Los pueblos son su tradición y su historia, y aquí la comida ocupa un lugar preferente. No se entendería igual España sin la tortilla o la paella, o Reino Unido sin su Fish & Chips, o México sin sus tacos, o Italia sin su pasta, pizza o su famosa foccacia. Sin embargo, mucho nos tememos por el pueblo italiano que esta última parte de la “historia” está en seria duda. La arqueología parece haber encontrado a otro pueblo que se adelantó a los romanos. Nada menos que seis siglos.
La focaccia turca. Qué duda cabe, cuando oímos a alguien hablar de foccacia automáticamente nos remite a la cocina italiana. Esta receta cuya masa es similar en estilo a la de la pizza consiste en harina, aceite, agua, sal y levadura, y a partir de ahí, lo que el ingenio y los paladares permitan o quieran agregar, aunque lo normal es aliñarla con hierbas como romero y aceite de oliva.
Sin embargo, y aunque el manjar es conocido como un pilar de la cocina italiana desde la Antigua Roma, investigaciones recientes vienen a sugerir algo muy distinto: que sus raíces se remontan al Neolítico, entre los años 7.000 y 5.000 a.C., en comunidades mesopotámicas ubicadas en lo que hoy es Siria y Turquía. Dicho de otra forma, las culturas turcas y sirias habrían horneado y compartido panes mucho antes de que la focaccia se asociara con Italia.
El hallazgo arqueológico. Para llegar a esta conclución, un equipo internacional de arqueólogos, con participación de universidades como la Autónoma de Barcelona y La Sapienza de Roma, analizó hasta 13 fragmentos cerámicos hallados en yacimientos de la región, incluyendo Mezraa Teleilat y Tell Sabi Abyad. Los fragmentos, identificados como bandejas de huso hechas de arcilla tosca, mostraron marcas de uso consistentes con utensilios para hornear.
Evidencias químicas y térmicas. Mediante técnicas como la estereomicroscopía y el análisis químico, los investigadores detectaron residuos orgánicos tales como grasas animales y fitolitos de plantas con signos de exposición a temperaturas de hasta 420 °C.
Dichas bandejas habrían servido para elaborar pan plano similar, si no igual, prácticamente idéntico a lo que hoy entendemos como focaccia, enriquecido con ingredientes locales y evidenciando también una gran experimentación culinaria.
Para consumo de muchos. Además, el equipo de la investigación publicada en Nature concluye que estas comunidades preparaban panes de hasta 3 kilogramos, probablemente para consumo grupal. El trabajo refleja que este enfoque compartido y comunal de la alimentación se extendió por la región durante al menos seis siglos antes de que las técnicas migraran a otras áreas, tales como Italia, donde la focaccia adoptó rápidamente su asociación cultural moderna.
Según el autor principal, Sergio Taranto, “estas prácticas ofrecen una vívida imagen de comunidades que utilizaban los cereales que cultivaban para preparar panes enriquecidos con ingredientes diversos, consumidos en contextos grupales”.
Impacto cultural. En definitiva, este último hallazgo no solo parece redefinir los orígenes de la focaccia, sino que también ilustra hasta qué punto las primeras comunidades humanas innovaban y adaptaban sus recursos para elaborar alimentos complejos.
Una investigación que subraya la influencia de las prácticas alimentarias neolíticas de la MediaLuna Fértil en las tradiciones culinarias posteriores, conectando a las civilizaciones antiguas con las costumbres modernas y mostrando la evolución cultural del pan como alimento central de la humanidad.
Al fin y al cabo, si la focaccia no es romana, lo más importante sigue estando vigente: lo increíblemente buena que está.
Imagen | Dvortygirl
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