Para los arqueólogos, el hierro es un metal importante. La capacidad de extraer el hierro de la piedra y crear objetos a partir de este metal es uno de los marcadores que permitieron establecer una periodificación de las eras prehistóricas. En este sistema, las sociedades de la llamada “Edad de hierro” serían las más avanzadas.
Pero nuestros antepasados utilizaban el hierro antes de dominar su extracción. Y lo más curioso es que el hierro que empleaban no siempre procedía de la Tierra. Procedía del espacio.
Nuestro planeta es bombardeado frecuentemente por asteroides. La mayoría es de pequeño tamaño por lo que se desintegra al entrar en la atmósfera, dejando bólidos de fuego en el cielo. Pero en ocasiones estos meteoros alcanzan la superficie, y parte del asteroide nos llega en forma de roca: un meteorito.
Los asteroides contienen metales diversos, siendo el hierro uno de los que aparecen con frecuencia. Estos meteoritos habrían ofrecido a nuestros antepasados una pequeña fuente de hierro sin tener que incurrir en la engorrosa labor de extraerlo de la roca.
Los arqueólogos han ido encontrando numerosos ejemplos de usos de hierro en meteoritos. Un ejemplo reciente es el de una punta de flecha, hallada en Suiza en 2021, que fue identificada hace unos meses como pieza fabricada a partir de hierro de origen meteorítico.
Si queremos buscar ejemplos de sociedades prehistóricas utilizando hierro de procedencia extraterrestre para sus artefactos no tenemos siquiera que irnos hasta Suiza. Basta con acercarnos a la provincia de Alicante, más concretamente a Villena.
El Tesoro de Villena es un conjunto de objetos descubiertos en 1963 en esta localidad levantina. Se desconoce con exactitud el periodo en el que fueron manufacturados los 59 artefactos que componen la colección.
Sin embargo, el estudio más reciente de estos ha permitido conocer el origen meteorítico del hierro a partir del cual se crearon dos de sus elementos: una pequeña semiesfera hueca que pudo haber pertenecido a un cetro, bastón de mando o la empuñadura de una espada; y un brazalete abierto.
El último estudio de estas piezas ha comprobado que la presencia de níquel en los elementos ferrosos de estas piezas es correspondiente a la que se encuentra en los meteoritos y no en las vetas terrestres, donde este segundo elemento suele estar presente en concentraciones mucho más bajas. Los detalles del análisis fueron publicados en la revista del CSIC Trabajos de Prehistoria.
Probablemente el objeto de hierro meteorítico más conocido sea la daga de Tutankamon, faraón de la XVIII dinastía que gobernó Egipto en la segunda mitad del siglo XIV a.e.c. Pero no es la única ni mucho menos la primera.
En 2013, un estudio de las cuentas metálicas de un colgante excavado en la necrópolis de Gerzeh, al norte de Egipto, observó que las características de esta correspondían a la de un hierro de origen meteorítico que había sido “trabajado en frío”.
Los autores de la investigación, publicada en la revista Meteoritics & Planetary Science, estimaban que este colgante databa aproximadamente del año 3300 a.e.c. Esto implica que podría ser el primer objeto creado a partir de fragmentos de meteorito del que se tiene constancia.
¿Eran conscientes?
Sabemos que en la edad de bronce el hierro de los meteoritos eran utilizados para crear artefactos pero quizás la pregunta más interesante sea ¿sabían de su procedencia? La respuesta, con algunos matices, podría ser que sí. La clave puede estar en el antiguo Egipto.
Los egipcios no fueron los primeros en entrar en esta edad. Cuando el conocimiento sobre cómo fundir y moldear este metal llegó a la ribera del Nilo los egipcios ya habían construido pirámides y habían desarrollado un sistema de escritura jeroglífica. También contaban con un estado centralizado (en contraste a las ciudades estado que dominaban la edad de bronce) y una religión.
Y es en parte gracias a sus creencias que tenemos pruebas de que los egipcios sabían que algunas de las primeras piezas de hierro que empleaban venían del cielo. Un jeroglífico con 4.000 años de antigüedad es prueba de ello, explica Victoria Almansa-Villatoro, egiptóloga de la Harvard Society of Fellows, en un artículo en la revista Sapiens.
“[El rey] Unis captura el cielo y divide su hierro”, reza el texto. Los egipcios creían que el cielo era una bóveda de hierro que sostenía el agua del cielo. Esta bóveda a veces se resquebrajaba, provocando la lluvia, pero también que de ella cayeran trozos de la bóveda metálica a la tierra, los meteoritos.
Los egipcios eran tan dados a la astronomía como sus vecinos babilonios y su modelo cosmológico puede que fuera bastante rudimentario: aunque supieran que estaban usando un hierro caído de los cielos, no tenían una idea muy acertada de qué era lo que había en esos cielos.
Según Almansa-Villatoro, los egipcios y los sumerios compartían una cosmovisión semejante, y parece que amas culturas la habían desarrollado hacia el tercer milenio antes de nuestra era. Es a través de una colección de textos funerarios datados entre las V y VIII dinastías, hace entre 4.400 y 4.100 años, que pueden hallarse pruebas de esta vinculación entre el hierro y el cielo. Pruebas como el texto anterior.
La vinculación es tan férrea que, como explica la egiptóloga, el egipcio antiguo utilizaba la misma palabra para hablar del cielo y del hierro. Una correspondencia semejante a la que se da también en el sumerio.
¿Y los que crearon el Tesoro de Villena? ¿Sabían del origen del metal que empleaban? Es más difícil (con lo que sabemos, imposible) asegurarlo. Este conjunto está envuelto en un total misterio: no sabemos a quién perteneció, por lo que es imposible asociarlo a una cultura concreta.
Aun si pudiéramos asociarlas a una cultura concreta, sabemos muy poco de las que habitaron la península Ibérica en la era prerromana. Con la posible salvedad de las que llegaron de otros puntos del Mediterráneo, claro.
Sí existe un pequeño indicio, el hecho de que una de estas piezas estuviera adornada con láminas de oro en disposición de estrella de cuatro puntas. Esto no es más que un indicio circunstancial, insuficiente a todas luces para servir de prueba, suficiente como para despertar la curiosidad.
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Imagen | Pieza funeraria de la tumba de Tutankamon y fragmento del Texto de la pirámide. Djehouty / Thoth
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