El año pasado, TikTok fue la aplicación más descargada del mundo. Para ByteDance, la compañía china propietaria, ha sido una mina de oro. Duplicó sus ganancias en 2020, sumando más de 34.000 millones, un aumento del 111% con respecto al año anterior. La empresa ya ha sido valorada en más de 400.000 millones. E Igual que hizo en muchos lugares, TikTok explotó en Brasil en particular, siendo el país donde más se descargó la app. Así empezó una expansión de operaciones en el país: ha contratado ejecutivos locales y ha abierto puestos de trabajo.
Para mantener la aplicación en marcha, la empresa contrató a personal para transcribir el contenido. Pero el trabajo no era lo que parecía.
La oferta, la estafa. Una investigación de The Intercept relata los testimonios de algunos trabajadores y la vida precaria que llevaron durante ese tiempo. En realidad, parecía la oferta del siglo. Una oportunidad de trabajo remoto, sin horarios fijos, y que se pagaba en dólares. Y todo en un momento de extrema crisis económica. El trabajo de transcripción era simple: escuchar el audio de los videos de TikTok y escribir lo que se decía. El texto se usaría para desarrollar la inteligencia artificial de ByteDance.
Pero el plan de ganar dinero rápido se convirtió en un infierno. Muchos de ellos renunciaron de la misma manera que adquirieron el trabajo: a través de un mensaje de WhatsApp. No tenían contrato ni documentos que regularan el empleo. Y luego estaba el truco de los pagos. Como TikTok tiene un formato de vídeo corto, gran parte del audio que necesitaba transcripción duraba solo unos segundos. Se suponía que el pago era de 14 dólares por cada hora de audio transcrito. Pero claro, juntar los clips de segundos de duración en una hora les llevaba unas 20 horas. Eso resultó al final en sólo 70 céntimos por hora, tres cuartos del salario mínimo.
Sin contrato. El trabajo de transcripción se basaba en un modelo de economía gig, o temporal, uno de los favoritos de las empresas de tecnología. Los trabajadores no están protegidos por leyes laborales y se les considera contratistas independientes en lugar de empleados o asalariados. En el caso de los transcriptores de TikTok, el pago se basaba en la cantidad de transcripciones que realizaban en lugar de en las horas que trabajaban.
Eran contratados a través de subcontratistas y separados durante el proceso en grupos de chat en WhatsApp para agilizar las comunicaciones. En estos chats, decenas de ellos se quejaban de la carga de trabajo. En varios casos examinados por The Intercept, los trabajadores decían que no habían recibido los pagos prometidos. La oficina brasileña de ByteDance se negó a comentar nada al respecto y remitió al medio a las oficinas de la compañía en Estados Unidos. La sucursal estadounidense tampoco respondió.
Todo por WhatsApp. Según la investigación, esta cadena de subcontratistas se abrió paso a través de Pakistán antes de terminar en Brasil. Los subcontratistas buscaban trabajadores potenciales en las redes sociales. El primer punto de contacto para muchos solicitantes interesados era una cuenta de WhatsApp perteneciente a una tal Natasha De Rose, una psicóloga clínica ubicada en Río de Janeiro que funcionaba como reclutadora de facto a pesar de no tener un vínculo directo con la empresa.
En su página de Facebook se publicó una convocatoria que decía así: "Quien necesite un trabajo independiente y esté dispuesto a comprometerse con un trabajo remoto, estoy reclutando personas para trabajar en la transcripción pt-br. Más información SOLO EN MI WHATSAPP".
Encubierto. Todos los títulos de los grupos de chat mostraban el nombre de ByteDance, además de un número. Los gerentes decían que, en última instancia, el trabajo se estaba haciendo para ByteDance. El servicio de transcripción se realizaba a través de una aplicación descargada de un enlace cuya URL comenzaba con “Bytelemon”. Incluso un banner en la página decía: "Esta aplicación es solo para ByteDancers y Teams relacionados con ByteDance".
Según videos de reuniones y registros de conversaciones, el dinero para financiar el proyecto provenía del exterior y era transferido de una cuenta que pertenece a Maria Clara Alarcão. Pero ni Alarcão ni De Rose son empleados de ByteDance. El perfil de LinkedIn de Alarcão, que está casi vacío, la describe como "directora de proyectos". El perfil sigue a una sola empresa, Transcribe Guru, una plataforma de transcripción. Pero en un mensaje al grupo de WhatsApp, Alarcão dijo que ByteDance la contrató: “Como expliqué en las reuniones, fuimos contratados por una empresa china, ByteDance, para brindar servicios de transcripción a un cliente”.
Detrás de la cortina. ¿Y qué es Transcribe Guru? Cofundada por el empresario paquistaní Izhar Roghani, ofrece servicios de transcripción y traducción. Su web muestra el logotipo de ByteDance entre una lista de sus clientes. “Poseemos una fuerza laboral global de más de 500 empleados, la mayoría de ellos de Afganistán, Nepal, Sri Lanka, Libia, Brasil, Pakistán, Portugal, China y Palestina”, se jacta la compañía en su portal.
En un mensaje de audio de WhatsApp, una de las gerentes del proyecto de transcripción brasileño, Leandra Narciso, explicaba que ella y otras personas que trabajan con ella forman parte de una cadena extendida de subcontratación. "Izhar ni siquiera tiene un contrato con ByteDance, están subcontratados", explica Narciso. Y explicaba que aunque ByteDance es una "buena empresa", la cadena de subcontratistas hace que haya menos dinero para invertir hacia el final de la cadena. "Para cuando nos llega", dice sobre el dinero de los contratos, "el valor ya ha disminuido mucho".
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