No es ansiedad o depresión, es algo más complicado. Se lo ha llamado “fatiga pandémica” y la etiqueta, en general, vale para ir tirando, pero sabemos que hay algo más y lo hemos intentado reflejar en mil y un escritos. Con esto de la vida en el coronavirus subyace algún tipo de sensación de atemporalidad y de irrealidad, “como si estuvieras pasando los días sin rumbo, mirando tu vida a través de un parabrisas nublado”.
Los encuentros serendípicos con semi-conocidos, la típica gente con la que intercambiabas cuatro palabras en las fiestas, se han evaporado y por extraño que parezca les vamos echando de menos. Ansiamos que vuelva el tiempo de tomarse unas cervezas incluso con aquellas amistades un poco débiles, pero parece que nos hemos enclaustrado en nosotros mismos, limitando el contacto a un reducido núcleo de personas de confianza lanzando a todas las demás a un limbo afectivo. A veces les abrimos el chat de whatsapp pero lo cerramos sin escribir nada porque llega súbita la desapetencia. Queremos que llegue el verano. No queremos que llegue el verano. Estamos irascibles por todo y por nada.
La languidez: es el término acuñado por el sociólogo Corey Keyes y la emoción de moda para este 2021. The New York Times rescata el vocablo. “Es el hijo ignorado de la salud mental. Es el vacío entre la depresión y el bienestar: la ausencia de bienestar” al que contribuye la duplicidad de los días y la incapacidad para encontrar propósitos o hacer planes a medio plazo.
Como no hay manera de prosperar pero tampoco estás en modo supervivencia, como durante los confinamientos, quedas como anestesiado. Eso hace que tu productividad caiga y tus ganas de relacionarte, también. Y como estás menos capacitado que antes para percibir que tus niveles de satisfacción y placer por las cosas han caído, la languidez supone un detonante a la hora de desarrollar después más fácilmente trastornos mentales, aunque no es un destino seguro y es más fácil salir de este estado que de la distimia.
¿Y cómo de extendido estaría? Keyes, que es quien quiere defender la existencia de esta condición, hablaba en sus estudios que habría un 12% de la población que podría cumplir con de la languidez antes de la pandemia, y ahora serían más
Estrategias antilanguidez: para los psicólogos entrar en languidez es una mala señal, pero es importante que hagamos esfuerzos por minimizarla, y eso implica ponerse pequeños objetivos a corto y medio plazo aunque no nos apetezca hacerlos. Llamar o chatear con esos amigos olvidados aunque nos de pereza, apuntarse a un curso virtual, salir a dar paseos tantas veces a la semana. Ponerle un régimen a la abulia. Esto de por sí puede que no nos permita desconectar, pero según los sociólogos podría incentivar la creación de estados de “flujo”, cuando perdemos momentáneamente la consciencia del presente porque estamos absortos en una tarea gratificante.