Durante las últimas décadas, la apertura de los mercados globales y la internacionalización de las empresas ha tenido una consecuencia indeseada para muchos estados: recaudan menos. La competencia fiscal entre los países es árida. El ejemplo más típico son las Islas del Caribe: países muy pequeños cuya única forma de atraer capitales y actividad económica es desplomando los impuestos de sociedades para que empresas gigantescas depositen allí sus ganancias. Ahora bien, el paraíso fiscal por antonomasia no está ni en el Caribe ni en Singapur.
Está en Irlanda.
Datos. Es algo conocido: Irlanda se ha configurado como un pequeño paraíso fiscal dentro de la Unión Europea, ofreciendo ventajas fiscales muy atractivas a las multinacionales. En especial las estadounidenses. Un trabajo elaborado por dos especialistas en fiscalidad internacional, Gabriel Zucman y Thomas Wright, ha puesto cifras al fenómeno: las empresas estadounidenses registraron en la isla más de $83.000 millones de beneficios en 2017. Montante superior al declarado en Alemania, Francia, Italia, China y México juntos. Sólo Puerto Rico, estado asociado a EEUU, ofrece mejores condiciones fiscales a las multinacionales.
Tipos efectivos. El secreto está en los tipos: las empresas apenas pagan el 4,9% de sus beneficios en concepto de sociedades. Un mínimo histórico y el extremo de su espectro, pero en absoluto una excepción. Seis territorios se reparten el 52% de los beneficios internacionales de las compañías estadounidenses gracias a su baja fiscalidad: Puerto Rico, Irlanda, las islas caribeñas, Suiza, Países Bajos y Singapur. Sus tipos efectivos oscilan entre el 2% y el 10%, extremadamente inferiores a los reglados en Alemania, Francia o Reino Unido (entre el 30% y el 50%).
Es lo que Zucman y Wright llaman el "privilegio fiscal" estadounidense, en tanto que externalizan su tributación y que permite a sus empresas, las más rentables del mundo, generar beneficios exorbitantes.
Competencia. Es un fenómeno muy antiguo. La competencia entre naciones ha empujado los tipos a la baja. España, por ejemplo, ha reducido el impuesto de sociedades del 35% al 25%. Más aún: mientras las empresas nacionales han disparado sus beneficios, sus aportaciones a las arcas del estado han disminuido a nivel relativo con el paso de los años (tipo efectivo del 11%). Sucede lo mismo en Estados Unidos, donde los tipos han pasado de superar el 40% a ubicarse por debajo del 20%. Nadie quiere que sus empresas huyan a Irlanda. Y para ello hay que bajar los impuestos, o como mínimo ofrecer exenciones y deducciones.
Complejo. Se trata de un problema muy complejo, en tanto que el carácter multinacional de las compañías ha provocado su segregación en múltiples subdivisiones y filiales a lo largo de todo el mundo. Como vimos a cuenta de Inditex, la creación de sedes operativas en el extranjero permite a las grandes empresas ahorrarse cientos de millones de euros al año. Irlanda ofrece el célebre "doble irlandés", amparada en la imposibilidad de gravar dos veces la misma actividad; y Países Bajos el "sándwich holandés", donde los ingresos se gravan como derechos de propiedad intelectual a tipos extremadamente bajos.
Son sólo dos ejemplos, popularizados tras los Papeles de Panamá, que ilustran los numerosos atajos fiscales que tienen las multinacionales a su disposición. Y en países ricos, desarrollados y vecinos.
Nombres. Herramientas que han permitido a Google, por ejemplo, pagar márgenes impositivos residuales en España o Estados Unidos. Cuando un país trata de corregir está dinámica, como Francia, emporios como Amazon derivan la presión fiscal al consumidor. Y si una ciudad quiere mantener sus sedes, como Toronto o Nueva York, debe plegarse a sus exigencias fiscales. Es un sistema de incentivos donde las multinacionales siempre guardan las mejores cartas de la baraja, y que lleva a extremos como el estadounidense, donde la suma de paraísos fiscales y exenciones en el impuesto de sociedades han desplomado su recaudación a cero.
Y en ese sistema quien juega un rol fundamental es Irlanda. Un paraíso fiscal que la UE aún no tiene forma de corregir.
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