El mayor escándalo judicial y político de la historia reciente de Estados Unidos, una fuente de especulaciones constante y ahora también, gracias a Netflix, un fenómeno cultural internacional. La plataforma acaba de estrenar en España a bombo y platillo la miniserie documental Asquerosamente Rico, que empezó a grabar la directora Lisa Bryant antes de que el magnate se suicidara en la celda de una prisión federal el pasado agosto de 2019 a la espera del juicio.
La producción sintetiza todo el historial de batallas legales a las que se enfrentó (o mejor dicho, no se enfrentó) Jeffrey Epstein antes de su abrupto final. Durante cuatro horas escuchamos todo tipo de “descarnados” testimonios sobre los hechos imputados, tanto por parte de las víctimas acusadoras como por parte de la fiscalía de Florida y Nueva York entre 2006 y 2019. A continuación va un brevísimo, esquemático resumen de las claves judiciales que se difunden en la serie del momento, así como las que quedan aún por resolver.
Una extraña fortuna, unas denuncias perdidas, un acuerdo endulzado
En su arresto de 2019 declaró un patrimonio neto de casi 500 millones de euros. Cómo consiguió amasar esa fortuna sigue siendo un misterio. Su pasado está lleno de estafas, la primera de ellas conseguir un puesto como profesor de Física en la prestigiosa Escuela Dalton sin siquiera haber acabado la carrera y otra muy sonada estar inmiscuido en un fraude masivo de inversores bajo un esquema Ponzi por el que delató a sus socios antes de que se hundiera el barco y consiguió no ser inculpado.
Oficialmente trabajaba como asesor y gestor financiero, en teoría para fortunas superiores a los 1.000 millones, pero sólo se le ha conocido un cliente, Les Wexner, el jefe de L Brands, el conglomerado bajo el que se cobija la marca Victoria's Secret. En 1991 el multimillonario, un hombre muy celoso de sus negocios, le cedió plenos poderes para manejar su patrimonio, así como la mansión de Nueva York donde Epstein empezó a residir.
Cuando cayó en desgracia, en 2008, tanto Forbes como Bloomberg suscitaron dudas en torno a sus negocios. La revista New York fue más allá, hablando de que sus ingresos debían proceder de fraudes entre los que podían caber desde el blanqueo de dinero hasta los chantajes a los poderosos por encuentros sexuales con las jóvenes, muchas menores de edad, que el acusado supuestamente proveía en sus fiestas. Muchos apuntan a la importancia de Ghislaine Maxwell, británica de la alta sociedad y compañera vital (y que actualmente se encuentra en paradero desconocido). En esta asociación iniciada a principios de los 90 él ponía el dinero y ella la agenda de contactos.
Dos hermanas, una de ellas menor de edad por aquella época, afirman que en 1996 denunciaron por abuso sexual e intento del mismo a Epstein y Maxwell. Dicen que fueron tanto a la policía de Nueva York como al FBI, y que los federales contactaron con ellas muchos años después para indagar sobre estos años en relación a otra denuncia posterior, pero que ninguno de los dos cuerpos actuó contra Epstein a raíz de su denuncia en los 90. Las Farmer tienen pendiente ahora una denuncia contra el Estado de Nueva York por esta negligencia mientras que NYPD y FBI defienden que no tienen constancia de estos registros.
En 2005 una joven de 14 años y sus padres denunciaron a la policía de Florida que, bajo el pretexto de darle 300 dólares a cambio de un masaje, Epstein intentó abusar de ella. A partir de este punto empieza la investigación oficial de varios años que finaliza en 2006. La policía de Florida consigue los testimonios de 34 menores de la zona (otras 46 menores detectadas declinarían hacerlo) de las que se había abusado bajo ese mismo pretexto. Al parecer la mayoría de ellas provenía de entornos “vulnerables”. La investigación apunta también a una red de prostitución infantil internacional, aunque no ahonda en ello.
La policía presenta una declaración jurada solicitando que se acuse a Epstein de cuatro cargos de sexo ilegal con menores y uno de abuso sexual, pero el fiscal del condado, recriminado después por el jefe de policía de Palm Beach, facilitó legalmente que sólo se escuchase el testimonio de dos de las víctimas. Ellas, además, tendrían que oír cómo se las acusaba durante el juicio de ser prostitutas, motivo que la defensa usó para mermar la credibilidad de chicas de 14 años.
Aquí llega el punto más conflictivo de todo el historial de irregularidades de la vida judicial de Epstein: a espaldas de la policía e incluso del resto de miembros de su equipo, Alex Acosta, entonces el fiscal federal de Miami, llegó a un acuerdo de culpabilidad con el pedófilo que le ganó inmunidad penal no sólo de lo que se le acusaba a él, sino también a las cuatro coautoras (las madames “facilitadoras” de estas menores, entre ellas Maxwell) y cualquier otro "potencial conspirador" no identificado que surgiese en el futuro. No es raro que se dé inmunidad a un acusado, pero sí es altamente inusual que se garantice esto a los cómplices del delito y mucho menos a los potenciales conspiradores que surjan en el futuro.
Ello ha llevado a la especulación (un periodista de Vanity Fair afirma que un ex alto funcionario de la Casa Blanca le dijo que Acosta había dicho lo siguiente) de que esta extraña resolución podría deberse a que Epstein colaboraba con los servicios de Inteligencia. Al aceptar los cargos por solicitud de prostitución de menores que le ofreció Acosta, Epstein pudo eludir los cargos federales que podían suponerle una cadena perpetua. Al no informarse a las denunciantes de esto, el fiscal infringió derechos constitucionales de las víctimas y abrió legalmente la puerta a que después éstas volviesen a acusar por los mismos hechos tanto por lo civil como por lo penal a su supuesto abusador en el futuro, como así harían.
Pese a todo tuvo que ir a la cárcel por 13 meses, aunque también, y a diferencia de la mayoría de delincuentes de estos delitos, fue a un centro especial y tuvo permisos para salir seis días a la semana durante doce horas al día por permisos de trabajo.
Con el ruido del MeToo y una mayor atención en prensa a los escándalos sexuales, este polémico e irregular acuerdo le costó a Costa el puesto de secretario de Empleo que la Administración Trump le había otorgado en julio de 2019, coincidiendo también con el segundo juicio penal de Epstein que veremos a continuación.
El final de la inmunidad y las entregas judiciales del futuro
Entre 2008 y 2019 al menos una veintena de mujeres de identidad protegida, en muchos casos menores cuando los hechos denunciados ocurrieron, llevaron a los tribunales al financiero por acusaciones que van del abuso de menores a la creación de redes de explotación infantil. Muchas de las querellas son del año pasado contra los herederos de su fortuna y por tanto aún no han tenido resolución, pero la inmensa mayoría de las que sí han sido resueltas se zanjaron con acuerdos extrajudiciales cuyos términos no han sido difundidos al público.
En julio de 2019 Epstein era acusado formalmente por la fiscalía de Nueva York de tráfico sexual de menores y conspiración. Se enfrentaba a 45 años de cárcel. Dos de las mujeres que quisieron declarar en 2008 serían ahora escuchadas. Además de todas las pruebas anteriores, el FBI entró en su casa y encontró centenares, tal vez miles de fotografías de mujeres desnudas o semidesnudas, en muchos casos con aspecto de ser menores de edad. Ello posibilitó que se pudiesen presentar nuevos cargos y se diese una mayor validez a la teoría de la trama pedófila que se desechó una década atrás. Se desclasificarían miles de páginas de documentos de aquel acuerdo que se mantuvo en secreto. La actual jueza denegó su petición de salir bajo fianza.
A lo largo de las semanas sus propios abogados le hicieron ver que el cerco sobre su cabeza ya se había estrechado demasiado.
Y de aquí a los controvertidos hechos que aún no se han esclarecido. El 10 de agosto los guardias del Centro Correccional Metropolitano del sur de Manhattan encuentran a las 4 de la madrugada a Epstein tendido medio inconsciente en el suelo. No sólo estaba en una prisión de alta seguridad en la que se encerraba a los más célebres criminales como El Chapo Guzmán, sino que estaba en la unidad 9, con un nivel de vigilancia extremo.
Según la versión posterior de los dos funcionarios que estaban a cargo del recluso, mintieron en sus registros. No habían ido a vigilar como debían haber hecho en las horas previas, como tenían que haber hecho, sino que se quedaron dormidos y logearon sus inspecciones posteriormente. Ambos habían estado trabajando por encima de sus horas reglamentarias en una penitenciaría infradotada, que se caía a cachos y en la que se venían produciendo múltiples infracciones.
La autopsia hecha por la jefa de forenses de la ciudad inscribió el suceso como suicidio por ahorcamiento con sábana. Ella misma dijo que la fractura del hioides, un hueso del cuello, presentaba un aspecto que podía indicar muerte por estrangulamiento, pero que también se rompían de esa forma en los ahorcamientos de personas de la edad de Epstein.
Meses más tarde pudo acceder al cadáver un forense contratado por la familia y en su informe escribió que estas lesiones “son muy poco usuales en supuestos de suicidio por ahorcamiento y que suceden de forma más frecuente por estrangulamiento”. Esto sirvió para que los abogados de los herederos de Epstein pudiesen dejar por escrito que su muerte presentaba un aspecto “más consistente” con el asesinato que con el suicidio, una versión que beneficia a la familia en una potencial denuncia futura contra el Estado de Nueva York por esta negligencia. En este tiempo múltiples forenses y cirujanos han manifestado que apoyan más las conclusiones de la forense municipal.
Una denuncia los días previos a su fallecimiento de que su anterior compañero de celda le había querido matar, tres cámaras apagadas o cuyo material se reveló inservible, declaraciones de presos que afirman que las sábanas son como “papel higiénico”… Todo ello sigue alimentando múltiples teorías de la conspiración (tan amplias como lo que uno esté dispuesto a sumergirse) por la muerte de este arribista con centenares de contactos en las altas esferas, y hasta algunos políticos han declarado públicamente una incredulidad por la versión oficial.
De hecho, tanto el FBI como el inspector general del Departamento de Justicia mantienen abiertas investigaciones sobre qué pasó aquella noche, aunque parecen más orientadas a denunciar los problemas del sistema federal de prisiones que a esclarecer si fue un asesinato o un suicidio.
Aunque el punto y final de la vida de este excéntrico personaje ha impedido que sus víctimas pudieran señalarle sentadas en el estrado, con él vistiendo el famoso buzo anaranjado, aún tienen la oportunidad de revelar ante los tribunales los manejos a los que las sometió (las hay que decían que las obligaba a acostarse con hombres poderosos, como el príncipe Andrés de Inglaterra o Bill Clinton) por la vía de las denuncias civiles. Hay activas dos docenas de ellas, y esta misma semana se ha sabido que, pese a que Epstein cambió su testamento dos semanas antes de su suicidio para evitar que pudiesen recibir una compensación monetaria, un acuerdo judicial a varias bandas las ha hecho elegibles de los 575 millones de euros que dejó tras de sí.
También, según las autoridades de Nueva York, la trama de proxenetismo y tráfico de influencias se mantendrá abierta por la vía de sus co-conspiradoras, entre ellas Ghislaine Maxwell, a las que están buscando (la fugitiva tiene también pendientes otras causas civiles). Hay también en Florida una investigación paralela por el actual gobernador republicano Ron De Santis para entender cómo se gestó el polémico acuerdo de 2008, cuando gobernaban los demócratas.
Epsteingate y el deseo por encontrar respuestas menos dolorosas
Donald Trump, Bill Clinton, Harvey Weinstein, el príncipe Andrés de Inglaterra, el heredero saudí Mohammed bin Salman, Bill Gates, Elon Musk, Kevin Spacey, Woody Allen, Naomi Campbell, decenas de altos cargos políticos, banqueros, la cúpula del MIT, varios altos cargos de Harvard, varios premios Nóbel. La lista de personas relacionadas con el muerto es casi tan larga como lo es la élite estadounidense. Es lógico, sus famosas fiestas en la mansión del Upper East Side eran uno de los escenarios habituales de los encuentros de networking de finales de los años 90 y principios de los 2000. Básicamente, si eras alguien tenías unas altísimas probabilidades de acabar allí.
Es por eso mismo, así como otros detalles como la obsesión del magnate de filmar todas y cada una de las estancias de sus múltiples propiedades, que el caso Epstein haya permitido que se dé rienda suelta a todo tipo de especulaciones sobre el lado oscuro del poder. A que se ponga en duda si sus relaciones con la flor y nata eran las de un simple conseguidor de contactos o más bien las de un proveedor para los poderosos de niñas de las que abusar sexualmente, ya que, como todo el mundo reconocía en aquella misma época, el hombre nunca ocultó su afición por los harenes de dudosa legalidad.
Para muchos es más fácil pensar en terroríficos anillos de pederastia para el 1% que en un hombre ultrapoderoso que, precisamente por serlo, pudo abusar de decenas, centenares de niñas a la vista de todo el mundo con el permiso tácito de todos sus contactos durante décadas, sin que nadie moviese un dedo para impedirlo. Algo que, como mínimo, sabemos que también ocurrió en el caso de otro de sus colegas, Harvey Weinstein.