están preinstalados en los ordenadores o bien se accede a ellos a través de una red local. No hay acceso a los foros y las tutorías se hacen por teléfono o por carta. Sí, por carta.
Y ya está. En estos tres párrafos se resume casi todo el contacto que tienen los reos con la tecnología. Al menos legalmente.
Se ponen cifras a un problema ya conocido
En marzo de 2018 saltó la noticia de que el año anterior se habían incautado 1.383 móviles en las cárceles españolas. Fue noticia por la cifra (casi cuatro móviles al día, un 16,3% más que en 2016) pero también porque no se suelen publicar datos sobre este asunto. De hecho, la información vino como respuesta a una pregunta del senador de EH Bildu Jon Iñarritu. Hoy ya no están disponibles los datos, aunque sí la pregunta y la respuesta recortada.
Desde que hay cifras, año 2000 (16 móviles incautados), se han incautado 17.140 teléfonos. El año con más dispositivos descubiertos fue 2009, con 1.784, seguido de 2010, con 1.779 aparatos. Siete años después, las cifras han bajado pero no se puede decir que el problema esté resuelto ni mucho menos. “Ojalá llegásemos al 50% de lo que creemos que hay”, explican desde ACAIP.
La inmensa mayoría de los aparatos que se intentan colar son móviles, pero también se cuelan cables USB y pendrives que pueden ser usados para almacenar contenido o como módems para acceder a Internet. ¿Cómo se pueden colar estos aparatos? Los cuelan las personas que van a visitar a los reclusos en los encuentros vis a vis, donde no hay barrera física entre visita y visitado. ¿Y cómo sortean estas personas los cacheos y los controles para que no les detecten estos aparatos que intentan colar? Como pueden, no hace falta ser Q para idear la forma de colar un aparato de plástico no mucho más grande que un pulgar.
Los micromóviles, que probablemente sean los dispositivos más aparatosos de los que hablamos, tienen las dimensiones de un post-it doblado por la mitad, la altura de una goma MILAN (de las pequeñas) y pesan como un boli BIC. Están fabricados en plástico y los componentes metálicos son tan pequeños y escasos que, si están dentro del organismo humano, los arcos y las raquetas para detectar metales los suelen pasar por alto. Aumentar la sensibilidad de estos aparatos podría facilitar las búsquedas, pero haría que los exámenes previos a los vis a vis entre presos y visitas se eternizaran. “Pitaría todo”, dice una fuente consultada.
Hay varias formas para detectar si alguien intenta colar algo que no debe. Salvo que estén ocultos dentro de la visita, lo habitual es que los aparatos prohibidos aparezcan con el cacheo, que piten es raro. Si la búsqueda es infructuosa pero los funcionarios sospechan que hay gato encerrado, pueden pedir una radiografía, a lo que la persona de visita puede negarse y abandonar la fila de acceso. Desde ACAIP opinan que es una fórmula “muy burocrática, muy garantista lógicamente, pero que a la vez supone muchísimos problemas en el día a día. No se pueden poner puertas al campo y esto es lo que pasa con la tecnología en prisión. Al final vas a tener teléfonos dentro”.
La rentabilidad del trapicheo tecnológico
Las memorias USB pueden utilizarse como módems o para almacenamiento. Para usarlas como módems, además de la conexión tienen que llevar el navegador instalado, pues los ordenadores disponibles en las prisiones no suelen contar con programas de este tipo. Dado que los puertos USB de los ordenadores casi siempre están desactivados, la utilidad de estos dispositivos es cercana a cero. Sin embargo, este no es su uso mayoritario. La popularidad de las memorias USB se debe a que sirven para trapichear con algo que tiene un enorme valor en las prisiones: el porno. Las memorias USB van surtidas de películas y fotos de todo tipo. Aquí es donde una televisión con los puertos USB activados se convierte en un bien de enorme valor.
El precio por hacer una llamada desde un móvil colado en una prisión está entre 15 y 50 euros. Comprarlo puede costar de 500 euros en adelante
Porno aparte, el rey del mercado negro en las cárceles no es otro que el teléfono móvil prepago, que puede venderse o alquilarse. El precio de una llamada está entre los 15 y los 50 euros. Comprar un móvil es bastante más caro: es casi imposible encontrar uno por menos de 500 euros.
La inmensa mayoría de los móviles que circulan por las prisiones son del tipo micromóvil. Fabricados en plástico, en la palma de una mano normal puedes colocar hasta tres aparatos de este tipo. Conseguirlos fuera de la cárcel es tan sencillo como ir a la tienda de telefonía más cercana (de las que hay en la calle, no en los centros comerciales) o pedirlos por Internet. Su precio está entre los 20 y los 30 euros. Aunque pudiera pensarse que es una compra de las catalogadas como “sospechosas”, algo parecido a lo que antes suponía comprar el FIFA recién salido al mercado y una caja de 50 CDR, lo cierto es que los micromóviles son aparatos muy apreciados por deportistas, montañeros, pescadores, cazadores y preparacionistas.
Dicho esto, algunas tiendas no disimulan su estrategia de ventas:
Con disimulo o no, hay aparatos que piden a gritos la vigilancia de la policía. Como la línea de micromóviles con distorsionador de voz incorporado. Basta una búsqueda en la Web y las tiendas online para descubrir toda clase de preguntas sospechosas del tipo ¿Puedo hacer que mi voz suene como si fuera una mujer aunque sea un hombre?
Lucha a ciegas contra las llamadas intramuros
Una vez los micromóviles están entre rejas es muy difícil descubrirlos, pues hay una infinidad de lugares para esconderlos. (Otra cosa es que el reo no sea lo suficientemente discreto, como le ocurrió a Francisco Correa, líder de la trama Gürtel, a quien pillaron hablando por teléfono en su celda) Desde ACAIP explican que “si algo tienen los internos y la gente privada de libertad es tiempo para imaginar, para mirar y para esconder”. Los escondrijos clásicos son debajo del lavabo, dentro del grifo de la ducha, en el marco de la ventana y en el interior del tubo de la pasta de dientes. Esos son al menos los sitios donde antes se mira en las inspecciones.
Para luchar contra el uso de los móviles en las prisiones hay dos momentos clave. El primero es cuando se introducen estos aparatos. Los funcionarios de prisiones llevan años pidiendo más medios humanos y tecnológicos para mejorar la detección. Fuentes consultadas de Instituciones penitenciarias han negado que los medios actuales sean insuficientes.
En 2017, sólo el 56% de las cárceles españolas contaba con inhibidores de frecuencia. Las organizaciones sindicales denuncian que hoy la mayoría no funcionan
El otro momento clave es cuando se usan estos móviles dentro de las cárceles, en muchas ocasiones para orquestar tramas delictivas. Para impedirlo, a partir de 2008 se instalaron inhibidores de frecuencia en varias cárceles. Según la documentación aportada en la pregunta del senador de EH Bildu Jon Iñarritu, el número de cárceles que en 2017 tenían inhibidores era de 39 de las 69 cárceles existentes en territorio español (el 56%). A la petición de una cifra actualizada, Instituciones penitenciarias responde que la facilitará, aunque al cierre de este artículo no tenemos respuesta (la pondremos en cuanto la recibamos)
Sin embargo, el problema radica en que existe la sospecha de que hoy hay más inhibidores estropeados que en uso, por lo que estos aparatos no funcionan como táctica desincentivadora y los familiares de los reos siguen colando dispositivos. Los internos saben que pueden usar sus móviles y se produce un efecto llamada. Instituciones penitenciarias responde que no les consta que haya efectivamente más inhibidores estropeados que en uso, pero no añaden más.
Mientras tanto, el número que preocupa no es tanto el de las incautaciones conocidas –ya nadie espera que bajen de las 1.000 al año–, sino el de los móviles que se cuelan y se utilizan sin que las autoridades puedan hacer mucho por evitar que se usen, a veces para llamadas personales, a veces para seguir manejando tramas delictivas desde las prisiones.
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