Se trata de una situación familiar en todo el mundo. Un matrimonio afronta su insoslayable decadencia. La magia se ha evaporado. La rutina ha consumido la ilusión. Las dos partes implicadas han dejado de soportar sus manías hace mucho tiempo. Una de ellas, consciente de lo irreversible de la situación, ha tomado una decisión dramática: cortar por lo sano. ¿Pero cómo hacerlo, qué palabras elegir, bajo qué pretextos argumentarlo, de qué modo resistirse a la tentación del inmovilismo?
De forma típica, la respuesta a tanta incertidumbre se resuelve o bien cejando en el empeño de ruptura, tratando de enderezar la relación, o bien con un corte limpio, tajante, irreversible. Casi todos los procesos son duros y provocan escenas dramáticas. Surgen los reproches, los errores competidos, las responsabilidades mutuas, la pena por lo que un día fue y jamás volverá, la sensación de estar cometiendo un error imperdonable, la incapacidad de racionalizar un sentimiento de rabia y desamparo permanente.
Es un mal trago que muchas personas desearían ahorrarse. En Japón pueden.
Una de las muchas peculiaridades culturales del archipiélago rota en torno a las relaciones familiares e interpersonales, tan distantes, en muchos sentidos, de las occidentales. Parte de su decadencia demográfica se debe a la complejidad de sus nodos sociales. Ningún otro país acumula tamaña proporción de población asexual, o de menores de 35 años solteros y aún vírgenes. Una mezcla de tabúes, aislamiento y presiones culturales han producido un escenario de irremediable declive poblacional.
Es algo que se traslada a las relaciones intermatrimoniales, incluso desde el punto de vista legal. Todo proceso de divorcio en Japón obliga a la adopción de ciertos supuestos previstos por el Código Civil, ya sea la violencia doméstica, la no asunción de responsabilidades económicas, la ausencia prolongada del domicilio, un desorden psiquiátrico crítico o... La infidelidad, una de las causas más comunes. En todos los casos se deben presentar pruebas. Evidencia que, para el caso del adulterio, no siempre es fácil de hallar, dada la naturaleza secreta de casi todas las infidelidades.
¿Qué hacer entonces si deseas el divorcio pero no tienes argumentos sólidos para presentarlo, pruebas que lo justifiquen? Contratas a un "wakaresaseya", un saboteador dedicado a fabricarlas.
Lo cuenta este fascinante reportaje de la BBC: Japón cuenta con una boyante industria de agentes secretos que sirven como herramienta para justificar un divorcio o romper relaciones extramatrimoniales sin que la otra persona lo sospeche. Una de sus tareas más comunes consiste en forjar engaños. El agente, supongamos que a petición del marido, entablaría una relación sentimental y extramatrimonial con la esposa tras haber estudiado a su sujeto mediante la información presentada por su pareja.
Transcurrido el tiempo, el marido utilizarías las pruebas recopiladas por el agente para justificar su petición de divorcio. Es exactamente lo que sucedió en uno de los casos más infaustamente célebres de la industria. En 2010, un wakaresaseya llamado Takeshi Kuwabara inició una relación ficticia con Rie Isohata, a petición de su esposo. Kuwabara era un actor consumado, como el resto de sus compañeros. Creó un personaje a la medida de Isohata, moldeado en torno a sus gustos y preferencias.
El objetivo era seducirla, hacerle caer en la tentación para que su marido pudiera justificar la separación. Sucede que Kuwabara se enamoró. Inició una relación real con Isohata, fundiendo persona y actor. Enfrentado a su empleador (la mayoría de wakaresaseya no trabajan para sí mismos, sino para agencias más grandes), huyó con Isohata a una segunda residencia donde ambos podrían continuar con su affaire (Kuwabara también estaba casado y tenía hijos). Cuando en un arrebato de sinceridad el agente reveló su verdadera ocupación a Isohata, la mujer trató de huir.
Kuwabara se opuso. La retuvo contra su voluntad y la estranguló. Fue condenado a quince años de prisión.
El escándalo derivado colocó a la industria de los wakaresaseya en el ojo del huracán. Desde entonces las agencias siguen la legislación japonesa al dedillo, evitando caer en actividades potencialmente ilegales. Japón obliga a todos los agentes del sector a obtener una licencia, aunque muchos de ellos siguen operando de forma independiente. También restringe su publicidad online. Pese a ello, más de 270 agencias ofrecen sus servicios por Internet, a menudo a precios desorbitados. Una intervención rápida y sencilla puede costar más de 3.000€, y el coste se puede disparar hasta los 150.000€ en función de la víctima y del nivel de confidencialidad exigido.
Pese a lo espectacular de la tarea, no todos los wakaresaseya son contratados para romper un matrimonio. Otros tratan de salvarlos. Una de sus tareas más habituales consiste en torpedear una relación extramatrimonial, de tal modo que la persona implicada rompa sus lazos con su amante. Para ello, las agencias diseñan un complejo entramado de relaciones en el que sucesivos agentes se aproximan al amante (primero un falso amigo que, tras un tiempo prolongado, le presenta a un falso interés sexual o romántico del que termina enamorado) y lo alejan del esposo o el marido del contratante.
Una cultura de apariencias
Todo ello cuesta dinero. Operaciones semejantes suelen prolongarse hasta los cuatro meses y pueden implicar a cuatro intérpretes diferentes, siempre bordeando los límites de la legalidad. Los wakaresaseya necesitan conocer la legislación japonesa al dedillo en el hipotético caso de que la causa termine en los tribunales. Una línea roja: no pueden acostarse con sus víctimas, dado que de otro modo podrían acusarles de prostitución.
Japón es un país esclavo de sus apariencias. Los wakaresaseya son tan sólo la punta del iceberg de un negocio, el de actores profesionales contratados para simular roles sociales en la vida real, mucho más extenso. Como se narra aquí, el país lleva sumergido más de una década en un boom de las falsas relaciones familiares, romáticas o amistosas. Personas que contratan a un agente para que simule ser su padre, su amigo, su abuelo o incluso su pareja. Actores que ejerzan de bálsamo emocional o que acolchen la vergüenza de haber fracasado en la vida.
En ocasiones, como hemos visto a cuenta de Kuwabara, la ficción se entremezcla con la realidad. Algunos actores terminan formando parte de la vida real de las personas que los contratan, y durante periodos muy prolongados de tiempo. En 2018, la BBC relataba un caso extremo: el de un agente que llevaba más de diez años fingiendo ser el padre de una niña a petición de su madre, incapaz de lidiar con el sentimiento de pérdida y el comportamiento errático de su hija tras años sin una figura paterna.
Aquel ejemplo ejerce de paradigma. El padre de la criatura había huido desde su nacimiento, delegando todas las responsabilidades en la madre, abandonada a su suerte. Cuando la pequeña se hizo mayor e inquirió sobre la situación de su padre, se enfrentó a su progenitora. Desesperada e incapaz de lidiar con una situación violenta y explosiva, la mujer optó por obtener los servicios de Takashi, más tarde Yamada, para que se hiciera pasar por su ex-pareja y padre de la niña.
Las cosas mejoraron. La pequeña reaccionó muy positivamente. Yamada entabló un fuerte vínculo emocional con ella. La madre se sintió cómoda ahogando el conflicto familiar en una ficción. Los años transcurrieron y los lazos se estrecharon. Madre, actor e hija habían llegado demasiado lejos como para que la interrupción de los servicios no ocasionara un trauma irreversible para todas las partes implicadas. Diez años después, el contrato se mantiene, pese a que el elevado coste de cada visita (en torno a los 100€) haya llevado a la mujer a una situación de estrés financiero.
Son numerosas las historias rocambolescas. Ancianos solitarios que contratan a una hija y a una mujer ficticias. Abuelas sin descendencia real que anhelaban la existencia de un nieto al que malcriar. Mujeres solteras que desean mantener las apariencias, un esposo y un niño bien educado, en un encuentro social. El alquiler de familiares se ha convertido en una moneda de cambio relativamente común en Japón. Una industria boyante que siempre coloca a los agentes en posiciones delicadas.
Otro ejemplo extremo: Yuichi Ishii, fundador de una de las empresas más célebres del sector, Family Romance, ha contratado sus propios servicios en centenares de ocasiones. Él mismo confiesa que ha alquilado a unas 100 esposas ficticias y que ha formado parte de más de veinte familias simuladas distintas. Es indudable que Japón tiene un apetito creciente por este tipo de negocios, hoy en boga, pero operativos desde hace décadas. Más de 18 millones de personas declaran vivir solas, alrededor de 6 millones de ellas ancianas. A la soledad, un problema gravísimo, se le puede poner remedio siempre y cuando tengas dinero para conseguirlo.
Las cifras del fenómeno son asombrosas. El volumen de personas que viven en soledad (sin familiares, sin amigos, sin compañeros) se ha duplicado en las últimas tres décadas. Uno de cada cinco adultos jamás conocerá el matrimonio o algún tipo de relacion sentimental estable. Dentro de veinte años, la relación se habrá reducido a uno de cada cuatro. Sólo en 2017 más de 45.000 personas murieron solas en todo el país. Sin que nadie recalara en ellos, sin que nadie les velara.
En Japón, donde encontrar pareja es una tarea titánica y donde los hábitos sociales han conducido a una extraordinaria y prolongada vejez, la soledad es una cuestión nacional. No puede extrañar que muchos hayan optado por resolverla por la vía de la ficción.
Imagen: Andrew Leu/Unsplash