¿Qué conversación entablarían los dos primeros humanos capacitados para el habla funcional? Es un ejercicio ficticio, pero no cuesta imaginarlos presentándose el uno al otro, acaso en sus dispares lenguas y formas comunicativas. "Yo", podría haber dicho uno marcando su propio pecho. "Tú", podría haber continuado, señalando a su interlocutor. La presentación como primerísimo primer paso de la comunicación.
La primera persona del singular es uno de los elementos más esenciales de todas las lenguas, en tanto que proyecta nuestras opiniones, inquietudes, preguntas o dudas existenciales. Es también una de las primeras palabras que todo estudiante aprende a emplear cuando se inicia en una lengua extranjera. El "yo", en sus distintas variantes, es una de las primeras piezas de ese puzzle compuesto por millones al que llamamos "lengua".
De ahí que recorrer su origen y deshacer sus pasos sea un ejercicio tan interesante. Es lo que ha hecho Jakub Marian (aquí en Twitter), un geógrafo sobre cuyos trabajos hemos hablado en alguna que otra ocasión. Partiendo de una de las familias lingüísticas más amplias e importantes de la historia de la humanidad, la indoeuropea, reconstruye el origen y las diversas formas del "yo", ya sea en sus ramas europeas o asiáticas.
La infografía no sólo es bonita, sino también funcional. E ilustra la cercanía de todos los idiomas indoeuropeos, una proximidad no siempre aparente. El origen se sitúa en las primitivas formas de la primera personal del singular utilizadas por los pueblos proto-indoeuropeos: "ég", "égHóm" y "égóH". Podemos seguir por uno de sus más ilustres descendientes, el latín: el "yo", allí, tomó una forma conocida por todos, "ego".
¿Qué sucedió después? Que los distintos dialectos del latín, expandido a lo largo de los siglos por el Imperio Romano y mezclado en el camino por hablas locales y variantes vulgares, tomaron caminos distintos. El castellano lo llevó al peculiar "yo", mientras que el francés y el catalán se marcharon al "je" y "jo" respectivamente. Portugués, italiano y rumano se fijaron a las vocales: "eu", "io", "eu".
Las lenguas germánicas optaron por la variante *ek o *ik, en su versión proto-germánico, derivado posteriormente en el extraño "I" inglés (una de las lenguas más raras de la familia, por su peculiar evolución), el danés "ik", el alemán "ich", el danés "jeg" y el sueco "jag". El proto-eslavo, la última gran familia de lenguas europeas, partió de *ezu y *jaz, sintetizando en el predominante "ja" o "já", común a casi todas las variantes dialectales (exceptuando la búlgara "az").
¿Qué nos queda? Familias muy pequeñas compuestas hoy por una sola lengua, como el albanés "unë", el griego "egó", prestado por el latín en su momento, o el armenio "es". Forma esta última muy próxima ya a las lenguas indo-iranias, la rama asiática de las lenguas indoeuropeas. "Ez" para el kurdo y el pastún, "az" para el ishkashimi o "ahám" para el sánscrito.
Se trata de una reconstrucción compleja y en ocasiones de carácter imaginativo, en tanto que el origen preciso de algunas palabras jamás tuvo síntesis escrita alguna, y sólo antecedentes muy remotos (como el latín) tuvieron traslación más allá de lo oral. Como nota al margen, merece la pena citar a una de las familias indoeuropeas más precarias a día de hoy: la celta. No aparece en el gráfico porque el pronombre "yo" deriva de *me, raíz distinta a la que compone el gráfico.