Bob Dylan, un valor refugio: cada vez más fondos de inversión están comprando catálogos musicales

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Las dos grandes noticias de la industria musical de este mes han sido la venta de Bob Dylan y Shakira de sus respectivos catálogos musicales. Son los casos más sonados, pero están muy lejos de ser los únicos.

No se han desvelado la cuantía final de los 145 temas de la barranquillera, adquiridos por la compañía británica de gestión de canciones e inversión en propiedad intelectual Hipgnosis Songs Fund, pero sí se ha estimado que la compra de Universal Music de los más de 600 temas del cantautor norteamericano, con grandes clásicos como 'The Times They are a-Chaning' o 'Like a Rolling Stone', rondará los €250 millones al cambio. El acumulado de ingresos del septuagenario por la vía de los discos y conciertos rondaba los €110 millones, así que tanto para él como para sus herederos debe haber sido un estupendo negocio que, si él quisiera, le facilitaría la jubilación.

Pandemia, cambio tributario en EEUU... Todo invita a los artistas a vender

Siempre ha habido negocio con la venta de catálogos musicales, derechos de reproducción y demás. Para ejemplo de avatares que esto puede producir, la anécdota de Michael Jackson y la compra traicionera del catálogo de los Beatles. Pero según los periodistas del sector estamos ante un nuevo boom suscitado por la entrada de nuevos inversores (Mercuriadis, Round Hill Music o Primary Wave Music por ejemplo), que provenían de otros ámbitos financieros y que han creído oler un nuevo cambio comercial a la vuelta de la esquina.

Basta con leer un par de comentarios de dos insiders: Daniel Weisman, asesor del fondo AllianceBernstein, comentó en una entrevista a Billboard que "el legendario ejecutivo Marty Bandier me dijo una vez que la música y el alcohol son las únicas dos industrias que florecen tanto cuando la gente está feliz como cuando está triste". Merck Mercuriadis, el CEO del fondo Hipgnosis, el mismo que ha comprado los temas de Shakira, dijo: "Si Donald Trump dice mañana alguna locura el precio del petróleo y el oro se pueden ir a pique, mientras que a las canciones no les pasa esto. Las canciones siempre seguirán siendo consumidas".

Según The Wall Street Journal, si antes de 2020 los precios de los catálogos de los compositores se estaban vendiendo a una media de entre a 8 y 13 veces los royalties anuales, ahora esas ventas han subido su precio medio a entre 10 y 18 veces. Cada venta es distinta pero, por regla general, a más consagrado y (sobre todo) longeva la carrera del artista, su portfolio tendrá un precio de salida más caro, como ejemplifica la extraordinaria venta de Dylan, a un precio final de 25 veces los royalties anuales.

Eso implica que todos estos nuevos grupos inversores están apostando a que, cómo mínimo, en década y media habrán empezado a ver un retorno de inversión, eso si no empiezan a entrar ahora más competidores y los precios empiezan a subir.

¿A santo de qué todo esto? Hay al menos tres razones coyunturales de cierto peso. La primera es la pandemia, que ha obligado a los artistas a perder casi dos años de gira comercial en un sector en el que los ingresos por conciertos estaban representando una cada vez mayor porción del pastel. Habrá casos de dificultades financieras transitorias, que es lo que se especula por ejemplo con el caso de Shakira, que debe cantidades millonarias por fraude a la Hacienda española. Y también hay algo de ventajismo fiscal para los artistas en suelo estadounidense: Joe Biden ha anunciado que aumentará los impuestos a los activos de rentas superiores a 1 millón de dólares del actual 20 al 37%, con lo que para muchos de ellos mejor vender ahora que dentro de tres años.

Spotify, Peloton y el brillante futuro del ocio en Internet

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Pero antes que todo esto de lo que hablamos es de un cambio del paradigma casi total. Si la música venía de años de espectaculares caídas por las páginas de descarga y pérdida de relevancia del CD, ahora lo que toca es un futuro más dulce, sobre todo para viejas estrellas. En 2016 el fondo inversor Goldman Sachs dio una estimación por la cual la industria en su conjunto doblaría sus ingresos netos en todo el mundo para 2030, 104.000 millones de dólares, y la parte de derechos de autor pasaría de 5.400 a 9.300 millones. ¿Por qué?

Por el inconmensurable aumento de oyentes que se espera que incorpore el streaming (habrá más oyentes en partes del mundo donde estos servicios aún no se han consolidado) junto con un aumento esperado de los ingresos por reproducción. Según la Asociación de Medios Digitales 2020 Streaming Forward Report, los ingresos por reproducción crecieron un 21% sólo entre 2019 y 2020.

Gracias a la multiplicidad de las fuentes de ocio habrá muchas nuevas oportunidades para los royalties, especialmente para canciones míticas. Por ejemplo, habrá más ingresos por la reproducción en los gimnasios y por plataformas deportivas como Peloton. Por el incremento de venta de licencias para anuncios en internet o para registrar las canciones en películas o videojuegos. Por el próspero futuro que se le anticipa a la música gracias a redes sociales como TikTok… y un larguísimo etcétera.

El big data también contribuye, porque el hecho de que ahora pueda precisarse mejor la cantidad de reproducciones que tiene un tema y la demografía de cada oyente no hace sino redundar en las oportunidades mercantiles que tiene cada canción. La política de bajos intereses en Europa y en Estados Unidos contribuye también a este tipo de inversiones. Como decían los consultores en las citas mencionadas, un clásico de la radio que todos conocemos y amamos puede ser un valor refugio tan lícito como el oro, si no más.

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La entrada de estos nuevos competidores agresivos ha obligado a las grandes discográficas a mover ficha para intentar comprar esos mismos catálogos, lo que está llevando a la competición y el incremento de precios. Sí, estos valores pueden ser una buena apuesta por el futuro, pero, ¿a partir de qué punto las adquisiciones dejan de ser razonables y empiezan a estar infladas? Es algo que nadie puede en este momento saber.

Por un lado en las economías consolidadas se ve que ese incremento de ingresos por el streaming se está estancando. Por el otro firmas, agencias de calificación ya están bajando las previsiones de crecimiento de holdings como Hipgnosis. Si miramos atrás en la historia, aunque las ventas de los royalties sean millonarias, por lo general los artistas tienden a vender sus catálogos por una fracción minúscula de lo que vale a largo plazo, con lo que hay un importante margen de crecimiento para estos valores.

A muchos músicos puede interesarles pasar por caja ahora mismo ante un incierto futuro en el que no saben si su relevancia comercial será la misma con la que cuentan hoy, véase el caso de Shakira, pero también habrá perdedores, como le pasó a Taylor Swift, que al principio de su carrera cedió estos derechos y sigue peleando a día de hoy por recuperar de alguna forma unos bienes millonarios (ha conseguido recuperar los derechos por las letras de las canciones, pero no el de la reproducción de los discos, razón por la que está regrabando todos sus álbumes).

Estos son algunos ejemplos de artistas (y fondos musicales) que han vendido en el último año de fiebre adquisitoria los derechos totales o parciales de su catálogo: Neil Young, Lindsay Buckingham, de Fleetwood Mac, Dave Stewart (Eurythmics), Imagine Dragons, Calvin Harris, The Killers, Debbie Harry (Blondie), Chryssie Hynde (Pretenders), The Chainsmokers, el productor Ryan Tedder (compositor que ostenta parte de los derechos de canciones de Adele, Beyoncé, Carrie Underwood y otros), el productor Sean Garett (canciones de Beyoncé y Usher), Timbaland (Missy Elliot y Justin Timberlake) y el fondo Kobalt Music (Skrillex, 50 Cent, Nelly y Christina Perri).

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