Como cada año, el informe anual de Transparencia Internacional depara resultados interesantes y una larga retahíla de lamentos alrededor de los países hispanoamericanos.
Este año, por ejemplo, España ha caído varios puestos en el ránking, por lo que titulares como "España, más corrupta que nunca" han hecho las delicias de los medios de comunicación. Pero si bien puede no ser falso, es inexacto, al menos si tenemos en cuenta lo que mide Transparencia Internacional. El ránking no dictamina qué países son más o menos corruptos, sino cuál es la percepción de sus ciudadanos para con la corrupción.
Dinamarca no es el país menos corrupto, sólo el que menos se lo cree.
"Oh, ¿entonces el ránking no sirve para nada?". No tan rápido. El informe de Transparencia Internacional tiene a sus espaldas más de veinte años de trayectoria, sirviendo de base para un más que razonable estudio comparativo de la corrupción en el mundo. Y no, no estudia La Corrupción, sino lo que nosotros, los ciudadanos, percibimos como corrupción. Porque estudiar La Corrupción en absoluto es extremadamente complejo.
Posición | País | Puntos |
---|---|---|
1 | Dinamarca | 90 |
2 | Nueva Zelanda | 90 |
3 | Finlandia | 89 |
4 | Suecia | 88 |
5 | Suiza | 86 |
6 | Noruega | 85 |
7 | Singapur | 84 |
8 | Países Bajos | 83 |
9 | Canadá | 82 |
10 | Alemania | 81 |
Primero, su definición. Esta parte es fácil: podemos englobar como corrupción cualquier acto realizado por un cargo público con objeto de obtener un beneficio privado. El aprovechamiento de su cargo público, en resumen. Las formas más obvias de corrupción son el soborno o el chantaje, pero hay otras más sutiles e imperceptibles. Desde la financiación ilegal de partidos hasta el reparto de sobres entre altos cargos, como bien sabemos en España, la corrupción es por naturaleza opaca, y difícil de detectar o medir.
Por eso los procesos judiciales se alargan tanto, y por eso hay unidades criminales específicas dedicadas a descubrirla.
De modo que, si no podemos calibrar exactamente cuánta corrupción hay en un país, ¿qué hacemos? A esta pregunta, Transparencia Internacional responde con trece encuestas internacionales que preguntan a personas de todo el mundo cómo de corrupto creen que son sus instituciones. Para aparecer en el listado, un país debe haber sido incluido en al menos tres de las encuestas seleccionadas.
El resultado es este:
En él, España aparece al lado de países como Burkina Faso y Bangladesh, mientras que México compite con Etiopía y Mauritania. Pero eso no habla de la corrupción, sino de su percepción. ¿Y cómo de exacta puede ser la percepción de un ciudadano?
No se puede medir algo oculto. ¿O sí?
Depende a quién le preguntes. La defensa más común de Transparencia Internacional rota en torno a estudios y artículos que verifican la correlación entre percepción y corrupción. En 2003, por ejemplo, se publicó este estudio en el que cruzaba datos de las encuestas antes mencionadas con otros parámetros económicos tradicionalmente relacionados con la corrupción, como la preeminencia del mercado negro en el PIB nacional o la sobreabundancia de regulación. Ambos, parámetros también de difícil medición.
Sus críticos optan por denunciar lo abstracto y lo relativo de las asunciones realizadas por el index de Transparencia Internacional. En Foreign Policy, por ejemplo, señalan el papel de la prensa: cuando un país está más pendiente a nivel mediático de sus casos de corrupción, más probabilidad tendrá de responder en una encuesta que está más asolado por la corrupción. Pero los titulares siempre son interpretables, y unos hechos pueden identificarse como tratos de favor o como el resultado de un concurso justo.
Esa percepción, además, no es exactamente popular: las encuestas empleadas por Transparencia Internacional se basan a menudo en hombres de negocio y expertos. En suma, por élites, que al lidiar con la administración de forma más frecuente, o al tener intereses contrapuestos a la misma, pueden desvirtuar la naturaleza de su respuesta.
En última instancia, como se añade en este artículo de The Guardian, el problema de "la percepción" es que no es numerable. La corrupción tiene muchas y muy variadas formas, y no se puede entender generalmente lejos del contexto de cada país y de sus significados culturales y políticos. No es un ránking estrictamente ponderable, como pueda ser el PIB. Aunque hay que entender la otra cara de la manera: un listado internacional es el mejor modo para vender el trabajo de Transparencia Internacional.
Un ejemplo familiar: la mayor parte de la corrupción que estamos descubriendo durante los últimos años proviene de los años de la burbuja de la inmobiliaria, pero los estamos percibiendo, en forma de debates públicos y titulares en prensa, ahora. Puede que la corrupción actual sea mayor o menor, o que haya mutado, pero nos hemos sensibilizado a posteriori. El ránking, en ese sentido, podría reflejar tendencias de opinión, no de corrupción.
¿Entonces por qué seguimos creyendo en él? En parte, porque refuerza tendencias: Dinamarca, Nueva Zelanda y Finlandia, los tres primeros de este año, aparecen a la cabeza de todos los ránkings de prosperidad y buen gobierno del mundo. Si también encabezan el index de corrupción, tenemos más incentivos para creer que es correcto. Ante todo, Transparencia Internacional elabora el listado como una forma de llamar la atención sobre el fenómeno. Y es útil ahí. Pero no tanto ordenando con finura a los "países más corruptos".