Era una de las grandes ideas del nuevo ejecutivo socialista en materia de energía: cerrar paulatinamente las centrales térmicas y dar carpetazo definitivo a la energía nuclear. Paso a paso, la agenda del ministerio dirigido por Teresa Ribero se va cumpliendo. Hoy mismo la ministra ha confirmado la intención del gobierno de enterrar la nuclear en España en 2028. Y al mismo tiempo, el gobierno ha anunciado sus planes para el cierre de siete centrales térmicas antes de 2020.
Parece una gran idea. Puede no serlo.
El dilema. España se enfrenta al mismo dilema que otros países: deshacerse de su dependencia al carbón y al ciclo combinado, altamente contaminantes y contribuidores netos al calentamiento global, sin mermar la oferta energética de país. Por el momento, la transición ha sido sostenida parcialmente por la certidumbre de la nuclear, cuyo porcentaje en el mix nacional asciende al 22%. Es la primera fuente de energía en España si diseccionamos el cómputo renovable (un 40% en 2016).
El problema, claro, es tan antiguo como la fisión del átomo: los residuos nucleares son una bomba de relojería sobre los que siempre recae una sombra de sospecha.
El plan. De ahí que las agendas verdes a menudo entrelacen tanto el cierre de las térmicas como el cierre de las nucleares. Es el caso de Ribero y el actual gobierno socialista. El fin programado de siete centrales de carbón (todas para 2030) coincide con la anunciada no renovación de licencias de todas las centrales nucleares que aún funcionan en la península. Para 2028, España habrá reducido sustancialmente su dependencia nuclear y térmica (aunque no la habrá erradicado).
El problema. Sin embargo, el planteamiento tiene algunas fallas consustanciales a la naturaleza actual de las renovables. Ni tienen la capacidad para sostener la creciente demanda eléctrica bajo todas las circunstancias ni aún somos capaces de almacenar la oferta sobrante cuando las condiciones sí son óptimas. Dicho de otro modo: sin el sostén de la nuclear, España tendría que recurrir a alternativas contaminantes y caras allá donde las renovables no llegaran (aka: carbón).
Los referentes. Esto no quiere decir que las renovables a corto o medio plazo puedan sustituir la demanda al completo de un país con las necesidades de España. En ocasiones puntuales, Dinamarca, Escocia o Portugal han funcionado sólo con solar, hidráulica o eólica. Pero el ejemplo más significativo es el alemán: cuando cerró todas sus nucleares tras el accidente de Fukushima su dependencia al carbón aumentó. Y con ella sus emisiones y sus niveles de contaminación.
Alemania es hoy un país que sigue tirando de térmicas para abastecer al 40% de su demanda. Las renovables, pese a su célebre política verde, no están llegando. China y su salvaje potencia solar instalada también ilustra las limitaciones actuales de la energía renovable.
La transición. ¿Cómo cuadrar el círculo? Es una medida que todos los gobiernos con vocación verde deben tomar. Quizá espaciando más el cierre de las instalaciones nucleares y permitiendo que la tecnología renovable evolucione antes de tomar la alternativa a la mayor parte de la producción. En España eso implicaría, probablemente, renovar licencias. Algo que numerosos partidos no están dispuestos a hacer por su poca popularidad electoral.