A menudo creemos que la gente no está pensando en nosotros. Tenemos un falso sentimiento de que la mayoría de las personas solo piensan en sí mismas. Básicamente, que la gente no tiene tiempo para preocuparse por lo que hacemos o por lo bien que lo estamos haciendo en diferentes ámbitos de nuestra vida, porque todos están atrapados en sus propios dramas. Ya es suficientemente con lo que tienen que lidiar en sus vidas como para estar también pensando en las de los demás, ¿no?
Pues estamos equivocados. La ciencia ha estudiado el fenómeno denominado brecha del pensamiento. Y lo cierto es que nos infravaloramos demasiado en ese sentido: la gente sí está pensando en nosotros. Mucho más de lo que creemos.
La investigación. Un nuevo estudio publicado hace unas semanas en Journal of Experimental Psychology realizó ocho experimentos con 2.100 personas. Y lo que los psicólogos Gus Cooney, Erica Boothby y Mariana Lee descubrieron es que subestimamos regularmente la frecuencia con la que los demás piensan en nosotros. Los investigadores llamaron a este concepto —lo que los demás realmente piensan sobre nosotros y lo poco que suponemos que lo hacen— la "brecha de pensamiento".
Esta brecha no ocurre en todas las conversaciones y relaciones. Hay algunos casos en los que la cantidad de espacio mental que ocupa una persona no es recíproca. Una explicación de que quizás tu madre piensa más en ti que tú en ella. Pero de media, los investigadores averiguaron que la brecha de pensamiento era notablemente estable. Los experimentos abarcaron todo tipo de conversaciones: estudiantes en el comedor, extraños en el trabajo, parejas de amigos. Desde charlas sin sentido hasta discusiones, el estudio concluyó que las personas se alejaban de las conversaciones pensando en la persona con la que hablaban, pero asumiendo que la otra persona no estaba haciendo lo mismo.
La brecha del pensamiento. Pasamos aproximadamente la mitad de nuestra vida comunicándonos, a menudo a través de conversaciones. Después de hablar con nuestros amigos, familiares, parejas, extraños que nos encontramos por la calle, etc, pensamos en esas conversaciones. Una especie de bucle se produce en nuestras cabezas: repetimos lo que dijimos y lo que dijeron ellos, nos reímos recordando algo que nos pareció gracioso o reflexionamos sobre cualquier cosa. Y la brecha de pensamiento revela cómo las personas generalmente no se dan cuenta de que sus contrapartes de la conversación están haciendo exactamente lo mismo.
¿Por qué? La explicación más probable es que nuestros propios pensamientos están más "disponibles". Es decir, los conocemos mejor que los de los demás. Van y vienen en una espiral constante, mientras que los pensamientos de otras personas son un misterio, encerrados en otras cabezas y ajenos a nosotros.
Cuando hablamos con los demás, tenemos una conexión directa con sus monólogos internos junto con señales no verbales sobre lo que una persona está pensando, como el tono o el lenguaje corporal. Una vez que has terminado de hablar con alguien, todas esas señales se esfuman. "Esta es una transición psicológica, ya que las personas pasan de estar íntimamente conectadas con los pensamientos de otra persona a estar solas con los suyos propios. Entonces, un abismo se ensancha entre sus propios pensamientos y los del otro", explicaban los autores.
Lo ajeno es invisible. En general, la brecha de pensamiento encaja con algunas evidencias científicas que sugieren que las personas son más conscientes de sus propios pensamientos. Juliana Schroeder, científica del comportamiento de la Universidad de California hablaba en este reportaje de Vice sobre lo que se conoce como el "problema de las mentes menores". Cuando nuestros propios pensamientos son más destacados, les prestamos más atención. El resultado es que las personas pueden terminar percibiendo otras mentes como más oscuras (o peores) que la nuestra.
"Aunque puede ser bastante fácil cavilar sobre los pensamientos, sentimientos u otros estados mentales de los demás, la mente atribuida a los demás puede carecer sistemáticamente de complejidad, profundidad e intensidad porque las mentes de otros son intrínsecamente invisibles en comparación con la propia", explicaba Schroeder.
Cuando miras a alguien en el metro. La brecha del pensamiento no es la única forma en que malinterpretamos los pensamientos y sentimientos de los demás en relación con nosotros mismos. En otro estudio de 2017 sobre la "ilusión de la capa de invisibilidad", los investigadores encontraron que cuando estamos en lugares como salas de espera, cafés o el metro, miramos a otras personas con regularidad, pero no nos damos cuenta de cuánto ellos y ellas están haciendo lo mismo. Creemos que miramos a los demás más de lo que nos observan a nosotros.
Parece que si nos sentimos cohibidos por algo, pensamos que los demás lo notan más de lo que realmente lo hacen. Y en nuestro día a día, creemos que los demás nos miran menos de lo que nosotros los observamos a ellos.
La brecha del agrado, otro punto a nuestro favor. Otro sesgo en el que los científicos han trabajado es la llamada "brecha de agrado", o cómo la gente subestima cuánto gusta a los demás después de hablar con ellos. Hemos comentado este tema en Magnet con anterioridad y es realmente fascinante. Cuando conocemos a alguien por primera vez, una de las preguntas que nos hacemos, ya sea consciente o inconscientemente, es: "¿Le gusto a esta persona?" Sabemos que las conversaciones tienen el poder de convertir a los extraños en amigos, las citas de un simple café en relaciones y las entrevistas en trabajos. Y sin embargo, cuando volvemos a casa seguimos con el runrún, reproduciendo la conversación una y otra vez y pensando: "¿Le habré caído bien o habrá pensado que soy imbécil?".
Existe básicamente porque no podemos simplemente preguntarle a la gente cuánto les gustamos después de terminar una charla. A nosotros queda relegado el sufrimiento de aventurar nuestras propias conjeturas, analizar las conversaciones y reevaluar todo lo que dijimos o no. ¿Qué sucede? Que pensamos que somos geniales hasta que hablamos con otra persona, momento en el que pensamos literalmente que somos idiotas.
Las personas subestiman habitualmente lo que en realidad le agrada a otras personas de ellas, incluso en situaciones en las que la persona con la que están hablando da señales claras (sonrisas, gestos con las manos) de que están entrando en la conversación y se sienten agusto. ¿Por qué? Estamos demasiado absortos en pensar en lo que estamos diciendo y maniobrando para notar esas señales. Y claro, al final también tendemos a ser demasiado críticos con nosotros mismos. Pero sí, les gustamos.
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