Ha vuelto a pasar: otro grupo norteamericano ha vuelto a poner a los españoles (esta vez junto a nuestros hermanos portugueses) fuera de la confusa categoría de seres blancos.
El artículo: The New York Times, uno de los medios periodísticos más respetados en todo el planeta (y sin duda un faro para la mayoría de periodistas, que tienden a copiar sus pautas) ha repasado la raza de las personas más influyentes dentro del país en distintos ámbitos, del político al mediático pasando por los mundillos del deporte, los negocios o el entretenimiento.
El reportaje, orientado a constatar que los puestos de poder siguen copados por la vieja élite racial de siempre, concluyen que de esos 922 candidatos sólo 180 son “personas de color”, lo que ellos entienden por “no-blancos”.
For example, it classifies both John Garamendi, whose last name is Basque (from Northern Spain), and Devin Nunes, a 3rd generation Portuguese American as “non-White.” @JohnGaramendi pic.twitter.com/1BL73dsNXa
— René D. Flores (@rd_flowers) September 10, 2020
Vascos y portugueses “de color”: así nos encontramos con que John Garamendi, Miembro de la Cámara de Representantes, entra dentro de ese grupo pese a que su abuelo era vasco y él mismo en varias ocasiones ha afirmado sentir que sus raíces son euskaldunes. Devin Nunes, también un representante político, es el tercero de una generación de portugueses. Curiosamente el periódico clasifica como blancos a algunos integrantes de su lista de ascendencia del Medio Oriente, como sucede con el iraní-estadounidense Farnam Jahanian, o Marc Lasry, nacido en Marruecos.
El español de España: el país americano ha tratado la identidad íbera de forma elástica desde hace eones. Por ejemplo, en el censo estadounidense puedes identificar tu etnia como “hispana”, “latina” o “española”, e identificarte en la casilla de raza tanto como negro como blanco. Además, según los últimos estudios censales de la CIA, España estaba compuesta por encima del 90% de “blancos” mientras que los kurdos no lo serían. El español medio es, en este sentido, tan blanco como cualquier europeo.
El malagueño"negro": pero luego en la última ceremonia de los Óscar los medios de cine incluyeron a Antonio Banderas como candidato “de color”, algo que le “beneficiaba” en la competición por ser considerado de una minoría racial, lo que a los ojos de Hollywood lo convierte ahora en un contendiente más cotizado. Gracias a los lechosos españoles los premios pueden ser menos #OscarsSoWhite.
La catalana hispana: que ahora se nos incluya a los españoles en la misma categoría cultural que a mexicanos o a colombianos también le ha venido bien a Rosalía, que ha ganado Emmys Latinos. Ponerse el disfraz de hispana centro y sudamericana es bueno ahora que la industria musical anglosajona está a la caza de figuras de este grupo para aderezar sus productos con el sonido de moda.
Es decir, con lo de The New York Times queda aún más confirmado que, cada vez más para la prensa estadounidense y por ende para la opinión pública, los españoles de España estamos dejando de ser los blancos de toda la vida para entrar a formar parte de esa amalgama de “color” que son los latinos. Curiosamente las escocidas respuestas de muchos españoles en redes sociales a todos estos encontronazos confirman que la supremacía racial sigue existiendo y que hay a quien no le gusta sentirse como "marrón".
Ya ha pasado con anterioridad: mientras durante décadas el país anglosajón contaba a los mexicanos como blancos, con las oleadas migratorias de mediados del siglo sus oficinas de estadística empezaron a segregarlos en la categoría “latina” para sacarlos de la blanquedad.
No es raro que los medios progresistas nos alejen de lo blanco: aunque la portería de lo blanco se ha ido moviendo desde sus orígenes, la tendencia del discurso de identidades está favoreciendo en ese país la creación de cada vez más subcategorías minoritarias. Los últimos cambios propuestos para el ordenamiento censal de Obama (y que fueron revocados por la nueva Administración Trump) querían proponer cambiar esa dicotomía etnia-raza que se estaba topando con crecientes problemas de identidad. Los demócratas querían haber aunado esos dos epígrafes y que a las clásicas identidades de blanco, negro o asiático se incluyese la categoría “hispano, latino o de origen español”.
Eso habría supuesto que, mientras nuestros compañeros franceses dijesen que son blancos de Francia, nosotros dijésemos que somos hispanos de España, separándonos administrativamente de la identidad de casi todo el resto del continente.