El turismo, entendido como una actividad de escala industrial y abierto para todas las personas del planeta, es un fenómeno reciente. No fue hasta mediados del siglo XX cuando desplazarse a otros puntos del planeta para disfrutar de un breve retiro ocioso se popularizó entre las clases medias de los países desarrollados. Desde entonces y hasta nuestros días ha crecido de forma vertiginosa: en 2016 el número de turistas mundiales superó los 1.200 millones (por encima de la población china). En 1950 la cifra no superaba los 25 millones. Un salto bestial.
Y uno que sólo pudo darse gracias al surgimiento de una boyante industria hotelera, últimamente diversificada en forma de apartamentos personales y aplicaciones móviles. Hoy el turismo, hoteles y restauración incluido, supone un pellizco importante de la economía de España, Islandia, Francia, Tailandia o Italia, hasta el punto de haberse convertido en un problema para los habitantes nativos de sus ciudades más populares. Todo esto nos conduce a pensar en el concepto "hotel" como algo relativamente moderno. Y lo es. Lo que no significa que no hunda sus raíces en el tiempo.
Lo ilustran estos estupendos mapas elaborados por Budget Direct en los que identifica los hoteles más antiguos aún en funcionamiento en cada país del mundo. El trabajo es un testimonio gráfico del turismo, o el viaje, como actividad ancestral. Desplazarse entre territorios no tiene nada de exótico ni de moderno, si bien en el pasado tal actividad estaba reservada a determinadas clases pudientes o a personas con intereses menos ociosos (trabajo, guerra, diplomacia, comercio). Para todos ellos había posadas, hostales y alojamientos de mayor o peor calidad donde, a cambio de un estipendio, se podía pasar la noche o cenar en compañía.
Como no podía ser de otro modo, el hotel más antiguo todavía existente se encuentra en Japón, un país, como vimos en su momento a cuenta de la empresa más vetusta del planeta, plagado de negocios que siguen funcionando siglos y siglos después de haberse fundado. Se trata del hotel-balneario Nishiyama Onsen Keiunkan, fundado en el año 705. Cincuenta y dos generaciones después continúa en manos de la misma familia que lo fundó. No hay un referente ni siquiera cercano para entender su provecta edad. El alojamiento más antiguo de Europa, el Zum Roten Baeren de Friburgo, se remonta al 1120, cuatro siglos después.
Su caso es significativo de cómo brotaron las ciudades en muchos puntos del continente. El hotel se fundó poco antes que la propia ciudad, cuyos derechos municipales fueron otorgados por el duque de Zähringen aquel mismo año. Friburgo era una ciudad mercantil y necesitaba un sitio donde acoger a los centenares de merchantes, vendedores y compradores que circulaban por sus alrededores en los días de feria. De la necesidad, la ciudad. Similares palabras se pueden escribir del Alte Goste italiano, en el germanísimo Tirol del Sur, antecesor remoto del turismo de montaña moderno (hoy tan central a todos los Alpes).
Europa, en general, es vieja. Nueve de los diez hoteles más antiguos del planeta se encuentran en su interior. España data el suyo en 1499 (el Hostal dos Reis Católicos, en Santiago); Reino Unido, a 1135 (una posada popular al norte del Gran Londres); Dinamarca, a 1581 (un pequeño hostal en la ciudad marítima de Ribe); Polonia, a 1650 (el hotel Pod Roza, fundado en la esplendorosa Cracovia de los tiempos convulsos del Diluvio); y en Francia, a 1582 (el hotel Corbeau en Estrasburgo; sí, mantener hoteles antiquísimos parece algo muy propio de la cultura germana).
El récord se debe no sólo a lo antiguo de las naciones europeas, sino a su pervivencia en el tiempo. Si nos trasladamos a otros continentes la huella histórica es más reciente: en América del Norte sólo Estados Unidos cuenta alojamientos turísticos previos al siglo XVIII (la posada Seaside, en Maine, fundada en 1660, cuando aún era una dependencia británica). En Sudamérica casi todos son del mismo siglo XX (con la bonita excepción del Gran Hotel de Paraguay, originado en 1873). En Oriente Medio, sólo el Hotel Abasí de Isfahan, en Irán, precede a los tiempos modernos (1700); mientras que en África ninguno va más allá de 1779.