Las tendencias editoriales en España tienden a los extremos: del gigantismo de las pocas editoriales grandes, copando escaparates y libros de ventas con sagas infinitas y ediciones especiales, a pequeñas editoriales que sobreviven con políticas de guerrilla y recursos ínfimos. Es en este último lugar, por supuesto, donde se encuentra el riesgo, la alternativa y la militancia. Es el mundo de la microedición.
Hay una línea que separa la autoedición o la edición amateur de la microedición, es estrictamente legal y conviene dejarla clara. Una microeditorial es una editorial minúscula, a menudo dirigida por dos o tres personas que editan y se encargan de todas las tareas precisas o las externalizan, pero cumplen todos los requisitos legales: los libros son registrados debidamente y la distribución a menudo sigue los cauces habituales. Aunque ésta tiene un alcance, obviamente, mucho más limitado que el que consiguen las editoriales grandes, que hacen suyos terrenos vetados a las editoriales más pequeñas como las grandes cadenas de librerías, o las grandes superficies.
Por otra parte, la autoedición y la edición amateur, se salta a menudo los cauces legales y publica en modo guerrilla, sin rendir cuentas con la legalidad vigente. Lo que han sido los fanzines de toda la vida. Sin embargo, la diferencia de aspecto entre la autoedición y la microedición no es muy notoria, debido sobre todo al abaratamiento de los medios de impresión y reproducción, que permite que un fanzine tenga todo el aspecto de una publicación profesional. Este abaratamiento, a su vez, es también lo que ha hecho que se hayan multiplicado las microeditoriales: ya no es necesaria una inversión millonaria para editar libros. Ni siquiera aunque se opte por la vía legal.
Relacionado con ello podríamos intentar detectar el punto en el que nace el actual boom de las microeditoriales. Nos lo cuenta Alberto Haj-Saleh, librero en Casa Tomada de Sevilla y uno de los fundadores de ¡Hostia un libro!, festival de micro y autoedición que acaba de cumplir diez años y que fue responsable en buena medida del impulso que recibieron hace una década una gran cantidad de editoriales. Pero el punto clave para el sector hay que encontrarlo aún antes: "Hace alrededor de veinte años, cuando se popularizo la impresión digital".
Nos dice que "cuando empezó la impresión digital, los costes se abrataron de tal manera que sacar una tirada de 100 ejemplares costaba, por ejemplo, 160 euros. Ese es el gran cambio. Casi cualquier persona puede editar un libro por poco dinero: antes había que tirar de off-set e imprentas grandes, y había que recurrir a tiradas de cinco o diez mil ejemplares, algo que no se podían permitir las editoriales pequeñas". Además, Haj-Saleh añade que "pagando la imprenta y el depósito legal, e incluso una sola persona siendo autónomo" tiene todos los requisitros legales para ser una editorial.
Uno de nuestros interlocutores en este artículo, Óscar Palmer de Es Pop, también nos plantea un precedente del boom actual, y nos dice que "recuerdo que a finales de los noventa salieron sellos muy majos —hoy extintos— como Metáfora, especializado en autores de Europa del Este, o Ediciones del Imán, especializado en textos literarios relacionados con el cine, pero quizá no cultivaron lo suficiente su carácter diferencial, cosa que sí hacen hoy editoriales como Sajalín, Dirty Works, La biblioteca de Carfax o Colectivo Bruxista, por citar algunas que están sabiendo mantener una coherencia temática y formal"
Nombres propios de la microedición
Sumergirse en el mundo de la microedición es toda una aventura, sobre todo porque no hay reglas. Editoriales como la veterana Lengua de Trapo, la popularísima Libros del KO o la ya establecidísima Blackie Books, que ha publicado el libro más vendido del año, están en un punto intermedio entre los grandes grupos editoriales (Planeta, Penguin Random House, Santillana...) y las genuinas microeditoriales (Cabaret Voltaire, Contraescritura, Orciny Press, El transbordador, Aventuras Literarias, Barbarie, Bala Perdida... la lista es virtualmente infinita). Para entender un poco mejor su naturaleza y objetivos hemos hablado con tres de ellas.
La Biblioteca de Carfax, por ejemplo, es una microeditorial que llevan solo entre dos personas, Shaila Correa y María Pérez de San Román, y que está dedicada, como su nombre indica (la abadía de Carfax es un escenario clave de 'Drácula'), a la literatura de terror. Cuando les preguntamos por los motivos detrás de la creación del sello, nos dicen que "nos juntamos en un momento personal y profesional de cambio. Buscábamos algo más que un simple trabajo sin vocación. Y bueno, ahora lo tenemos, aunque de momento hemos sacrificado un poco la parte monetaria".
También hemos hablado con Belén García de Editorial Barrett, compuesta por solo tres personas. Aquí queda claro cómo una sola persona tiene que emprender acciones multitarea: su socio Manuel se centra en el diseño de los libros, pero también hace una selección de manuscritos que llegan a la editorial (una tarea que se reparten entre los tres). El tercero, Zacarías, con la ayuda de una colaboradora externa, se encarga de las correcciones, pero también de la parte financiera de la editorial. Belén está más orientada a la comunicación, pero como nos cuenta, "al ser tres, nosotros nos lo guisamos y nos lo comemos todo. Todos hacemos todo en un proceso bastante horizontal".
Finalmente, Es Pop es una editorial de las que algunos llaman mínimas, compuestas por una sola persona que se encarga de llevar a cabo todas las tareas que exige la editorial. En esta caso se trata de Óscar Palmer, que nos dice que "la editorial siempre ha sido –y me temo que seguirá siendo– unipersonal. Mi pareja me echa con frecuencia una mano con cosas como la preparación de los pedidos o la atención al público cuando vamos a ferias y similares, pero lo que es la labor puramente editorial la sigo realizando solo".
La creación de estas editoriales, y es una de las diferencias esenciales con grupos más grandes, surge de un movimiento muy orgánico: un grupo de amigos que comparten afición por la literatura deciden emprender el negocio juntos. En Barrett nos dicen que "no estábamos muy contentos con nuestros trabajos cuando fundamos la editorial" (entre los tres figuran desde arquitectos a periodistas), así que fue una decisión donde pesó más lo personal que lo monetario.
Es Palmer quien nos revela el punto incluso vocacional que tiene la profesión de microeditor: "Me encanta traducir, me encanta diseñar, me fascinan todos los aspectos creativos e incluso técnicos que intervienen en la elaboración del libro, pero lo que es el concepto tradicional del trabajo editorial ni me interesa ni me agrada. Si fundé un sello fue únicamente para poder desarrollar esas otras labores que sí me estimulan en las mejores condiciones profesionales y con el mayor margen de libertad. Y si eso implica trabajar a otro ritmo, publicar menos o incluso pasarte medio año sin sacar novedades porque estás dedicando el tiempo a otras cosas como lanzar una cerveza u organizar un concierto, pues que así sea".
Tanto Barrett como Carfax nos desvelan otra nota común entre microeditoriales: cero contactos previos con el mundo editorial. En la primera nos dicen que "a las agencias, las imprentas, los traductores los hemos ido conociendo por el camino" y en la segunda, que "hicimos varios cursos de edición editorial" (algo que también está en el origen de Carfax, un curso donde se conocieron las editoras). Y a partir de ahí, un contactar poco a poco con autores y autoras que les interesaban para publicar.
En Es Pop, Palmer nos dice que en realidad, la creación de su editorial es una mezcla de tres metas: monetaria, personal y buscar algo distinto en lo laboral. Nos dice que "Es Pop nació como un intento de crear un espacio en el que poder publicar lo que a mí me diera la gana, no sólo en cuanto a la elección de títulos sino también en la manera de presentarlos. En este sentido, los dos primeros libros que edité fueron un experimento para comprobar si, por una parte, realmente era capaz de sacar adelante el trabajo y, por otra, si esos títulos determinados podían llegar a tener suficiente aceptación como para hacer de la edición de mis libros favoritos de ensayo y biografía un proyecto viable. De no haber funcionado, la aventura bien podría haberse quedado ahí, en esos dos".
Queda claro, de este modo, que en estas microeditoriales hay muy poca ortodoxia, y que a veces se va actuando según la marcha y con los recursos que se tienen. Así nos lo cuenta Carfax, acerca de cómo tuvieron que improvisar en el tema de las reimpresiones de las novedades, que no tenían previstas por falta de experiencia: "Desde hace dos años, prácticamente tenemos un catálogo paralelo de novedades y reimpresiones. Que es muy buena noticia, por supuesto, porque eso quiere decir que los libros se venden y recorren su camino, pero cuando nos dimos cuenta de que había que empezar a reimprimir varios títulos no estábamos preparadas, no teníamos hecha una previsión, como tenemos ahora".
A diferencia de las grandes editoriales, cada caso es un mundo: Óscar Palmer nos dice que "aparte de la década que llevaba traduciendo para otras editoriales, había estado también año y medio trabajando en un periódico literario gratuito, Más Libros. Digamos que en un periodo relativamente corto de tiempo pude desarrollar una perspectiva más analítica de la industria, vista desde fuera, que se solapó con mis primeras tomas de contacto desde dentro, como colaborador. Si a eso le sumas que también tenía cierta experiencia en el trato con imprentas y distribuidoras gracias a mi participación en otros proyectos… no voy a decir que me sintiera del todo preparado, pero por lo menos tampoco me veía perdido".
Mamá, quiero ser editor
En Barrett nos recuerdan que esa inexperiencia se paga, precisamente, cuando la microeditorial se tiene que amoldar a las formas y modos de la industria en España: "Aquí la industria funciona en base a novedades, a colocar un libro y dejar que pase un tiempo en la librería, que puede ser de una semana a varios meses, y puedes tener una devolución literalmente en tres días, si el librero considera que no lo va a vender".
Y prosiguen: "Es un desafío para una microeditorial porque juegas con dinero ficticio, no sabes si vas a tener que comerte los libros, destruirlos o qué. En otros países, el libro que se vende se cobra, pero aquí tienes un dinero falso: cuentas con un dinero que si el libro no se vende, se te resta". Dicho con otras palabras, el sistema favorece y a la vez perjudica a las microeditoriales: no hay que hacer una inversión muy grande para arrancar, pero cuando entras en la "burbuja" es complicado salir. De ahí la decisión/necesidad de editoriales como Barrett o Carfax de publicar pocos libros al año. Muchos de ellos acaban convirtiéndose en éxitos que trascienden la pequeña cámara de resonancia de las editoriales minúsculas, como 'Panza de burro' de Andrea Bareu, de la propia Barrett o 'Los trapos sucios' de Es Pop.
Óscar Palmer también detalla algunos de los desafíos financieros a los que se enfrentan las microeditoriales: aunque la inversión inicial no sea grande, destaca la "disparidad entre lo elevado de la inversión inicial frente a lo lenta que es la rentabilidad. Incluso cuando un libro funciona bien, en el mejor de los casos tardas una media de cinco o seis meses en empezar a ver el beneficio. Si durante ese mismo periodo lanzas otro par de títulos, porque quieres que los libreros vean cierta continuidad, lo que estás haciendo es aumentar tu deuda sin garantía alguna y sin datos reales que te guíen, porque las liquidaciones que te pasan las distribuidoras son sobre libros colocados, no vendidos", Resumiendo: "Cuando empiezas, o tienes los bolsillos bien forrados para sobrevivir un periodo bastante largo, o tienes que andar con pies de plomo y aprender a hacer malabares".
En ese sentido, hay una interesante reflexión de Palmer, que nos habla de cómo las condiciones legales en España, aunque siempre duras para el pequeño empresario, también son favorables en ciertos aspectos a las microeditoriales: "no hay que olvidar la ley del precio fijo. Todo esto que acabo de comentar es posible única y exclusivamente porque a día de hoy los gigantes editoriales y comerciales no pueden barrernos del tablero de juego a base de descuentos desorbitados y de tirar los precios hasta eliminar a la competencia, como hicieron en Gran Bretaña cuando la revocaron en 1995 en nombre del libre mercado".
Más pequeños, más baratos
La situación de las microeditoriales, como decíamos, se ha visto potenciada por el abaratamiento de los medios de reproducción de los volúmenes. Nos comentan en Carfax que "antes el sector era más, digamos, independiente, pero las editoriales históricas fueron compradas e incorporadas a los dos grandes grupos". Y aún así, "España es un país rico en oferta editorial porque la gente no tiene miedo a lanzarse a publicar cosas que le importan, imagina si fuera más fácil montar una empresa, estaríamos en el paraíso en cuanto a variedad".
La cuestión es que hacerse un hueco es un proceso lento y que una editorial pequeña no siempre lo tiene fácil. Carfax lo ha conseguido gracias a su especialización temática: "En nuestro caso, ser una editorial de nicho facilita un poco las cosas porque hay un tipo de lector que ya se va a acercar, aunque también es complicado llegar a un público más amplio". En efecto, solo una editorial de nicho publicaría libros para muy cafeteros como 'Mi corazón es una motorierra' de Stephen Graham Jones. "El mayor problema", dicen, "es que los grandes grupos publican una absoluta barbaridad (y ellos son los que copan la prensa, los anuncios, las vallas publicitarias), pero los medianos no se quedan atrás. Es más, hay algunas editoriales pequeñas que tienen un ritmo de publicaciones vertiginoso".
Pero para una pequeña editorial, un gran fracaso en una edición especialmente costosa, por ejemplo, puede ser fatal. Óscar Palmer nos relata su caso: "Ya con el tercer libro, la biografía de Charles Schulz que publiqué en 2009, me llevé un buen costalazo que estuvo a punto de dar al traste con todo el proyecto. Una cosa que no te suelen contar, por cierto, es que cuando un libro fracasa no se limita a generarte una pérdida económica puntual. El problema es que, cada vez que tus devoluciones superan a las ventas en un mes determinado, la distribuidora retrasa el pago de las facturas ya emitidas para cubrir el negativo. Es decir, que los ejemplares devueltos de una novedad pueden provocar que tardes aún más en cobrar lo facturado por lo que sí vendiste hace tres o cuatro meses".
Más dramas que hacen tremendos agujeros a las editoriales pequeñas, continúa contándonos Palmer: "Por otra parte, si de una tirada de 2.000 ejemplares no llegas a vender ni 500, como ocurrió en este caso, ¿qué haces con el resto? Pues acabas pagando un almacenaje mensual a X euros por palet. Y mil quinientos ladrillos de seiscientas páginas en tapa dura dan para varios palets. El libro de Schulz no sólo supuso la pérdida de una inversión, sino que siguió generando gastos durante años porque no se vendían suficientes ejemplares ni para costear el almacenaje. Y hablamos de un solo libro, multiplícalo por diez o por cien. Por eso tantas editoriales optan por destruir gran parte de su fondo a cada tanto".
Y en este problema para hacerse hueco tienen mucho que ver las librerías. Las autodenominadas generalistas, dicen en Barrett "no tienen cariño por lo que venden, no seleccionan nada, sino que lo hacen en su lugar las distribuidoras con las que trabajan", pero hay muchas otras que sí apoyan los proyectos pequeños. "La pequeña editorial cuida mucho la edición del objeto, y eso el público y las librerías saben apreciarlo", nos cuentan. Las exquisitas ediciones de libros como 'Señoras victorianas: fantasmas' de Carfax, 'Catálogo de sombras' de César Sánchez en Barrett o 'Cuando los tebeos eran peligrosos' de Es Pop son buena prueba de ello.
En cuanto a las librerías, Óscar Palmer nos cuenta que "es cierto que hay algunas librerías muy militantes y dispuestas a apoyar a los pequeños editores por principio, lo cual está muy bien y por supuesto se agradece, pero en términos
generales la mayor parte de los distribuidores y libreros tira por lo pragmático (...) Si por lo que sea tu catálogo encaja con alguna cuestión de actualidad que se les antoje de interés general, rápidamente te hacen espacio" Algo que sí beneficia a las microeditoriales: "la proliferación de puntos de venta alternativos, al margen de las librerías tradicionales. Me refiero a tiendas como Chopper Monster o La Integral en Madrid, Bahnhof y Picaraza en Zaragoza, La Contxita de Sants en Barcelona y muchas otras que me dejo, que no son estrictamente librerías, sino espacios que combinan la literatura con la música, la moda y productos aledaños".
Finalmente, hay un par de elementos esenciales con las que tienen que contar estas pequeñas editoriales para abrirse paso en el mercado. Uno de ellos son las ferias, eventos y otras celebraciones de reunión y venta. De ellas, Óscar Palmer nos dice que son "otra manera de crear o reforzar esa sensación de comunidad y de generar ese movimiento que luego se traslada y se perpetúa en las redes. Acudo regularmente como visitante a eventos como Santa Librada, MiraLook o el FanziMad, y hace unos años tuvimos puesto en varias ediciones del Hostia un Libro y en el primer Graf que se celebró en Madrid. Si he dejado de participar es por pura logística".
Otra son las redes sociales e internet, una forma alternativa de darse a conocer al margen de los grandes medios. En Barrett nos dicen que "tienen sus pros y sus contras, porque si no estás en redes prácticamente no existes", pero por otra parte ambas editoriales reconocen que es una forma esencial de crear comunidad, darse a conocer e informar a los lectores de las novedades. Óscar Palmer dice que "Sinceramente no sé hasta qué punto esa posibilidad de darte a conocer a más gente es real. Mi impresión al menos es que, a día de hoy, las redes sociales funcionan igual que los medios de comunicación tradicionales: la posibilidad de hacerte notar existe, pero es remota, porque al final el 90 % de la gente acaba hablando siempre de las mismas cosas, igual que hacen los periodistas culturales en sus respectivas publicaciones".
Cuando pedimos a las tres editoriales, para terminar, que echen un vistazo al futuro y nos digan cómo ven el panorama, ambas coinciden: hay muchísimo movimiento en los últimos años. "Es posible que en los últimos cinco años hayan surgido más editoriales nuevas que en los anteriores cinco y eso siempre es positivo", dicen en Carfax. En Barrett coinciden: "Hay muchísimas editoriales, y buenísimas, y también muchas que están cerrando. La microedición es algo que habrá siempre, pero es cierto que ahora detectamos cierta tendencia a la fast lit, literatura de consumo rápida que conlleva muchas novedades y un mercado que se mueve muy rápido y que está copado por unas pocas editoriales".
Aunque Palmer también tiene un punto de vista más cáustico: "Lo de las pequeñas editoriales es como lo de los grupos de rock pijos: dudo mucho que desaparezcan en un futuro cercano, porque muchas de ellas nacen como proyectos de personas que en realidad no viven de editar. O bien son proyectos de gente con pasta y ganas de lustrarse el ego, o bien de genuinos entusiastas que quieren aportar su granito de arena al panorama cultural, pero que en realidad se ganan las lentejas en el mundo académico, en estudios de diseño o incluso en agencias de viajes". Un panorama tan variado y lleno de matices como los propios libros de sus catálogos. Y que sea por muchos años.
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