Ya lo dice el refrán: “Pez grande come pez chico”.
Tirando de sabiduría popular y la máxima infalible de que pocas cosas hay más poderosas en la naturaleza que el instinto de supervivencia, un grupo de investigadores ha ideado un sistema prometedor para mantener a raya la población de peces mosquito (Gambusia spp), una especie oriunda del oeste y sureste de EE.UU que a lo largo del siglo pasado se liberó a discreción por todo el mundo como una solución a la desesperada para controlar la malaria, pero que, con el tiempo, ha terminado revelándose un azote terrible para los peces y anfibios autóctonos. ¿Cuál es la propuesta? Diseñar y fabricar un robot que emula a una lubina, su depredador natural.
En teoría, o al menos en la teoría de las autoridades del siglo XX, el Gambusia spp debía convertirse en nuestro mejor aliado para combatir la malaria. La propuesta sonaba a las mil maravillas sobre el papel: se trasladaban crías a diferentes zonas afectadas por la enfermedad y se liberaban en ríos, lagos y estanques con la esperanza de que se comiesen las larvas de los mosquitos que transmiten el paludismo. Para pesar de John “Hannibal” Smith, los planes, sin embargo, no siempre salen bien. Los Gambusia spp empezaron a cebarse con las especies nativas y mostraron una predilección especial por los huevos e incluso las colas de los peces y anfibios. Su impacto fue tal que, como recuerda Science News, acabaron colándose en el catálogo de grandes especies invasoras elaborado por la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza.
El efecto de un buen susto
Lo habitual ante casos así es que las autoridades opten por medidas drásticas y tiren de trampas y venenos para eliminar el mayor número de ejemplares. El problema, a menudo, es que esas medidas son poco efectivas y pueden dañar a las propias especies autóctonas que se quieren proteger. Ante esa encrucijada, Giovanni Polverino, de la Universidad de Australia Occidental en Perth, y el resto de sus colegas optaron por otra solución, bastante más imaginativa: diseñaron y fabricaron un robot que emula a un ejemplar de Micropterus salmonides, aka lobina (o lubina) negra, némesis natural de los peces mosquitos. Su objetivo, señala Natural Science, era optar por “formas más creativas de prevenir el comportamiento no deseado de una especie”. El problema, al final, no era la población de Gambusia en los ecosistemas, sino cómo se comportaba por la falta de depredadores.
Robot mimicking the appearance of largemouth bass uses fear to fight invasive mosquitofish. In laboratory trials, researchers find the robot reduced both mosquitofish predatory behavior and overall fertility. Learn more in @iScience_CP: https://t.co/uSgXeBMzSN@GioPolverino pic.twitter.com/LNnoUaWDYq
— Cell Press (@CellPressNews) December 16, 2021
Con el “robofish” ya listo, los investigadores prepararon doce tanques en los que soltaron media docena de peces mosquito y otros tantos renacuajos nativos de Australia, una de las especies con las que suelen cebarse en libertad. Al cabo de una semana se dividieron las muestras en dos grupos con las que se experimentó en tanques especiales: en el primero se liberaba durante cierto tiempo el "pez robot", que los expertos programaron para que reconociese y se abalanzase sobre los peces mosquitos que intentaban acercarse a los renacuajos; el segundo, que sirvió de contraste, se mantuvo en las mismas condiciones, libres del depredador mecánico.
Al repasar los resultados, los científicos constataron el efecto del miedo. Los peces mosquitos que interactuaban con los “robofish” acabaron modificando su comportamiento: dejaron de explorar el tanque, tendían a agruparse y mostraban una actitud más pasiva y en alerta. Lo más curioso del experimento es que el efecto se percibió incluso cuando los peces mosquitos estaban libres del acecho del robot. Todo lo contrario ocurrió con las crías de anfibio, que pasaron a comportarse con mayor libertad y emprendieron exploraciones más extensas por sus estanques.
El efecto de las lubinas mecánicas dejó incluso una huella fisiológica en los peces mosquito. Debido al estrés acumulado, perdieron tamaño y algunos ganaron velocidad para escaparse de las lubinas. Incluso el recuento de espermatozoides de los machos acabó afectado: bajó más o menos a la mitad. Las conclusiones están recogidas en un artículo de iScience con un título que difícilmente puede ser más claro: “Ecología del miedo en peces altamente invasivos revelada por robots”.
Con las conclusiones del estudio ya sobre la mesa, ¿se plantean los investigadores soltar lubinas mecánicas a diestro y siniestro en ecosistemas de agua dluce, como lagos y ríos? “Nuestro plan no es liberar a cientos de miles de estos robots en la naturaleza y pretender que resuelvan el problema”, aclara Polverino a Science News. La clave, detalla, está en lo que muestra el estudio: el efecto del miedo, algo que también puede aprovecharse, recuerda el experto, recurriendo a medidas mucho más convencionales como reproduciendo el olor de depredadores.
Imagen de portada | Schizoform (Flickr)
Ver 3 comentarios