Es posible que usted, querido lector de Xataka, recuerde mi artículo de hace tres veranos: "Así es como utilizo el calendario para organizar mi vida entera". Voz del narrador: nadie lo recuerda. Si trabaja en un puesto de oficina y también ordena su vida a partir del calendario, le invito a echarle un ojo y comprobar cuánto tiempo de trabajo se ha ido en reuniones y cuánto en trabajo productivo.
Seguramente haya mucho de lo primero y no tanto de lo segundo. Si le sumamos el tiempo que nos devora el chat del trabajo, que es una pestaña abierta en el navegador y en nuestro cerebro, la cosa se recrudece: empieza a ser demasiado difícil trabajar de forma concentrada, ininterrumpida, y el prestigio de reunirse para hablar de lo que hay que hacer a menudo canibaliza el tiempo para hacer.
Cuatro horas de reunión para decidir lo que haré en mi hora de trabajo
Hace un par de meses, Microsoft publicó los resultados de un estudio sobre el porcentaje de tiempo que se le va a los trabajadores en cada una de las aplicaciones de su suite Microsoft 365. Las cifras, recogidas por Axios, son el trueno que congela la sangre de los paganos negacionistas de este fenómeno: más de la mitad del tiempo se va solo entre el chat y las reuniones por videollamada. Y eso sin contar el tiempo de reuniones presenciales.
No digo que el chat sea un mal instrumento (¿cómo sería la vida de los trabajadores en remoto que se encomendaran al correo?) ni que todas las reuniones sean un capricho para justificar el salario, pero suena poco razonable pensar que más de la mitad del tiempo promedio se vaya en hablar del trabajo en lugar de en trabajar.
Esto es algo que abordó Héctor G. Barnés en una de sus columnas en El Confidencial, en las que comprende el mundo que nos rodea con la clarividencia de Yoda y lo explica con la sencillez y sobriedad de Han Solo.
Se ríen mis compañeros de la redacción cuando protesto por esto, pero a mí es que me gusta trabajar, o al menos, sentir que hago algo productivo. La organización empresarial moderna a veces parece conspirar para alejarnos de nuestra labor esencial, planteando constantes impedimentos para sacar adelante eso por lo que supuestamente estamos contratados. Pasamos más tiempo hablando de lo que hay que hacer que haciéndolo, o tenemos tan poco tiempo para hacerlo que al final sale mal, por lo que es necesario montar otra reunión para solucionarlo, porque la reunión es la panacea que todo lo resuelve.
Ya lo tenemos bastante negro para poder hacer ciertas tareas de forma ininterrumpida, manteniendo la concentración, posiblemente por culpa de tener tantos estímulos tan poderosos a tan poca distancia; como para que sean distracciones en forma de obligaciones, de mensajes que no son urgentes pero quedaría feo desatender demasiado.
Por un lado, reuniones innecesarias; por el otro, ratos de trabajo productivo llenos de micropausas. No son muy largas, pero interrumpen, y cuando son muchas, las posibilidades de que salga adelante un trabajo de calidad se disparan.
La pandemia, y la supuesta necesidad de vernos mucho las caras y forzar cierto nivel de contacto, echaron leña a este fuego. Y no es que las reuniones no sean necesarias, sobre todo a medida en que uno asciende en la pirámide, el problema es que hay un grupo intermedio, cuando no bajo, que pasa demasiado tiempo en ellas.
Es difícil creer que en los puestos donde más se mancha uno las manos se requiera una participación tan habitual en el proceso de conceptualización, lluvia de ideas, planificación y estrategia... Pero en esa dinámica hemos entrado a lo grande.
Hay un ejercicio con el que sería a priori más fácil convencer a los superiores de que tanta reunión entre mandos intermedios y peones, más o menos lustrosos pero peones al fin y al cabo, puede ser contraproducente: calcular el salario por hora de todos sus integrantes y sumar todas las horas del año dedicadas a las reuniones. Y luego pasarle la cuenta a quien gestiona El Budget™ para que cuestione al mano derecha de turno si todas esas reuniones no podrían ser un mail.
Lo cual nos lleva al punto de si son necesarios los jefes que dirigen a jefes, que a su vez también son responsables de otros jefes, y que estos últimos sean los que se encargan de dirigir al final a las personas que son las que hacen todo el trabajo. No lo decimos nosotros, lo dijo Zuckerberg. O lo que es lo mismo: que una cadena de seis poleas se reúna constantemente para asegurarse de transmitir el movimiento a quien en última instancia aplica el esfuerzo. Pero ese quizás es otro tema.
En Xataka | Cómo funcionan las vacaciones ilimitadas, el beneficio laboral al alza que lo tendrá difícil en España.
Imagen | Xataka con Midjourney.
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