Y poco después de las 22:20 del viernes 6 de agosto, el módulo Vikram de La India dejó de comunicarse justo antes de impactar de algún punto de la superficie de la Luna. El 11 de abril de este mismo año, el Beresheet israelí se estrellaba también (sembrando el satélite de tardigrados, de paso). Hay algo curioso aquí.
60 años después de que la primera sonda humana llegara a la Luna y 50 después de que la pisáramos por primera vez, aún sigue siendo tremendamente difícil alunizar allá arriba. ¿Cómo es posible? ¿Qué está pasando en el espacio?
Empezar de cero
La respuesta es más sencilla de lo que parece. En la década de los 60, ni EEUU ni la URSS se preocuparon de construir una plataforma estable para ir a la Luna. Su objetivo siempre fue vencer al contrario en un pulso que catapultó la ciencia y la tecnología hasta un lugar nunca visto.
"En lugar de dar los pasos lógicos para construir un modelo sostenible para el acceso continuo y las operaciones, [lo que hicimos] fue más bien saltar a la superficie de la luna. Esta forma anormal de proceder eliminó los medios para construir la cadena de suministro necesaria para apoyar el transporte continuo de equipos, materiales y personas a la luna", explicaba Blair DeWitt, CEO de Lunar Station Corporation (LSC).
En la década en que los intelectuales estaban convencidos de que "si no se pueden hacer viajes rápidos dentro de Europa rápidos, ¿qué se va a hacer a la Luna?", las superpotencias gastaron cantidades ingentes de recursos en el espacio y eso dio sus frutos.
Dio sus frutos, pero no construyó un árbol. Por eso ahora, las organizaciones (públicas o privadas) que quieren ir a la Luna tienen que empezar desde cero. Y, como os podéis imaginar, es caro. Hace casi quince años, X Prize y Google crearon un premio para la primera organización no gubernamental capaz de completar una misión lunar. Ofrecieron 20 millones de dólares a quien lograra hacerlo.
La Luna sigue estando bastante lejos
A principios de 2018, cuando se dieron cuenta de que nadie iba a conseguirlo antes de la fecha límite que habían marcado, suspendieron el concurso. ¿Por problemas técnicos? Seguramente, pero sobre todo por problemas económicos. Con 20 millones no hay ni para empezar.
Para que nos hagamos una idea, solo el cohete que nos llevó a la Luna, el Saturno V, costó unos 6.500 millones de dólares. Es verdad que en los últimos años, los costos de la aventura espacial se han desplomado, pero siguen siendo enormes.
Se ha hablado mucho de que la misión Chandrayaan-2 de la India ha costado menos que el presupuesto de la película de 'Interstellar': unos 140 millones de dólares. Pero el país asiático (que aún espera recuperar el contacto con la nave) lleva más de una década gastando mucho más que eso para siquiera acercarse al objetivo de ser el cuarto país en posarse (suavemente) sobre la Luna.
Neil Armstrong era Bjarni Herjólfsson, no Cristobal Colón
En cierta forma, los éxitos de Space X, Blue Origin y toda la cornucopia de empresas privadas espaciales han podido crearnos la falsa impresión de que el espacio es un terreno mucho más domesticado de lo que lo es en realidad. Normalmente olvidamos la inmensa cantidad de recursos que han necesitado, los que la NASA les ha permitido aprovechar y, sobre todo, el hecho de que estas empresas, pese a lo innovador de sus enfoques, se dedican a la parte más estudiada, la órbita cercana.
La Luna, aún, juega en otra liga. Y, por eso, que nuestro satélite se haya puesto de moda de nuevo es algo muy interesante. Lejos de los focos, decenas de países y centenares de compañías están trabajando en armar esa plataforma estable que nos permita viajar y realizar operaciones allá arriba sin tener que empezar de cero.
Lo que estamos viendo es que, haciendo un tosco paralelismo, Neil Armstrong no fue el Cristóbal Colón de la Luna. Fue Bjarni Herjólfsson el navegante proto-nórdico que llegó a Vinland según las sagas islandesas. Lo que vemos, pues, son los primeros pasos de la verdadera inclusión de la Luna en los ciclos socio-económicos de la Tierra. Va a costar y vamos a ver muchos fracasos; pero el proceso que empezamos hace ya medio siglo parece que llega a su fin.
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