El veraneo de sol y playa no es tan antiguo. Aunque las primeras incursiones de ciudadanos a estas zonas con ánimo recreativo data del siglo XVII, su práctica habitual empezaría hace 150 años. Europa, asolada por el cólera y otras enfermedades de rápida trasmisión, buscó el efecto terapéutico del mar y la costa. Pasear por la arena, sumergirse en el agua o dejar que el aire marítimo calase en tus pulmones formaba parte de todo un plan medicinal accesible para unos pocos, los que tenían el privilegio de poder pasar tiempo sin hacer nada, y de ahí que la aristocracia inglesa (las famosas playas victorianas) y francesa (especialmente su Riviera) comandara un nuevo hábito social que ha llegado a nuestros días.
Claro que, cuando eso de mojarse el traje dejó de verse como algo ridículo sino como algo de moda, los ciudadanos de economía más modesta también quisieron incorporarse al ocio del baño, y cuando empezaron a conquistar el derecho al descanso se lanzaron a practicar este nuevo pasatiempo, siendo algunas de las primeras costas en ver a obreros lanzarse a la arena las zonas de Brighton, Blackpool o Southend, y más tarde vendría Bristol.
Pero el turismo playero ha vivido muchos cambios desde entonces, claro. Como bien recordamos, los extensos vestidos con los que los señores se introducían entre las olas nos parecen más grandes que el pijama medio.
Las máquinas de baño y el pudor victoriano
El traje “ha de ser de tela ligera, de lana, y compuesto de dos solas partes: pantalón y blusa. La lana debe tener tal contextura que, aun cuando esté mojada, la tela no se aplique al cuerpo, sino que se mantenga tiesa a alguna distancia del mismo”, decía un libro de la época. Según cuentan, podían alquilarse o los confeccionaban las esposas en casa. Y nada de tomar el sol, no vaya a ser que los ricos pareciesen mejor jornaleros.
Hoy en día ir así vestido es impensable. La licra y el neopreno, bien prietos, se han impuesto como el traje por defecto. Y el que no haya ganado un buen bronceado en Punta Cana puede dar sus vacaciones por mal aprovechadas.
Durante el siglo XIX también existían los vestuarios o casetas a pie de playa, ya que ir con el traje fuera del recinto litoral no estaba bien visto. Había también artefactos que ayudaban a los bañistas a llegar a la orilla, y no había tanto interés como el de hoy en día por sumergirse en las profundidades del mar, en muchos casos bastaba con que llegase a los tobillos para aplicarse encima el agua de forma manual en el resto del cuerpo. En sus orígenes, el bañista medio no sabía nadar, y hoy el que no sabe hacerlo es un caso excepcional.
La conquista femenina: décadas peleando por enseñar más centímetros de piel
La incorporación de la mujer, como en otros ámbitos como la universidad o el derecho a voto, también fue más difícil. Dependiendo de la zona, el sexo femenino tenía bien prohibida la entrada o bien contaba con hábitats y tiempos de recreo segregados de los de los hombres. Hasta inicios de los años 20 la cuestión moral se observaba de una forma mucho más conservadora que hoy en día, y por aquel entonces podías toparte con inspectores que censurasen tu traje si era demasiado provocativo.
En esta fotografía de una playa americana, un hombre certifica que las sospechosas llevan un bañador que revele como máximo 5 pulgadas por encima de la rodilla. Habría que trasladarse a los 50 para que las norteamericanas estrenasen sus bikinis, que luego exportarían al resto del mundo.
El estándar de las ciudades occidentales de hoy están mucho más liberadas (al menos para la mayoría de actos), y las mujeres que hacen topless ya no causan ningún revuelo. Si conseguirá el nudismo en la playa normalizarse o no con el tiempo, es lo que todavía no sabemos.
El ocio playero: de los juegos a la bartola
Si nos hacemos caso de las fotos, los bañistas del pasado eran mucho más variados y divertidos que los de ahora. Carreras en carretilla, criquet, monerías de todo tipo eran espectáculos visibles en las playas de inicios de siglo XX. Tampoco las colchonetas hinchables es algo que hayamos descubierto recientemente. Hoy seguimos divirtiéndonos con juegos playeros, como las palas o el voleyball, pero la realidad es que tú y tus amigos no os hacéis fotos así de cachondas.
La playa y el emporio del turismo, una historia conjunta
Las playas fueron poco a poco imponiéndose como el centro geográfico de las ciudades turísticas. La vida empezó a configurarse teniendo la costa como el centro de interés, no como había pasado hasta ese momento. Aunque los puertos eran la zona comercial, las playas estaban más abandonadas, y es con la práctica del veraneo que empieza a modificarse la planificación urbanística. Edificios con vistas al mar, transporte hasta la playa, bares, balnearios, clubs deportivos, casinos y otros centros de interés a sus alrededores… todo ello vino con la idea moderna del litoral.
Por último, el empujón definitivo para la cultural playera llegaría de la mano de los vuelos baratos, en los años 70, cuando integrantes de la clase media de multitud de países podrían permitirse acudir cómodamente a playas norteamericanas o especialmente mediterráneas, gracias a su especial clima. Eso sí, el veraneo ya no sería el mismo que el de los aristócratas de mediados del siglo XIX, ahora las vacaciones duran entre un mes y una semana.
La playa ha sido el arranque del turismo moderno, de un motor económico para muchas ciudades y de un escenario social de lo más rico y variado, un lugar donde ir en paños menores no nos escandaliza y donde la ley es el respeto, la diversión y la democratización del espacio costero. Hasta nuestros días se han mantenido un par de normas no escritas en la mayoría de espacios: la playa es de todos y tu parcela es allá donde pongas la toalla, ni más ni menos. Esperemos que este modelo cultural nos dure muchos siglos más.