Tengo un problema que no suelo comentar en público, porque me da un poco de vergüenza: me encantan las series, la ciencia y las películas románticas, así que llevo doce años de mi vida enganchado a Anatomía de Grey. Y cómo la odio. Los guionistas tienen la maldita habilidad de matar siempre a mi personaje favorito en cuanto me doy cuenta de que es mi personaje favorito y yo siempre pienso lo mismo: "No te lo perdonaré jamás, Shonda Rhimes ¡Jamás!".
Lo que no sabía hasta ahora es que igual tenemos cosas más preocupantes que no perdonarle. La imagen que trasladan la televisión y el cine de los profesionales sanitarios tiene, sorprendentemente, ciertas consecuencias para nuestra salud. Consecuencias que deberíamos empezar a tomarnos en serio. Así que hoy no solo toca un post viral sino que también tendremos bacterias y algún que otro hongo.
Las malas de la película
Las infecciones nosocomiales afectan a casi el 10% de los pacientes hospitalizados, aumentan la longitud de las estancias hospitalarias, la morbilidad y, sobre todo, la mortalidad de los pacientes (Burke, 2003). Son patógenos multirresistentes con los que no hay manera de acabar; de hecho, eran el monstruo de la pantalla final del videojuego de 'Érase una vez el cuerpo humano...'.
Una de las grandes batallas de los hopitales modernos es contra ellas y es indudable que hemos tenido mucho éxito. Hacia 1840, Ignaz Semmelweis estudiante de medicina que trabajaba en una clínica vienesa, observó que aproximadamente una de cada tres madres moría al dar a luz, víctima de la llamada “sepsis puerperal”. Era curioso porque era una enfermedad muy muy muy clasista y afectaba sobre todo a las clases bajas. Las mujeres de alta posición, que como práctica habitual daban a luz en sus casas, casi no se veían afectadas por esta enfermedad.
Las infecciones nosocomiales afectan a casi el 10% de los pacientes hospitalizados y son un gran problema en los hospitales modernos..
A Semmelweis esto le intrigaba profundamente. Tardó 17 años en dar con la respuesta y otros cinco para que alguien se atreviera a publicarla: las infecciones puerperales estaban causadas por los propios médicos que pasaban de las salas de disección a los paritorios sin ni siquiera lavarse las manos. Por eso afectaba especialmente a las clínicas (donde iban las clases populares de la ciudad) y no a las casas de la burguesía - donde, por lo demás, no solían tener una sala de disecciones a mano. Como os podéis imaginar, se lió la mundial. Se contaban a centenares los médicos que pensaban que Semmelweis estaba loco. Un buen grupo de ellos, de hecho, empezó a no lavarse las manos a propósito para demostrar lo peregrina de la idea.
Hacia 1854, por su lado, un médico inglés había estado estudiando un brote de cólera que había matado a más de 700 personas en un radio de 500 metros. El médico se dio cuenta de que las teorías que había hasta ese momento no funcionaban y de que la única explicación lógica era que la infección se debía al uso de una fuente de agua concreta. El descubrimiento fue tan chocante que, cuando el médico - que se llamaba casualmente John Snow - lo publicó, la comunidad médica le dijo aquello de "You know nothing, John Snow".
No fue hasta que unos años después Louis Pasteur expuso (y demostró experimentalmente) la teoría del origen microbiano de la enfermedad cuando los médicos empezaron a tomarse en serio el problema. La teoría de Pasteur explicaba tanto las ideas de Semmelwies como las de John Snow y a poco que se pusieron en práctica, los resultados fueron radicales. Desde entonces hemos avanzado mucho, pero como decíamos no hemos sido capaces de erradicarlas.
¿Cómo se transmiten las infecciones nosocomiales hoy?
De muchas formas, la verdad. Pero hoy nos vamos a centrar, como en el caso de Semmelwies, en la transmisión a través de los propios profesionales de la salud.
Las recomendaciones internacionales para reducir el riesgo de contaminación se basan en un principio sencillo: "Nada debajo de los codos". Los trabajadores sanitarios que llevan relojes de pulsera o anillos tienen una probabilidad mayor que el resto de convertirse en 'transportistas de enfermedades' (Fagernes y Lingaas, 2011). Por ejemplo, hay varios estudios que relacionan directamente el desgaste del anillo deboda con la carga bacteriana de las manos (Hoffman, Cooke y McCarville, 1985; Salisbury, Hutfilz y Treen, 1997). En general, todos los estudios dicen lo mismo, los trabajadores que usan relojes, pulseras o anillos tienen mayores recuentos de bacterias que los que no los usan. Además, y por si fuera poco, se ha demostrado que las batas blancas, especialmente si tienen las mangas largas, también presentan problemas (Treakle, Thom y Furuno, 2009). Éste es uno de los motivos por los que se están popularizando los pijamas desechables de papel en los quirófanos.
El cumplimiento de las directrices de higiene de la OMS está por debajo del 40%
Por esto, la OMS puso en marcha el Global Patient Safety Challenge con la idea de construir una sólida cultura de la necesidad de tener hábitos y prácticas centradas en la seguridad del paciente. El mayor problema con el que se encuentran estas iniciativas es que el cambio conductual no es sencillo. Para que os hagáis una idea, el cumplimiento de las directrices de higiene (el famoso 'nada debajo del codo'), rara vez supera el 40% (Erasmus, Daha y Brug, 2010). Los intentos para mejorar las cifras no suelen ser muy exitosos ([Gould, Chudleigh y Moralejo, 2007]).
¿Un 40%? ¿Por qué pasa esto?
Hay varias teorías que explican este problema. La más popular es que las intervenciones individuales no funcionan porque este tipo de comportamientos requieren intervenciones comunitarias a nivel de servicio o de hospital y éstas son mucho más complejas. Pero sea cual sea la explicación, está claro que hay un problema. Hace unas semanas, Spierings y su equipo (2015) presentó un trabajo en el que analizaban un gran número de imágenes de uso corriente en prensa, publicidad o textos educativos. Se encontraron no solo con que el 89% de las fotos no cumplían los principios básicos de los que hablamos, sino que la mayor parte de la gente ni siquiera se daba cuenta.
Sobre esto mismo, Ponce de León (2005) sugirió que los medios de comunicación tienen un papel muy importante en el comportamiento de los trabajadores sanitarios y en la imagen que los pacientes tenemos de lo que es "un médico de confianza". Ponce de León estudió el caso de Urgencias, la mítica serie sanitaria, y analizó en qué medida se lavaban las manos los profesionales que en ella salían. Aunque hay que reconocerle el mérito (un servidor no se explica como fueron capaces de retirar la mirada de George Clooney), el resultado fue un desastre. No me quiero ni imaginar qué pasaría si alguien hiciera el mismo trabajo con 'House' o con Scrubs. Ay.
Me parece muy interesante incidir en que las series y las películas tienen papel muy importante en la educación de los profesionales pero también en la de los pacientes. Por el lado de los profesionales, se cuenta una anécdota muy divertida. Hasta que Hospital Central no alcanzó cierto éxito, era muy raro ver a médicos con el estetoscopio colgado en el cuello. De un día para otro, sobre todo en el caso de los mires que había crecido viendo la serie, se empezó a poner tan de moda como las barbas en su barrio moderno favorito. Por el lado de los pacientes, pasa algo parecido. Hay estudios que demuestran que los médicos vestidos de calle producen menos estrés que los médicos vestidos de pijama, por lo que los pacientes tienden a preferir a los primeros aunque, como vemos, sea mucho peor.
Cuando hablamos del impacto del arte en la sociedad siempre tendemos a irnos hacia los extremos. Pero es en los cambios sutiles donde el arte, la literatura o la música se dejan notar con más fuerza. Como en el caso de la lucha contra el tabaco, no debemos minusvalorar el papel que estas expresiones tienen en la construcción del imaginario popular. Así que cada vez que veamos una serie de médicos, seamos críticos y recordemos las infecciones nosocomiales están en los detalles.