Hace exactamente diez años tres encapuchados aparecían frente a las cámaras y anunciaban el final de una larga pesadilla: ETA. Aquel fue el primer paso hacia el desarme y la disolución de la banda terrorista. No habría más atentados, no habría más víctimas mortales. Su desaparición permitió normalizar la situación política en el País Vasco, por más que el espectro de su recuerdo se colara repetidamente en el debate mediático. ETA pervivía como objeto discursivo, pero no como organización.
En el camino ETA se convirtió en pasado. En Historia.
También en recuerdo. Varias generaciones de españoles habían crecido y alcanzado su madurez política durante los años más duros del terrorismo. Un tiempo en el que los secuestros, los atentados o las detenciones masivas copaban los telediarios. Una era en la que miles y miles de personas se manifestaban en las calles exigiendo el fin de la violencia. Hitos colectivos que marcaron a fuego la convivencia pública de un país, hechos indisociables a nuestro crecimiento personal e ideológico. De un modo u otro, ETA estuvo presente en nuestras vidas.
Todo eso cambió a partir de 2011. La generación nacida durante la primera década del siglo XXI, no digamos ya la nacida en su segunda década, ha crecido sin ETA. Su adolescencia y juventud temprana no ha estado marcada por los coches-bomba o el asesinato de anónimos concejales del PSE, sino por vagas referencias parlamentarias, titulares imprecisos, ex-ministros un tanto desconectados de los hechos y una batalla por el relato sobre ETA. Su crecimiento personal e ideológico no ha estado asociado a la violencia, sino a la pugna por explicar qué fue la violencia.
Esto es normal, pero no por ello deja de resultar llamativo. Hace cuatro años el Instituto de Derechos Humanos Pedro Arrupe de la Universidad de Deusto elaboró una encuesta para conocer el grado de familiaridad de las nuevas generaciones con ETA. Preguntó a estudiantes de primero de carrera sobre algunos de los acontecimientos más relevantes de la historia reciente de España, todos ellos protagonizados por la banda terrorista. Sus respuestas se han difundido estos días con motivo del décimo aniversario.
La más significativa es la que se ocupa de Miguel Ángel Blanco. "Los momentos previos así como los posteriores a su muerte, generaron una movilización social ciudadana única, tanto a nivel del Estado, como también en Euskadi, de repulsa a ETA. Para muchos, marcó un punto de inflexión en la movilización ciudadana a favor del fin de ETA", explican los autores del trabajo. Es por ello que cuestionan sobre él. La respuesta es ¿insatisfactoria? Sólo el 53% de los alumnos declaró conocer la identidad y la historia de Miguel Ángel Blanco. El 7% admitió desconocerla. Y el 40% marcó la casilla "No Sabe/No Contesta". Se encogió de hombros.
He aquí el dato: el 47% de los jóvenes universitarios de Deusto no sabe quién fue la víctima más célebre de ETA, la que provocó una indignación popular sin precedentes en España y la que movilizó a decenas de miles de personas en las calles. Este redactor tenía 6 años cuando Blanco fue asesinado y cuenta como uno de sus primeros recuerdos políticos las concentraciones en las plazas, las manos blancas, retransmitidas por los informativos. Su abducción y posterior ejecución marcó un antes y un después en la relación de los españoles con ETA. También en Euskadi.
Olvidar lo inolvidable
¿No queda nada de aquello? Gran parte del trauma de ETA consistió en vivirlo. En acudir a votar pocos días después de que Isaías Carrasco fuera asesinado sin razón aparente. En aquel discurso de Ernest Lluch que terminaría costándole la vida. Para los más mayores, en el goteo constante de muertos durante los años del plomo. En la Casa Cuartel de Zaragoza. En Hipercor. No se vivió como pasado sin como experiencia.
Nada de esto aplica ya a los más jóvenes y la encuesta lo refleja. Cuestionados por el GAL, sólo el 55% logra identificarlos como "un grupo parapolicial que atentaba contra ETA y la izquierda abertzale". Un 4% lo identifica erróneamente como "un grupo que luchó contra Franco"; un 3%, como "una rama dentro de ETA"; y un 38% restante se aferra al NS/NC. Porcentajes similares valen para Lasa y Zabala o para el atentado de Hipercor, algunos de los episodios más significativos y definitorios de la violencia terrorista o del Estado.
Más allá de porcentajes anecdóticos, como el 2% que atribuye Hipercor a una organización terrorista, el balance es claro: aproximadamente la mitad de los encuestados tiene un conocimiento muy limitado, cuando no deficiente, de la historia de ETA. A la vista de ellos, el informe recomienda "promover y encauzar el interés" de las nuevas generaciones en torno a ETA y la violencia terrorista, promoviendo iniciativas y actuaciones que preserven la memoria de lo sucedido, sin duda importante.
La forma más sencilla de interpretar estos datos es desde el alarmismo. El Confidencial publica hoy un reportaje donde hablan jóvenes hoy politizados, miembros de juventudes nacionalistas o socialistas, donde admiten haber pasado parte de su adolescencia ajenos a ETA: "Yo diría que, desgraciadamente, el conocimiento es demasiado bajo. Los últimos proyectos audiovisuales, como la serie Patria o Maixabel, han podido ayudar a que aumente el interés por parte de la juventud. Pero se sabe muy poco, la sensación es que es algo muy lejano, que pasó hace mucho tiempo".
La Razón ahonda en lo mismo. "Conocen más a Franco que a Miguel Ángel Blanco", reza el titular de este artículo, más centrado en la memoria de ETA en los círculos abertzales. "Es algo que ha marcado más de 50 años de la historia de un país, terminó como quién dice anteayer, y curiosamente mucha gente ya lo ha olvidado", contaba Luz Aldama, directora de programas de Atresmedia hace un año, a propósito del boom de ficciones o documentales sobre la banda. "No tienen en su memoria los atentados y no han estudiado en el colegio lo que fue ETA", explica hoy RTVE en un reportaje llamado "Los jóvenes y la memoria del terrorismo".
¿Hay que perder toda esperanza? No necesariamente. El mismo informe de la Universidad de Deusto contiene lecturas más positivas. "Cuando se pregunta por su interés directo sobre los temas relacionados con el terrorismo", desarrollan los autores, "un 61% de los y las jóvenes que han participado tiene un interés personal alto. Si a ello incluimos los que tienen un interés medio, la cifra llega al 87%". Lo piensan desde un punto de vista individual y colectivo: "Dicho interés se extiende a su percepción como generación, pues un 80% considera que el tema es algo muy interesante para su juventud". Es decir, existe la intención.
Quizá falten los recursos. ¿Dónde se informan sobre ETA los jóvenes de hoy en día? Siguiendo al estudio de Deusto, en los medios de comunicación (68% de las respuestas), en la familia (59%) y en las redes sociales (54%). Los amigos caen más abajo (34%) seguidos muy de lejos por los libros (13%). La familia sigue siendo el vector más influyente en su construcción de la memoria sobre ETA ("influencia alta" en el 60% de los casos), mientras que el colegio queda en muy mal lugar: un 49% estaría poco satisfecho con la información recibida sobre ETA en las aulas, y un 11% estaría "muy insatisfecho". Es decir, faltan las herramientas.
Algo que también es lógico. ETA es historia remota para las nuevas generaciones pero es historia demasiado cercana para las más mayores. Hay heridas que tardan en cicatrizar, y durante ese periodo se antoja difícil encontrar un consenso que permita llevar el relato a la escuela. En ese impás se cuela el olvido y la desinformación. Pero también productos de masas que intentan recuperar lo que fue ETA. El olvido no es tan grande si Fe de Etarras, Maixabel, Patria, La Línea Invisible, ETA: el final del silencio, El fin de ETA y otros muchos productos han funcionado en plataformas de streaming populares o en las salas de cine.
Puede que, simplemente, sea demasiado pronto como para evaluar nuestra memoria sobre ETA. Baste repasar los procesos de reconstrucción memorística post-Segunda Guerra Mundial para encontrar algo de perspectiva. El estado francés no inició una conversación seria sobre Vichy y el colaboracionismo hasta pasada la década de los ochenta, cuarenta años después de los hechos. Alemania no indagó en los horrores de su pasado hasta los sesenta, cuando figuras como Fritz Bauer llevaron el genocidio y la responsabilidad de todos los alemanes a los tribunales. A mayor el trauma, a mayor el horror, más prolongado el silencio.
¿Podrán España y el País Vasco enmendar los errores de Europa a la hora de evaluar su pasado, de trabajar la memoria? Sin duda, la conversación sobre el olvido se ha iniciado mucho antes. La consciencia sobre correr un velo demasiado tupido sobre ETA y permitir que su recuerdo se esfume en las nuevas generaciones ya existe (y también una plasmación audiovisual cada vez más intensa). Ahora sólo hacen falta instrumentos para evitarlo.
Imagen: Paul White