No está muy claro qué fue mal en 'Altered Carbon', quizás una de las apuestas más arriesgadas y menos conservadoras de Netflix en los últimos años. A diferencia de producciones propias como 'Stranger Things' o 'The Witcher' -que, independientemente de los resultados, está muy claro a qué diana apuntan y su innegable efectividad- la primera temporada de 'Altered Carbon' no iba a lo seguro. Proponía una ciencia-ficción alejada de convencionalismos, y que aunque estéticamente dejaba bien claros sus modelos (la influencia de una 'Blade Runner' con el sórdido subido era evidentísima), era más valiente de lo que parecía a primera vista.
Esta segunda entrega no lo consigue con tanto éxito. Quizás parte de la culpa la tenga el cambio de showrunner (Laeta Kalogridis dejó el timón y pasó a encargarse Alison Schapker -'Alias', 'Fringe-). O quizás el motivo del cambio es que la temporada ya no se basa en una novela original de Richard K. Morgan, que la primera adaptaba con bastante libertad también. Aunque la novela tiene secuelas, también de Morgan, no son las que han inspirado -al menos no tan directamente- la segunda temporada. Pero sobre todo, la segunda temporada ha perdido por el camino unos cuantos elementos que hacían especiales a la primera.
Para empezar, su mezcolanza de noir y ciencia-ficción estaba extremadamente bien pensada, y no era tan antinatura como aparentaba (de nuevo, 'Blade Runner' como policiaco futurista definitivo bien presente). Abundantes elementos de novela negra, a menudo con humor y conocimiento de causa, se entremezclaban con pasmosa naturalidad: el protagonista era contratado por un millonario para que investigara su propio asesinato, había interrogatorios y pesquisas, enfrentamientos con la policía, femmes fatales, chivatos y mayones, y hasta reuniones de sospechosos para desvelar al asesino a lo Agatha Christie.
También había mucho de cine y literatura negros en la propia estructura narrativa, que como veremos una de las grandes diferencias con la segunda temporada. Todo el hilo argumental de la primera temporada de 'Altered Carbon' se desplegaba en torno a una investigación y a los avances de esta: nuevos sospechosos, visitas a informar al cliente, falsos culpables, tramas bajo las que se ocultaban otras tramas... la segunda temporada, sin embargo, se orienta más bien a los códigos del cine de acción.
Mucho se discutió y criticó, de la primera temporada, el protagonismo de Joel Kinnaman ('The Killing') por su inexpresividad. Sin embargo, estaba físicamente muy dotado para el personaje, y gracias a que no se limitaba a ser un saco de huesos andante, podía presumir de un magnetismo muy especial... y que, de nuevo, engarzaba bastante bien con lo que debe ser un detective de novela hard-boiled. Duro, sarcástico, inexpresivo, con un pasado oscuro y, gracias a esto último, extrañamente interesante.
Pero lo que hacía atractiva a la primera temporada, y ahí es donde quizás donde vamos a encontrar los problemas en la segunda, era su imaginativa forma de explotar a fondo, y siempre en términos de ciencia-ficción, una brillante idea de base: en el siglo XXIV, la identidad humana puede almacenarse en un soporte de bolsillo (pilas) y transferirse a distintos cuerpos (fundas). A partir de ahí se desarrolla toda una mitología, complejísima y llena de vericuetos (desde cómo se muere de forma definitiva a cómo se vive en entornos virtuales, pasando por cómo afronta la gente los cambios de cuerpos o la muerte definitiva), que exploraba con gran éxito.
Una segunda temporada más asequible
Todas estas excelentes ideas que planteaban un futuro lejano, pero rebosante de preocupaciones muy actuales acerca de la vida y la muerte (y con no pocos elementos de crítica social), se lanzaban en la primera temporada al espectador sin dale demasiada tregua ni explicaciones. Era habitual perderse durante episodios enteros entre referencias y vocabulario incomprensible, pero en ese sentido otro referente literario clásico era el cyberpunk primitivo, el de William Gibson, que gustaba de avasallar al lector con un futuro oscuro y construido en un vocabulario opaco.
La segunda temporada de 'Altered Carbon' ha decidido llevar un poco más de la mano al espectador, y en ningún momento este se sentirá perdido. Es una aventura mucho más lineal, comprensible y con preocupaciones más universales: la primera temporada hablaba de planos de realidad imposibles, generados por una tecnología de un futuro muy lejano. 'Altered Carbon 2' habla de reencuentros con amores perdidos, de la memoria y su importancia, de IAs que se sienten humanas y de la lucha contra el exceso de poder político y militar. Cuestiones relevantes ahora y en el siglo veintitantos.
A diferencia de una primera temporada más abstracta, esta segunda 'Altered Carbon' trata cuestiones relevantes tanto ahora como en el siglo veintitantos.
Paradójicamente, 'Altered Carbon 2' está ambientada en un futuro aún más lejano. Y arranca con un punto de partida muy similar a su precedente: Takeshi Kovacs, ex-terrorista metafísico e investigador privado es enfundado de nuevo (esta vez en el cuerpo de Anthony Mackie, el Falcon de Marvel) para hacer de guardaespaldas de un mat (la clase más alta de esta sociedad, re-enfundados una y otra vez en clones de sus propios cuerpos). Pero nada más arrancar el primer episodio, su cliente es asesinado, y Kovacs es el principal sospechoso.
Es decir, que 'Altered Carbon' vuelve a plantear la referencia al cine y la literatura noir (de nuevo los episodios -salvo el último de la temporada- se titulan como clásicos del género), pero rápidamente se convierte en una historia de ciencia-ficción y aventura más asequible, menos referencial y, desde luego, mucho menos abstracta. Una de las claves está en que la acción se desarrolla en otro planeta: ya no estamos en una ciudad futurista pero reconocible, sino que los códigos que se manejan son más propios de aventuras planetarias, con sus conspiraciones políticas y sus eternos paralelismos con las historias de pioneros.
Solo hay que fijarse en uno de los episodios de esta segunda temporada para contemplar las diferencias: Takeshi Kovacks es castigado en una especie de ring donde tiene que enfrentarse a sus antiguos aliados de la primera temporada en peleas a muerte (o eso cree él). Una idea sugestiva, pero que queda reducida a un "ring de las galaxias" con un pequeño plus de originalidad: un abismo de distancia con uno de los mejores episodios de la primera temporada, en el que Kovacs era torturado en un entorno virtual y obligado a morir una y otra vez de las formas más horribles.
'Altered Carbon' parte de una buena base, y desarrolla grandes ideas en esta segunda entrega. Hay potentes conceptos como el Mercado de Almas donde se plantea un mundo en el que hay más pilas que fundas, y se comercia con estas. Estéticamente la temporada es tan notable como la primera, aunque quizás menos ostentosa: posiblemente en esta segunda tanda no se ha tenido la necesidad de presumir de ser la producción más cara de la historia de Netflix, y está un poco rebajada en ese sentido. Aunque no desmerece otras grandes producciones de la casa, como 'The Witcher' o 'Stranger Things'.
En la segunda mitad de la segunda temporada, el argumento da un giro que no desvelaremos aquí y que relaciona las pilas con algo más grande y trascendente que una mera cuestión de moral individual, como sucedía en la primera temporada. La serie adquiere tonos de crítica anticolonial y se acerca más a películas como 'Avatar', y la grisácea e interesantísima moralidad, llena de sombras, de los terroristas, se limpia y los rebeldes se convierten en poco menos que jedis (no solo por los poderes: también en su motivación anti-imperialista).
El tono y el estilo críptico de la primera temporada de 'Altered Carbon' no volverá, convertida la serie ya en una más sencilla space opera muy del estilo de ciertas tendencias de la ciencia-ficción literaria actual. Es una pena, pero eso no quita valor a una producción valiente y que merece mejor suerte. Por desgracia, parece haber vuelto a pasar bajo el radar de crítica y público. Quizás el imninente estreno de la serie de anime en marzo dé un merecido empujón a la franquicia.
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