A mediados del siglo XX, escasos cinco años después del final de la Segunda Guerra Mundial, el turismo era una nota al margen de la economía mundial: tan sólo 25 millones de personas se desplazaban por motivos de ocio a otros países. Casi ochenta años más tarde, la realidad es muy distinta: más de 1.200 millones de personas vuelan, navegan y conducen anualmente a otros puntos del planeta. Es, por méritos propios, el país más poblado de cuantos existen sobre la Tierra.
La estadística. La cifra es de 2016: aquel año sumó otros 40 millones de almas errantes al marco global del turismo, situando el número de viajantes en los 1.246 millones. Dado su vertiginoso crecimiento, es de prever que a día de hoy, en 2018, el número de turistas ya sea superior al del país más poblado del planeta, China (unos 1.300 millones de habitantes). El volumen es por sí mismo espectacular, un fenómeno de migración itinerante y temporal jamás contemplado en la historia.
La tendencia. Pero es aún más asombroso si observamos la estadística. El turismo internacional ha estallado durante los últimos veinte años. En 1995 tan sólo se trasladaban por el mundo unas 500 millones de personas. Hoy lo hacen casi tres veces más. El abaratamiento de los vuelos es uno de los factores más relevantes: el número de aviones comerciales surcando los aires también alcanza su máximo histórico. La democratización del alojamiento y el consumo, los otros dos.
La importancia. Huelga decir que si el turismo ha llegado hasta aquí es porque es una fuente incesante de ingresos para los países receptores. A la cabeza se sitúa Francia, con 82 millones de visitantes anuales (el 10% del PIB). Le siguen de cerca Estados Unidos y España, con 75 millones, ambos disparados desde el fin de la recesión (en España representa el 11% de PIB: el principal motor económico del país).
Al alza también caminan China (60 millones en 2016 frente a los 20 de 1995: el mayor boom) e Italia (52 millones). México vive otro estallido reciente y ya supera los 35 millones.
Los problemas. A menudo, el maná económico que representa ha ocultado los aspectos más siniestros del turismo. Con frecuencia, fomenta economías amparadas en modelos precarios. Y además supone una carga medioambiental silenciosa pero capital: no sólo por la altísima carga contaminante responsabilidad de la aviación comercial, sino también por el resto de actividades (transporte, alimentación, producción de souvenirs, etcétera). A día de hoy, el turismo emite alrededor del 8% de los gases contaminantes del planeta. Y también va al alza.
¿Parará? La gran cuestión es si la tendencia de la industria en la última década puede ser revertida o contemporizada. Parece improbable: viajar sigue siendo cada día más barato, y alojarse en otros destinos del planeta cada vez más accesible. La gran cuestión es cómo realizarlo de forma sostenible: tanto para las ciudades que se han convertido en auténticos parques temáticos privados de cualquier vida orgánica como para el cada vez más precario equilibrio medioambiental del planeta.
No hay un "peak tourism". Y los 2.000 millones de turistas acechan en el horizonte.
Imagen | Pan zhiwang/AP