Ay, los 90, qué años locos aquellos. El auge del multiculturalismo, la muerte de unas modas en pos de otras (grunge, raves, hip hop o power metal, entre otras), las Olimpiadas y la Expo, la burbuja de las puntocom, la batalla entre Bill Gates y Steve Jobs, Bill Clinton en la Casa Blanca y la oveja Dolly en nuestros sueños, o Buzz Lightyear, quién sabe...
Hoy día damos por seguro cosas que hace tan solo 25 años eran imposibles. No hay más que preguntar a un viejo poseedor de un módem 56k lo que era descargar un archivo de 4GB. ¡Ni siquiera su disco duro tenía tanta memoria libre! ¡Si hubiéramos pillado una conexión de Lowi!
Para realizar este paseo nostálgico, hemos charlado con un grupo de “supervivientes” de aquellos analógicos y queridos 90. ¿Recuerdas algunas de estas escenas?
Buscando el santo grial (musical)
Todos los lunes, Spotify ofrece una lista gratuita de recomendaciones para cada usuario, basándose en un algoritmo que analiza las novedades publicadas y buscando alternativas a los grupos y géneros que más escucha cada usuario. Pinchar una canción, saltar a otra, escuchar un disco de jazz ignoto o descubrir seguidamente qué es lo que más está triunfando en Holanda es tan fácil como navegar por la interfaz de la aplicación.
David, técnico industrial salmantino de 44 años, recuerda que antes no era así de sencillo. «Yo visitaba mucho una tienda de vinilos que regentaba el padre de un amigo mío. Siempre ponían música negra: reggae, ska, todo el rollo que me gustaba. Me aficioné a esos grupos gracias a él, pero no quiero imaginarme cómo podría descubrir esta música un chaval que viviese en un pueblo en mitad de la montaña».
«Yo siempre he sido de cinta, creo que es el mejor formato: 70 minutos en una cajita sencilla, calidad de primera, poca distorsión. Mi doble pletina con grabadora funcionaba como un cohete. Pero no pequemos de nostálgicos: hoy me viene una canción a la cabeza, la tarareo y SoundHound me la encuentra. Escucho al vuelo lo que me da la gana. Tal vez no suene como mandan los cánones puristas del primer prensaje y la copia analógica, pero te aseguro que ahora conozco mucha más música que nunca, de más estilos y gastándome bastante menos dinero», admite David.
Empapelar todo con el currículum
Cuando llegan las vacas flacas, los ciudadanos de 2017 pueden rellenar formularios, apuntarse a bolsas de empleo online, digitalizar su vida laboral —incluso exportarla convertida a PDF— y probar suerte en decenas de portales de empleo. Es lo más sencillo del mundo, aunque se pasen un montón de horas corrigiendo correos electrónicos.
No siempre fue así, como nos comenta Javier U. Tejada, orientador de Recursos Humanos. «Mira, no te voy a engañar: en España seguimos haciéndolo mal, igual que pronunciar el vítae por “vitáe”. ¿Qué es eso de poner una foto en el CV? Somos el único país de Europa que aún conserva esa horrible tradición. Ni la condición sexual, edad, estado civil, gustos personales, alergias… nada de eso tiene sentido. ¡Es información privada! Pero puedo llegar a entenderlo. Durante décadas la forma común de encontrar trabajo era empapelar el pueblo fotocopiando en una copistería un par de folios con más mentiras que verdades. Yo viví estas prácticas de rutina, de levantarse a las ocho de la mañana y patearme medio Madrid hasta que, casi de noche, volvía a casa de mis padres medio llorando. Yo envié y recogí cientos de currículums donde contaban que habían dejado de fumar o que estaban recién divorciados. Créeme, hoy día es más eficaz contar que tocas el violín».
Cansado de organizar unas vacaciones
Hoy día, puedes programar unas vacaciones sin moverte de casa, ver las calles con Street View y consultar la previsión metereológica en tiempo real desde la conexión 4G de tu móvil.
Es una realidad. Entras en un comparador de precios, gestionas la reserva con apenas dos clicks y la empresa se encarga del resto, de fletar el coche de alquiler, de ofrecer un mapa con puntos de interés, de cambiarte el menú si tienes alergias… Los datos se asocian al calendario de Google y a esperar el día señalado. Y, si algún atisbo de incertidumbre chafa el día, siempre puedes comparar críticas ajenas. Lo que el público vota va a misa.
Laura Gutiérrez, dependienta gaditana en una tienda de “moda”, nos relata otra situación bien distinta. «Sería el 92 o 93, cuando se casó una amiga de mi hermana. Entre todas decidimos comprarle el viaje, un crucero por las islas griegas. Quedábamos un ratito por las tardes para organizarlo. En la agencia de viajes nos enseñaban paquetes vacacionales con fotos de postales que no tenían nada que ver con lo que luego fue (escasez de y casi sin bajar del barco). No podíamos comparar otras ofertas: nos quedamos con lo primero que nos enseñaron».
¿Videollamadas? ¿Y eso qué es?
Quizás uno de los entornos donde más se ha notado la apisonadora tecnológica ha sido en el de las comunicaciones. Aquellos jóvenes que se trasladaban en los 90 a Reino Unido para foguearse con el inglés recordarán que comunicarse con la familia o amigos era sota o caballo, no había ni rey. Llamar por teléfono y escribir “bonitas” cartas o postales eran las únicas posibilidades, mientras que ahora puedes personalizar incluso las tarifas que pagas a tu operadora.
«La mejor opción era España Directo, que te permitía llamar a casa a cobro revertido, sin tener gastar ni una libra», nos cuenta Esther Dohijo, estudiante de Filología inglesa en aquella época, que también recuerda que las llamadas eran puntuales, «como mucho, una vez a la semana».
Esther vive ahora en Australia. Los más de 15.000 km que la separan de su familia ya no impiden que la comunicación sea diaria. «Hace un par de años llamaba a través de Skype, pero ahora todo pasa por WhatsApp. Al margen de los mensajes privados, tengo un grupo con amigos y otro con mi familia, y los mensajes son casi a diario. No me siento ni mucho menos desconectada de lo que les ocurre, aunque se echen de menos los achuchones físicos y me tengan que conformar con verles a través de las videollamadas».
Cuando tardabas meses en ver las fotos que hacías
Al margen del contacto esporádico con la familia que suponía la estancia en otro país, para Esther Dohijo otro salto cualitativo es el fotográfico. «Recuerdo llevarme a Inglaterra un par de carretes y volver un mes después a España con ganas de ir a la tienda a revelarlos. ¡Qué ilusión abrir el sobre y ver las, como mucho, 72 fotos! Qué desilusión comprobar que buena parte de ellas no valían para nada, pero incluso borrosas o movidas las conservábamos como oro en paño».
«Ahora en un fin de semana puedo hacer más fotos que en todo un año de entonces»
Del carrete de 24 o 36 fotos que gastábamos en las vacaciones de entonces, hemos pasado a un número ilimitado de ellas (igual de ilimitado que el número de llamadas que ofrece Lowi en su oferta de móvil o fibra+móvil). «Ahora en un fin de semana puedo hacer más fotos que en todo un año de entonces. Pero lo mejor es que antes las fotografías parecían estar asociadas a acontecimientos especiales, en los que tenías que coger la cámara adrede; y ahora la cámara va conmigo, en mi móvil. Aquí un día saco las monerías de mis hijos y otro un animal nativo que me encuentro paseando. Y veo las imágenes al instante y, si no me gusta, otra y otra», apunta.
¡Tengo un juego nuevo!
Los coleccionistas de los videojuegos lo tienen más fácil que nunca. Y no por CEX o los Cash Converters, sino por la inmensidad de bazares digitales: GOG, Steam, los Humble Bundles… amontonamos más juegos de los que nunca podremos llegar a jugar. Es una realidad, el backlog nos ha sobrepasado.
Víctor Martín, que trabaja actualmente como cartero, nos cuenta cómo estaban las cosas en los 90. «Cerca de mi casa había una tienda de revelado fotográfico y tenían de todo, desde bobinas de costura hasta cómics de Panini, cartas Magic… El caso es que, bajo la mesa del mostrador, justo al lado de la caja registradora, estaban los diskettes de juegos. Ahí había maravillas».
«Ahí compré mi primer CIV (Civilization, para Windows, en 1992) y aún lo conservo en la estantería del salón. Ahora te bajas el cliente de Steam, metes una key y a bajar datos con tu conexión de fibra. No tienes nada físico, el sentimiento de pertenencia ha desaparecido. Yo tenía que andar alternando entre discos, esperar a que cargara, teclear el serial de la caja… Había cierto toque de exclusividad, incluso los ruidos de carga eran condicionantes que te preparaban de forma específica. Y nada de parches: el juego salía como salía y, si no tenías conexión a servidores, así se quedaba para toda la eternidad», especifica Víctor.
La odisea de hacerse un seguro de coche
Víctor también nos ha querido contar otra “batallita”, mucho más incómoda. «Durante años conduje el coche de mi padre con todo a su nombre, seguro incluido. Y sin pegas. La primera vez que hice un seguro yo ya tenía 28 años y vino conmigo porque decía que si no me engañarían. Para el seguro necesitaba presentar lo de siempre: ficha técnica del vehículo, permiso de conducir (y circulación, actualizado), que el coche tuviese sus revisiones pasadas y su respectivo certificado IT, el certificado de siniestralidad, que era cosa de la anterior aseguradora, junto con recibo (y justificante de pago de la póliza), DNI, la factura del coche —la compra fue de segunda mano—, y creo que también pidieron alguna foto reciente. Flipante».
«Lo que en el 95 fueron una semana de papeleos, el año pasado me llevó un día»
Y frente a ese escenario compara su última situación similar. «El año pasado, tras el habitual cruce de llamadas, simplemente por quedarme más seguro, les di los datos de la matrícula y ellos ya se encargaron del resto de gestiones de manera telemática. Supongo que acceden a los archivos de Tráfico o lo que sea, pero ya conocían todo el historial mío y del vehículo, revisiones y demás. También es verdad que antes se jugaba mucho con las piezas de taller oficial y ahora ese mercado está más atajado. Pero, para ponernos en contexto, lo que en el 95 fueron una semana de papeleos, el año pasado me llevó un día. A lo sumo».
Mirando mapas, que es gerundio
Imagina que vas conduciendo por una ruta marcada por un viejo mapa y, en algún momento, te encuentras con una carretera cortada, un desvío mal señalizado o la ausencia de carteles durante un buen puñado de kilómetros. Si no tienes mucha confianza en ti mismo, puedes acabar atacado, conduciendo hacia la dirección contraria de la que te habías marcado.
José David nos relata situaciones vividas en su familia que nadie entendería en la actualidad. «Un año programarmos unas vacaciones a Santander. Tenía por casa una agenda con mapas de todas las ciudades de España. Lo primero que hice fue recortar el de Santander. Luego el viaje fue como fue: nos perdimos varias veces pero enseguida nos reorientamos. Eso sí, en ningún momento sabíamos qué tal estaba el tráfico o si algún accidente había cortado algún tramo de carretera. La radio informaba con el retraso habitual».
Hoy día, desde el móvil, podemos comprobar el estado del firme en todo momento, buscar rutas alternativas sin peajes, recibir información de radares y controles de velocidad, tramos peligrosos, incluso hacer un recorrido mediante Street View, recibir avisos de gasolineras y puntos de descanso… «Al menos nosotros teníamos aire acondicionado, así que no teníamos que ir a 100 km/h con las ventanillas bajadas. Y, en materia de seguridad, siempre nos preocupábamos de usar la silla de mi hermano aunque cupiesen menos trastos».
Sin pisar el banco frente a las colas de antaño
Si hablamos de inmediatez, otro de los campos que más ha evolucionado en los últimos 30 años gracias a la tecnología es el de la relación que mantienen las entidades bancarias con los clientes. En los 90, pasar por una sucursal de nuestro banco era parada obligatoria por lo menos una vez al mes. Era la única manera de saber si el capítulo de debe era superior al de haber. El uso de las tarjetas de crédito no estaba extendido como ahora y era normal hacer cola durante la mañana ante la ventanilla o el cajero, cartilla de ahorros en mano, para ponerla al día y saber si la nómina, por ejemplo, había llegado a buen puerto (= cuenta).
De un tiempo a esta parte, ha subido (y mucho) la edad media de los que todavía necesitan acercarse a una oficina para realizar cualquier trámite. De hecho, mientras que algunas voces anuncian que las generaciones venideras no pisaran en su vida un banco, algunas entidades financiera intentan captar a los más jóvenes poniéndoselo muy fácil. Por ejemplo, abrir una cuenta ya es posible mandado un selfie y realizando una videollamada. Y no nos olvidemos de plataformas como PayPal.
Y eso sólo es el principio, porque a través de un dispositivo móvil podemos hacer el resto: pagar recibos, realizar transferencias, domiciliar facturas, firmar contratos, retirar efectivo e, incluso, pedir un crédito. «Sabía que mi banco me permitía pedir online un crédito, así que el otro día nos decidimos a pedir 15.000 euros para afrontar la reforma de la casa. Nos sorprendió la sencillez del proceso, apenas apretar dos botones, pero lo que nos dejó boquiabiertos fue que al instante vimos que esa cantidad ya estaba en nuestra cuenta, ni comprobaciones, ni nada», nos relata Aarón C.
Redactando los trabajos del instituto…
Una de esas losas que siempre nos acompañó a quienes no tuvimos un PC en casa tiene nombre propio: los trabajos del instituto. Bolis de colores y dibujos a los márgenes se antojaban solución socorrida para paliar esos maravillosos trabajos con márgenes e interlineado automático que lograban los alumnos más tecnificados.
«En el bachillerato nos tocó hacer un trabajo sobre mitología incaica, en historia del arte. Todavía no existía nada parecido a ‘El rincón del vago’ y muchos menos Wikipedia. Los ordenadores de la biblioteca estaban ocupados, así que nos dieron un ticket con la hora que estarían libres. Mientras tanto ojeamos dos enciclopedias y fuimos sacando datos sueltos, copiando todo a mano, nada de “Ctrl+C y Ctrl+V”. Los mejores libros de préstamo los habían sacado los estudiantes de la carrera, así que nos quedamos con las migajas, los tochos que nadie consultaba», nos cuenta Álex.
E imprimiéndolos
Pero aquí no acaba la epopeya. Álex también recuerda que el periodo de redacción era sólo la primera parte. «Cuando tuve el trabajo más o menos condensado se lo pasé a un compañero para que lo corrigiese y lo pasara a ordenador. Esto era algo obligatorio, tuvieras las herramientas adecuadas o no. En mi casa no había PC, pero en la suya tenían impresora, fax (las dos máquinas), una Encarta 95, en inglés, pero con un montón de información e imágenes. En aquel entonces descubrimos que ocho páginas manuscritas equivale a dos mecanografiadas (risas)».
Cuando no podías elegir lo que querías ver en la tele
No hay más que sentarse con un grupo de treintañeros para darse cuenta de que el consumo televisivo tal como lo conocíamos en los 90 ha pasado a mejor vida. Con la llegada de las cadenas privadas, pasar de dos a cinco canales se antojaba “lo más”. Había tanto que ver… Dependiendo de la edad, la agenda estaba llena de citas semanales: Sensación de vivir, El príncipe de Bel-Air, Blossom, Doctor en Alaska, etcétera. Y, si no podías estar a la hora de emisión, a rebuscar una cinta de vídeo VHS para que nos lo grabara alguien.
Con la llegada de las plataformas digitales de pago y la TDT, la oferta se multiplicó, pero hay que esperar al advenimiento de los servicios en streaming para comprender la revolución actual que supone contar con una conexión a Internet. «Veo la tele muy poco, únicamente a la hora de cenar. Las series las veo a pares en Netflix o, si las emiten en otra plataforma, me las descargo. También sigo a muchos youtubers, como Auronplay y Soyunapringada, y paso muchísimo tiempo tragándome la vida de las influencers de moda a través de IG Stories», nos relata Eva Gómez, de 27 años, quien todavía recuerda que hubo un tiempo en el que, los domingos, se acercaba con su hermana al videoclub para escoger una película que veían luego junto a sus padres.
Me voy a vivir a la ciudad
Las mudanzas serán igual de tediosas, igual de agotadoras, pero la batalla de encontrar piso hoy es mucho más sencilla. Bueno, con el precio de los alquileres tampoco es tan fácil, pero sí la exposición y la oferta.
Ana Vázquez vivía en Tarancón y se marchó a Madrid por cuestiones de trabajo. «Recuerdo que hicimos un viaje en coche toda la familia para visitar diferentes pisos. Hicimos a mano un calendario para aprovechar el día: a las 12 veíamos uno en Legazpi, a las 13 por Chamartín, por la tarde nos pateábamos zonas de las afueras, apuntando las combinaciones de metro y tal. Fueron unos días agotadores y nada satisfactorios. Algunos acuerdos con la agencia no aclaraban datos clave como el servicio de comunidad; otros, en cambio, eran muy exhaustivos».
Y continúa, «eso no significa que hoy no haga falta ver las cosas; al contrario, es imprescindible. Pero al menos puedes ver fotos, puntuaciones de los portales, opiniones de vecinos… de un simple vistazo en Google tienes una perspectiva general. Incluso en Facebook o en foros puedes dar con chicos que estén buscando gente para completar y compartir alquileres. Es otro mundo».
Comprando ofertas con una baja laboral
Las nuevas tecnologías son también vistas como un juguete innecesario, un capricho para vagos. ¿No es mejor hablar con una persona de confianza que consultar un frívolo comparador de precios? ¿No es mejor visitar la tienda del barrio que comprar en una gran superficie?
«Eso es una bobada. No valoramos las cosas hasta que las perdemos. En mi caso fue una tontería, hace unos meses, un accidente de moto. Pero me dejó lo suficiente tocada de la rodilla para darme cuenta que todas esas funcionalidades extra pueden servirte cuando menos te los esperas. Hace años, recuerdo hacerle la compra a mi abuela y subir las bolsas hasta el tercero sin ascensor. Yo me limité a entrar en la Play Store de Google, descargarme las apps de Amazon, Gearbest, la de ofertas de Eroski, la de Mercadona… todo lo que necesitaba», nos relata Laura, que hasta hace un mes ha estado trabajando de repartidora con varias empresas de comida rápida.
Al fin y al cabo, la tecnología debe servir de puente que facilite lo que, como hemos visto, hace menos de 25 años era una verdadera odisea. Algo que está en el ADN de empresas como Lowi, que apuesta por la simplicidad, porque como las conexiones simples, ninguna.
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