Antes de despedirse a golpe de campanada, 2018 nos dejó una pequeña gran sorpresa. La Fundación del Español Urgente eligió "microplástico" como palabra del año. Más allá de la curioso que pueda resultar o el debate filológico, la decisión es un indicador claro de que la proliferación de los desechos plásticos nos inquieta cada vez más. Y con razón. Su producción se duplicó entre 2000 y 2019, tendencia que va pareja a la generación de desperdicios, y gran parte acaba en los océanos. Según Greenpeace hay entre cinco y 50 billones de fragmentos repartidos por los mares, sin incluir playas y el fondo marino. Para 2050 puede que ganen en peso a los propios peces.
Quizás el mejor ejemplo del problema —desde luego el más gráfico— son las islas de plástico repartidas por los océanos. En especial el Gran Parche de Basura del Pacífico, un enorme pegote de desechos situado en el Pacífico Norte. Durante años la hemos visto como una especie de "chivato", un recordatorio tamaño XXL del castigo al que sometemos al medio ambiente y que que había que barrer. Puede que su eliminación, sin embargo, no sea una idea tan maravillosa. Ni sencilla.
Como mínimo, necesitamos medir muy bien cómo afrontarla.
El peligro de hacer más daño que bien. En 2019 The Ocean Cleanup, una fundación holandesa centrada en la limpieza de los océanos, se enfrentó a una curiosa polémica. El organismo fabricó una enorme red diseñada precisamente para recoger los plásticos que infectan las aguas del Pacífico. Su objetivo: limpiar hasta 1,6 millones de kilómetros cuadrados en cinco años. Al probarlo, el dispositivo demostró que funciona a las mil maravillas para retirar residuos... y lo que no son residuos. Rebecca Helm, una profesora universitaria de Carolina del Norte, alzó la voz para alertar de que en la red también acababan animales del género Velella y Janthina, que viven en la superficie.
The Ocean Cleanup lleva tiempo intentando mejorar su diseño —presentó un prototipo hace más de medio lustro, en 2016— y en julio de 2021 regresó al Gran Parche Basura del Pacífico para probar su nuevo versión (002) durante una campaña de 12 semanas. Con todo, no se ha librado de las críticas a su coste y huella medioambiental. Aunque ha trabajado para pulir su mecanismo, la institución reconoce que no es perfecto: "Diseñamos nuestro sistema para atrapar plástico, no peces. Sin embargo, no podemos evitar por completo la ocurrencia de capturas incidentales".
Contaminar mientras se elimina contaminación. Parece un sinsentido, pero es uno de los mayores hándicaps que enfrentan proyectos como el de The Ocean Cleanup es la contaminación que generan durante sus maniobras. El sistema no es autónomo y exige movilizar embarcaciones que tienen su propia huella de carbono. Según cálculos de la revista Vox, durante un mes de trabajo dos buques de los que operan liberan 600 toneladas métricas de dióxido de carbono, más o menos el equivalente a la contaminación de 130 automóviles a lo largo de todo un año. Para paliarlo, el colectivo busca alternativas que no necesiten de remolques y compensar el impacto.
Lo cierto, como ironizan algunos expertos, es el que el sistema se parece a la pesca de arrastre y hay alternativas con una menor huella medioambiental, como las campañas de limpieza centradas en la costa y las playas. Quienes participan en ellas se mueven a pie y su impacto es mucho menor.
Orientar bien los recursos... y la atención. “Es como limpiar el derrame cuando el grifo todavía está abierto”. La reflexión, compartida por Katie Matthews, científica del colectivo Oceana, con Vox refleja bien qué supone centrarse en la limpieza de los océanos. Es una tarea importante, encomiable y valiosa; pero no ataja el problema central, que es la propia generación de residuos plásticos. Solo la pandemia ha generado más de 146.000 toneladas de residuos sanitarios entre kits y vacunas, gran parte de ellos plásticos. Los datos de Fundación Aquae muestran que cada año hasta 12,7 millones de toneladas de plástico pasan a engordar la enorme mancha de residuos de los océanos.
El problema ni siquiera se centra en los denominados parches o "islas de plástico", que en realidad no son tales —se parecen más a sopas, lo que complica abordarlas— y concentran únicamente el uno por ciento de los desechos que arrojamos a los océanos y mares. The Ocean Cleanup recuerda que frenar la contaminación no es un juego de suma cero; es decir, puede combatirse en varios frentes a la vez sin que eso le quite peso ni relevancia a cada uno de ellos. Eso es cierto, pero los datos ayudan a ampliar el foco y comprender que parches como el del Pacífico, a pesar de las impresionantes imágenes que deja, suponen solo una fracción de un problema mayor.
¿Una limpieza de imagen en vez de aguas? La idea anterior da pie a otra pregunta: ¿Existe el riesgo de que el tirón mediático de campañas como la del "Gran Parque de Basura" del Pacífico sirva a multinacionales que contribuyen a la contaminación a 'lavar' su imagen? Una de las colaboradoras de The Ocean Cleanup es por ejemplo Coca-Cola, compañía que participa por ejemplo en iniciativas que buscan atajar la contaminación de los ríos. Como explica la organización ecologista, la iniciativa es buena y supone un paso por parte de la empresa; pero no quita el hecho de que la marca de refrescos es uno de los grandes generadores de envases plásticos de un solo uso.
Según los datos que maneja la BBC la multinacional vende unos 100.000 millones de botellas de plástico desechables de un único uso cada año, lo que le valió en 2021 el título de mayor generadora de contaminación plástica por parte de la organización Break Free From Plastic. En 2020 la empresa se reafirmó en sus planes de continuar envases de este tipo para satisfacer la demanda.
Conocer bien al enemigo. Para combatir un problema es fundamental conocerlo. Y nuestro conocimiento de las llamadas "islas de plástico" es aún limitado. "No sabemos prácticamente nada sobre su ecología. Estos lugares remotos están mal estudiados y su limpieza es enormemente costosa. Ni siquiera sabemos cuál es el impacto del plástico en este ecosistema (pero sabemos que es mixto, algunas especies pueden tolerarlo, algunas pueden verse perjudicadas, algunas en realidad pueden beneficiarse). Desde una perspectiva ecológica no entendemos realmente el problema", señala Rebecca Helm, de la Universidad de Carolina del Norte a Gizmodo.
Una de las claves es cómo podrían afectar los grandes sistemas de recolección de plásticos a gran escala en el neuston, criaturas que viven en la superficie, desempeñan un papel relevante en los océanos y pueden acudir a la basura y crear ecosistemas. Ya hay estudios que señalan cómo el plástico a la deriva se está convirtiendo incluso en buques improvisados para especies costeras. Algunas organizaciones, recuerda Helm, han empezado a trabajar ya en parches de basura recurriendo a métodos manuales, que no perturban precisamente los ecosistemas.
Imágenes Naja Bertolt Jensen (Unsplash) y ARC Centre of Excellence for Coral Reef Studies (Flickr)
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