Este artículo ha sido escrito por por Ariane Aumaitre y Luis Abenza.
Las semanas que han precedido este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, han estado cargadas de debates alrededor de la igualdad de género. El movimiento #MeToo y la huelga feminista, entre otros temas, han puesto el feminismo en la primera línea del debate público. Estamos, sin duda, mucho más informados sobre la desigualdad de género hoy que hace 10 años.
Estamos también probablemente más cerca de la igualdad de lo que lo hayamos estado nunca: el igual acceso a la educación y la economía post industrial han hecho que la productividad de hombres y mujeres en la mayoría de empleos sea prácticamente indistinguible, y eso se ha traducido en una gran convergencia en empleos y salarios. A pesar de ello, sigue quedando un largo camino por recorrer, como bien nos recuerdan tanto la huelga como las manifestaciones convocadas hoy.
Los retos a los que se enfrenta la igualdad de género a día de hoy están fuertemente ligados al hecho de que las estructuras económicas y socioculturales de la sociedad en que vivimos sigan poniendo una responsabilidad y unas expectativas sobre las mujeres muy distintas a las de los hombres.
Así, se espera que las mujeres sean quienes tienen los hijos en un sentido mucho más amplio que el de llevarlos dentro durante 9 meses: las mujeres son quienes reducen sus jornadas laborales, interrumpen sus carreras, dedican una cantidad de tiempo más elevada al cuidado de sus hijos y soportan, en definitiva, una carga mucho mayor que la que recae sobre los padres o sobre la sociedad. Aunque estos arreglos son en principio voluntarios, a lo largo de este post veremos que el nivel de satisfacción con los mismos está lejos de ser el mismo para hombres y mujeres.
El impacto de los hijos en la brecha salarial
Dos de los indicadores más habitualmente utilizados al hablar de desigualdad de género son las brechas laborales: la brecha de empleo (diferencia entre las tasas de empleo entre hombres y mujeres) y la brecha salarial (diferencia entre lo que cobran unos y otros). Si bien hay diversos factores que se han utilizado para explicar la existencia de estas brechas, la maternidad parece ser uno de los más relevantes.
En el gráfico siguiente, vemos como la brecha de empleo es de 8 puntos entre personas sin hijos, y que aumenta progresivamente a medida que aumenta también el número de hijos, hasta alcanzar los 26 puntos entre aquellas personas con más de tres: tan solo un 46% de mujeres con más de tres hijos trabajan, por un 72% de hombres.
En vista de estos datos, parece que tener hijos afecta sustancialmente a la tasa de empleo de las mujeres. ¿Y a sus sueldos? Si bien la evidencia para España sobre el impacto de los hijos en la brecha salarial (de un 23% en nuestro país, aproximadamente) es escasa, los datos del último Índice de Igualdad de Género de la UE nos muestran que, mientras que la brecha salarial es casi inexistente entre las personas solteras y sin hijos (de un 0.8%), aumenta hasta un 37% cuando observamos la diferencia en las ganancias de hombres y mujeres con hijos que viven en pareja.
Más allá del caso español, encontramos investigación para otros países que muestra que la brecha salarial aumenta de manera drástica al tener hijos. Un estudio reciente del caso de Dinamarca muestra como los sueldos de las madres caen hasta un 30% tras el nacimiento de su primer hijo, mientras que los de los hombres se mantienen constantes: así, tener hijos explicaría hasta el 80% de la brecha salarial en el país nórdico.
Las mujeres trabajan más a tiempo parcial
Otro de los indicadores que mejor nos permiten ver el impacto desigual de tener hijos en las carreras laborales de hombres y mujeres es la incidencia del tiempo parcial. Tradicionalmente, los empleos a tiempo parcial han sido más poblados por mujeres, en gran parte porque las mujeres han tendido a trabajar también en casa, tanto en labores del hogar como en el cuidado de los hijos.
En el gráfico siguiente, puede verse como, si bien existe una diferencia entre mujeres y hombres ya antes de tener hijos, el tiempo parcial aumenta entre mujeres y disminuye entre hombres al ir aumentando el número de descendientes.
Asimismo, si analizamos los datos de la Encuesta de Población Activa, nos encontramos con que el número de mujeres que trabajan a tiempo parcial para poder encargarse de hijos o personas dependientes es 31 veces el número de hombres:
Algo importante en este sentido es que se trata, en muchos casos, de tiempo parcial involuntario: en el gráfico siguiente vemos que el número de mujeres que trabajan a tiempo parcial de manera involuntaria supera con creces al de hombres, y que esta diferencia aumenta con el tiempo.
¿Por qué afectan los hijos a las brechas de género y al tiempo parcial de manera tan drástica? En primer lugar, el desigual reparto de la carga doméstica hace que las mujeres casadas dispongan de una menor cantidad de tiempo para dedicar al mercado de trabajo, o que opten por ocupaciones que son más compatibles con el trabajo doméstico. Derivado de este efecto, las empresas no perciben a las mujeres igual de comprometidas con su carrera ya que éstas son más propensas a abandonar su empleo por la maternidad, y por tanto no les ofrecen las mismas oportunidades.
Finalmente, esta desigualdad en el mercado laboral refuerza que las mujeres sean socializadas en modelos de éxito distintos a los de los hombres respecto a las preferencias distintas entre la vida laboral y personal, generando una profecía auto cumplida.
Las mujeres, al cuidado y al trabajo no pagado
Como avanzábamos al principio del post, la serie de estructuras económicas y socioculturales en las que vivimos son tales en que las mujeres siguen siendo las principales personas a cargo de los hijos. Una manera de ver esto es observando el desglose del número de horas trabajadas por sexo entre hombres y mujeres con hijos. En el gráfico siguiente vemos que, en parejas con hijos, los hombres tienden a trabajar más de 40 horas en mucha mayor medida que las mujeres, mientras que estas superan enormemente a los hombres en los empleos de hasta 39 horas.
Parece claro hasta ahora que los hombres trabajan más horas que las mujeres. En el siguiente gráfico, vemos que las mujeres pasan más tiempo que los hombres llevando a cabo trabajo no remunerado, así como tareas de cuidado, mientras que los hombres tienen más tiempo para actividades de ocio que las mujeres.
En ocasiones se argumenta que esta asimetría puede ser el reflejo de distintas organizaciones familiares, y distintos esquemas de reparto del trabajo. Al fin y al cabo, si hombres y mujeres tienen distintas habilidades o distintas preferencias, y casarse es de momento algo voluntario, ¿dónde entra el papel de la discusión pública? A menudo se responde, sin embargo, que la satisfacción con esta situación es muy asimétrica, y que los hombres salen sistemáticamente ganando. Para ver esto, es posible mirar cómo perciben los arreglos domésticos hombres y mujeres.
En contra de lo que se suele pensar, los hombres y las mujeres tienen percepciones muy distintas sobre el grado de igualdad. Para verlo más de cerca, podemos acudir a unos datos del CIS de este mismo año. A la pregunta de cuál es el grado de satisfacción (del 0 al 10) de los encuestados con la organización de las tareas en su hogar, el gráfico muestra que las mujeres están sistemáticamente menos satisfechas que los hombres.
Esta brecha es especialmente grande en el reparto de las tareas domésticas (distintas del cuidado).
Además del nivel de satisfacción, es posible también ver que los hombres y las mujeres perciben de forma muy distinta su nivel de implicación en el hogar. En la encuesta, tanto hombres como mujeres son preguntados por el número de horas que dedican ellas y ellos a las tareas del hogar a la semana.
Aunque tanto hombres como mujeres manifiestan que en su hogar son ellas las que dedican más tiempo al trabajo doméstico, esta brecha es mucho menor cuando el que responde es un hombre (1.3 horas más por semana) que cuando la que responde es una mujer (2.3 más). Por tanto, incluso en algo en principio objetivo (como la cantidad de horas dedicadas al trabajo doméstico), ellos subestiman la contribución de ellas.
Cuando miramos el desglose por edades vemos que esta brecha de percepción es particularmente grande en los jóvenes. Mientras que ellos en media manifiestan tener un arreglo muy igualitario, ellas perciben que dedican una hora y media más por semana. Esto sugiere que aunque los hombres "millenial" se identifican con frecuencia como feministas, la realidad podría ser algo distinta.
La incidencia de la pobreza en las madres solteras
Hasta ahora nos hemos fijado en que las mujeres casadas se enfrenta a obstáculos desproporcionados, en comparación con los hombres, para desarrollar una carrera profesional. Si las mujeres están tan insatisfechas con el trato que reciben dentro de su pareja, ¿por qué eligen ellas casarse? ¿No podrían educar a sus hijos en solitario de forma libre?. Lo que nos muestran los datos es que esto tampoco representa una solución si el objetivo es alcanzar la igualdad.
Los datos que acabamos de ver nos muestran que, a pesar de muchos avances, las estructuras sociales siguen promocionando un modelo familiar en el que el hombre es el principal sostén y en el que, si bien las mujeres se han incorporado de forma masiva al mercado laboral, seguimos ante un modelo en el que los hombres trabajan más horas, cobran más, y las mujeres son quienes dan un paso atrás para cuidar de niños y personas dependientes.
Sin embargo, este modelo está cada vez menos adaptado a las nuevas características de nuestra sociedad, en la que nuevos modelos familiares son cada vez más comunes (más de un 40% de niños nacen a día de hoy en familias no tradicionales). Una manera de ver el impacto de este modelo la tenemos en el próximo gráfico, donde podemos observar que el riesgo de pobreza es especialmente duro con las familias monoparentales:
Si bien el gráfico nos muestra que no hay una gran diferencia por sexo en lo que se refiere a la pobreza, cabe pararse a pensar en la composición de los distintos grupos. Mientras que podríamos pensar que la composición por sexo del resto de grupos será relativamente homogénea, sabemos que aproximadamente un 80% de familias monoparentales están compuestas por mujeres. Dado que el cuidado de los hijos sigue siendo principalmente algo gestionado por la familia, la sociedad penaliza con mucha fuerza a las madres solteras al imponerles una carga desproporcionada.
Es frecuente escuchar que la evolución de los modos y fuerzas productivas, unido a la competencia, terminará eliminando las diferencias de género en el mercado. Sin embargo, una parte importante de las transacciones económicas se desarrollan dentro de las familias, que siguen organizadas por arreglos en los cuáles la igualdad de género brilla por su ausencia.
En contra de lo que podría pensarse, las decisiones en el entorno familiar están lejos de ser igualitarias. Los Estados del Bienestar que más exitosos se han mostrado a la hora de avanzar hacia la igualdad son, de hecho, aquellos en los que el Estado es percibido como el principal responsable de asegurar el cuidado de los niños, como es el caso en la mayoría de países nórdicos. Y es que sólo yendo hacia un modelo en el que la maternidad implique activamente no solo a las mujeres sino también a los hombres y a las estructuras del estado, podremos avanzar hacia una sociedad en la que seamos, al fin, iguales.