Cuando Adam Levine decidió despojarse de su camiseta en pleno concierto de la pasada SuperBowl retomó una conversación pendiente desde hacía al menos una década. En 2004, Janet Jackson mostró al mundo su pezón izquierdo en exactamente el mismo escenario. Aquel gesto desató una polémica sin precedentes en la era pre-viral e impulsó un debate sobre la desnudez y el cuerpo femenino en la esfera pública.
El pezón terminó en los juzgados. La comisión federal de comunicaciones estadounidenses exigió a CBS, la cadena que retransmitió el concierto, medio millón de dólares en concepto de daños y perjuicios. ¿La falta? La indecencia y el contenido explícito, conceptos celosamente regulados por los diversos niveles de la administración norteamericana. El Nipplegate manifestaba así el tremendo carácter conflictivo del pezón femenino.
Volvemos a 2019. El gesto de Adam Levine ha espoleado un largo debate en Internet que toca algunas de las cuestiones claves de la conversación social actual: a saber, el puritanismo que aún rodea al cuerpo femenino y la evidente diferencia de trato (administrativo, judicial, político, social) que separa a la desnudez masculina y femenina. Levine puede enseñar sus pezones. Ninguna ley le coarta. A Janet Jackson sí.
No siempre fue así. Lo cierto es que la piel, el cuerpo humano al desnudo, lleva siendo una cuestión repleta de tabúes y polémicas desde mediados del siglo XIX. Aún hoy las redes sociales protegen con celo cualquier manifestación erótica o sexual: la mera manifestación de pezones femeninos en Instagram o Facebook provoca la censura del contenido automática (cosa que no sucede con otro tipo de contenido, igual de extremo).
Bañadores puritanos para los hombres
¿Por qué? Si la síntesis de las sociedades modernas se encuentra en el siglo XIX, es probable que nuestros prejuicios y complejos respecto a la piel desnuda surjan también de allí. Algunos autores han apuntado a los códigos de conducta sociales de la época victoriana como el germen de la actual cruzada anti-desnudez. Otros a las raíces puritanas de la cultura estadounidense, y por extensión global. Y otros señalan a un mero mercantilismo: Apple, IG y FB ganan más prohibiendo pezones que permitiéndolos.
Lo que sí sabemos es que, en su origen, el celo hacia las partes del cuerpo humano no aplicaba exclusivamente a las mujeres. Se sabe que la democratización del baño a principios del siglo XX provocó que surgiera una estupenda industria muy viva a día de hoy: la del bañador. ¿Y cómo eran las piezas comercializadas por aquel entonces? Para los hombres, de cuerpo entero, cubriendo ostensiblemente el pecho.
Los motivos eran también culturales. Durante las tres primeras décadas de la pasada centuria Estados Unidos asistió a una progresiva regulación de los códigos de conducta entre los bañistas. Entre ellos se incluyeron varias prohibiciones: no al nudismo, pero tampoco a los pezones. Ni masculinos ni femeninos. Bien entrados los años 30, numerosas administraciones locales prohibían por ley a los hombres enseñar su pecho.
En el camino se había fraguado un lento, pero palpable, cambio cultural. Como apuntan Lena Lencek y Gideon Bosker en Making Waves: Swimsuits and the Undressing of America, un libro de 1989 dedicado a la historia del bañador y del nudismo en Estados Unidos, los hombres no aceptaron de buen grado que la ley les impidiera acudir a la playa a pecho descubierto. Sus ídolos, en cine y revistas, no lo hacían.
La popularización de torsos desnudos en Hollywood (como Rudolph Valentino tan pronto como 1920 o Johnny Weissmuller, Tarzán, en 1930) impulsó que muchos hombres se enfrentaran abiertamente a las autoridades durante la década de los 30. Se sabe que en 1934 cuatro hombres fueron detenidos y multados con 1$ en Coney Island. ¿El motivo? Atreverse a despojarse de la parte superior de sus bañadores mientras se daban un baño.
Una lucha victoriosa
Hay quien apunta a Clark Gable como el factor definitivo para la reforma de la leyes y la transición cultural. Aquel mismo año, el torso del actor se mostraría desnudo en la gran pantalla durante el célebre monólogo de Sucedió una noche. Es difícil calibrar hoy el impacto de la escena. La leyenda habla incluso de una caída en la venta de camisetas interiores tras su lanzamiento. Cierto o no, la anécdota de Gable ilustra cómo la percepción hacia el pezón (masculino) comenzaba a cambiar tras décadas de celo.
Los incidentes (más de 40 detenidos en Atlantic City en 1935) se sucedieron esporádicamente al tiempo que las batallas judiciales. Los hombres de entonces, como las mujeres de ahora, lucharon por su derecho a mostrar sus pezones en público: lo hicieron pese a las sanciones y pese a las legislaciones restrictivas. Al final del camino triunfaron: en 1936 un juzgado revocaba la prohibición en todo el estado de Nueva York.
Otros estados tomarían similares medidas en los años siguientes. La movilización y la oposición de los hombres, el cambio de percepción social y, quizá, la empatía de una judicatura aún controlada en su totalidad por los hombres facilitaron el fin del pezón cubierto. Entre los hombres.
Décadas después, la historia es muy distinta entre las mujeres. Bien entrados los años sesenta figuras como Marilyn Monroe aún posaban con piezas de bañador completas en las revistas de tendencias, y las mujeres eran sancionadas por las autoridades por enseñar más carne de la debida. La relajación en las playas ha aumentado, pero casi todos los estados (y países del mundo) cuentan con leyes relativas al exhibicionismo y la desnudez.
En todos ellos, los pezones del hombre ya han ganado la batalla, mientras que los de las mujeres siguen siendo objeto de escrutinio. Hubo un tiempo en que todos los pezones tuvieron problemas frente a la ley. Pero la disparidad de sus destinos y lo desigual de las penalizaciones sociales explican en gran medida la creación de movimientos como #FreeTheNipple, hoy, como en los años treinta, tan combativos.