"Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo nadando en sentido contrario, quien los saluda y dice, 'Buenos días, muchachos ¿Cómo está el agua?' Los dos peces siguen nadando hasta que después de un tiempo uno voltea hacia el otro y pregunta '¿Qué demonios es el agua?'". Así empezaba David Foster Wallace su discurso en la graduación de la Universidad de Keyton de 2005.
El punto de la historia de los peces, como se apresuraba él mismo en aclarar, es simplemente que "las realidades más obvias e importantes son con frecuencia las más difíciles de ver y sobre las que es más difícil hablar". Nos acostumbramos a nuestro entorno y, al cabo de menos tiempo del que creemos, se vuelve completamente invisible.
Los psicólogos lo llaman "habituación" y aprender a combatirlo cuando nos interesa es un arma revolucionaria para la productividad.
¿Por qué nos habituamos? "Hay una razón adaptativa evolutiva para ello y es que necesitamos conservar nuestros recursos", explicaba Tali Sharot, profesora de neurociencia cognitiva del University College de Londres, en la BBC. "Responder a algo nuevo que vemos, olemos o sentimos por primera vez tiene sentido, pero cuando después de un rato notas que sigues vivo y todo está bien, ya no necesitas responder a ello tanto como antes".
Y, entonces, es mejor "ahorrar recursos".
Y menos mal que lo hacemos. Como señalaba la misma Sharot, la habituación tiene un papel clave en asuntos como el aprendizaje o la motivación. Es lo que hace que nos acostumbremos a las realidad en la que estamos y aspiremos a más; pero también es lo que nos ayuda a superar situaciones como un despido o la pérdida de un ser querido.
Como decía al principio, los mecanismos de habituación no son realmente un problema si se activan con sentido. Pero, claro, eso no siempre pasa.
Cuando la habituación se vuelve en nuestra contra. A menudo, terminamos habituándonos a situaciones que no nos hacen bien y, por esa relación que tiene el fenómeno con la motivación, nos cuesta hacer nada para salir de ello. Por ello, Shalot nos daba algunos consejos para "engañar a nuestro cerebro para superar esta tendencia natural a habituarse" cuando sea necesario.
Cómo deshabituarse en tres cómodos pasos. El primer truco es tomar distancia. Parar, hacer otras cosas y mirar nuestra situación con la mente más fresca que podamos. Por eso es muy recomendable reflexionar sobre nuestra vida laboral después de las vacaciones o en los primeros días tras reincorporarnos al trabajo.
El segundo truco es tratar de movernos por muchos sitios y ambientes diferentes. A menudo, tener un entorno de relaciones, amistades y familiares que se dedican a numerosas cosas nos ayuda ver que las situaciones a las que estamos acostumbrados no son nada corrientes.
El tercer truco es planificar nuestras actividades (sean laborales o de ocio) teniendo en cuenta que nos vamos a habituar a ellas. La misma Shalot explicaba que, según varios estudios, el momento más "feliz" de las vacaciones ocurre a las 43 horas. Cuando uno ya ha hecho la inmersión en el nuevo ambiente, pero antes de empezar a habituarse.
Imagen | Steve Jurvetson
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