El cambio climático es una historia sobre la desigualdad. Sus consecuencias no son equitativas a lo largo y ancho del planeta: algunas regiones las sufrirán de forma más aguda que otras, y, por norma general, las poblaciones más desfavorecidas se llevarán la peor parte. Y de igual modo, no todos los seres humanos tenemos la misma responsabilidad en su gestación. Un puñado reducido de empresas han contribuido al deterioro del planeta en mayor medida que otras.
Exxon es el mejor ejemplo. La compañía sabe desde 1982 que su actividad económica (y la del resto de las grandes industrias del planeta) contribuye al calentamiento del planeta. Sus predicciones sobre el volumen de dióxido de carbono almacenado en la atmósfera han resultado ser exactas. ¿Qué ha hecho para evitarlo? Más bien poco. Pese al repentino interés del sector petrolero en regular las políticas climáticas, la suya es una historia de emisión y degradación del medio.
La lección es igualmente válida para otras grandes industrias. Lo ilustró hace dos años un informe elaborado por Carbon Majors Report, en el que ponía cifras al problema: el 71% de las emisiones de CO2 eran emitidas, según sus cálculos, por tan sólo 100 empresas, la mayor parte de ellas contadas entre las más grandes de la economía global. Otros trabajos caminan en la misma línea. Sabemos que el 10% de las personas más ricas emiten el 49% de las emisiones globales.
En ese 10% entramos la mayor parte de occidentales. Los países en vías de desarrollo lo saben. Parte de las reticencias de sudeste asiático a regular su industria generadora (muy dependiente del carbón) surge de esta idea. ¿Por qué deberían coartar su crecimiento por el bien del planeta cuando los estados occidentales no lo hicieron en su día? Lo cierto es que la responsabilidad sigue estando en las naciones ricas. Limitar nuestro consumo reduciría la huella ecológica de la humanidad en un tercio.
El estudio de Carbon Majors tuvo un gran impacto mediático, aunque sus resultados han sido discutidos. Non obstante, es útil para apuntar hacia los grandes responsables del cambio climático: la gran industria extractora y generadora. Y por ende sus directores y presidentes. Este mapa de Decolonial Atlas hace exactamente eso: cambia el tamaño de cada país en función de su peso en las emisiones, e incluye a las empresas incluidas entre las 100 más contaminantes.
El resultado es un mapa con nombre y apellidos sobre los responsables indirectos de que la humanidad haya sido incapaz de reducir sus emisiones a gran escala o de detener el progresivo calentamiento de la Tierra. El protagonismo de las grandes petroleras es indiscutible. En España, por ejemplo, aparece Josujon Imaz, ex-dirigente del PNV y actual CEO de Repsol. En Francia, Patrick Pouyanné, idéntico cargo de Total. En Países Bajos, Ben van Beurden, de Shell.
A nivel geográfico, el peso de las emisiones recae sobre América del Norte (o mejor dicho: Estados Unidos y su gigantesca industria extractora, desde ExxonMobil hasta Chevron, pasando por Drummond o NACCO) y Europa. En comparación, las aportaciones de América del Sur y de África palidecen. También es interesante el protagonismo de China y de la India, dos de los principales emisores contemporáneos (y ninguno de los dos demasiado interesado en cambiar la dinámica).
CNOOC, CNPC, Sinopec o China Energy, todas ellas petrolíferas chinas, y Coal India y ONGC, energéticas indias, logran que el tamaño de sus respectivos países crezca en comparación al resto de Asia (algo similar le sucede a Japón con Inpex).
El mapa, en definitiva, es una herramienta útil para entender el desequilibrio de responsabilidades en el cambio climático. No todos los países han tenido el mismo peso en el cataclismo medioambiental que acecha la humanidad; y no todas las personas han estado igual de implicadas en los procesos de toma de decisiones que, en última instancia, ha llevado a la economía mundial a ignorar las emisiones durante más de tres décadas. El calentamiento climático también es desigualdad.