Alemania ha reconocido por primera vez su papel en el que se considera formalmente el primer genocidio del siglo XX, el de Namibia. Hasta 1915 reprimió brutalmente los levantamientos de los dos grupos étnicos de la zona, los pueblos Herero y Nama, y en un episodio entre 1904 y 1908 el ejército acabó con la vida de 75.000 personas de las 100.000 que vivieron allí. La novedad es esta, la admisión oficial del Gobierno alemán de lo sucedido, que acompaña a la puesta en marcha de un “gesto de reconocimiento” de 1.100 millones de euros en forma de programa de desarrollo en la zona.
Por qué esto es nuevo: dentro de los muy amnésicos estados europeos sobre los efectos de su colonización en África, Alemania había sido el que más gala ha hecho de desmemoria, abroncando a sus políticos una década atrás cuando hablaban de “responsabilidad moral” con los namibios. Hasta ahora. Aún así, fijémonos en el lenguaje: Berlín reconoce el genocidio, pero no habla de “reparaciones”, sino de compensaciones y ayudas, como ya había hecho en el pasado antes de hacer su disculpa formal. Namibia considera el dinero insuficiente, como tantos otros pueblos agraviados, pero en muchos casos no es una cuestión meramente monetaria, sino de admisión de culpa de los agresores y restauración de la dignidad de los agredidos.
¿Qué ha podido provocar este cambio de tónica? Una confluencia de factores. En 2019 el Parlamento Europeo aprobó la resolución por los Derechos fundamentales de las personas de ascendencia africana que, entre otras cosas, “pide” a los estados miembros con pasado colonial que piensen en pedir disculpas públicas, devolver objetos robados y planteen las reparaciones económicas. Es un pequeño paso adelante, aunque esa resolución no concreta cuándo ni cómo deben aterrizarse estas propuestas en los ordenamientos jurídicos de cada estado.
La otra, obvia, es el cambio de clima social, en el que las reivindicaciones mundiales como Black Lives Matter han cobrado un enorme peso académico, institucional y social y cada vez se antoja menos comprensible realizar festividades como la de los Reyes Magos de Alcoy. Por último, que no debe olvidarse, su capacidad para limitar la migración intercontinental. En 2008 Italia anunció a bombo y platillo un “pacto de amistad” con Libia (recientemente reinstaurado) en el que se disculpó por sus acciones colonialistas pero cuyo dinero, 200 millones de euros anuales, estaba destinado íntegramente a la lucha contra la inmigración irregular.
¿En qué otros frentes se ha avanzado algo? Hace poco Macron reconoció la responsabilidad (pero no "pidió perdón" con pleno convencimiento, sólo a medias) de Francia en el genocidio de Ruanda de 1994, que se cobró la vida de 800.000 tutsis y hutus étnicos, un gesto que estaría en consonancia con el cometido por otros países ex colonizadores. Por ejemplo, también Países Bajos indemnizó por primera vez a las víctimas de la represión independentista en Indonesia, en la década de los 40, con pequeñas sumas de dinero para los descendientes directos, aunque negándose a hablar de reparaciones.
El caso de Reino Unido es un poco distinto. Tras años de tímidos pasos diplomáticos, en 2013 se vio forzado contra su voluntad a pagar una indemnización de 23 millones a las familias de las más de 5.000 víctimas de la represión violenta de los llamados levantamientos de Mau Mau en Kenia, en la década de 1950, y ocurrió así porque medió un proceso judicial.
El caso de Bélgica es el más doloroso. Tras semanas de protestas Black Lives Matter en las que habitantes belgas vandalizaron estatuas de Leopoldo II y en conmemoración con los 60 años de independencia del Congo, el rey Felipe expresó en 2020 su “más profundo pesar” y unos “profundos remordimientos” por un dominio que se cobró la vida de entre 10 y 15 millones de personas, lo que no computa como disculpa y se ahorra siquiera la idea de una “reparación” que no parecen contemplar (los congoleños lo cifran en 35.000 millones de euros).
¿Por qué triunfan los Mau Mau y no la India en su reclamo a Reino Unido? En ambos casos estaríamos hablando no sólo de masacres, sino también de ocupaciones que provocaron la desolación social y económica de las zonas durante décadas o siglos. Es decir, que, desde el punto de vista de los denunciantes, no se les robó sólo su presente, sino también su futuro y la prosperidad de sus pueblos, y de ahí el desigual punto de desarrollo en el que se encuentran con respecto a Europa o, como factor cultural indirecto, el mismísimo racismo que arrastramos hasta nuestros días. Como cuentan los historiadores, cuanto más cercano en el tiempo, más corto el episodio y más atroces los actos, más fácil es asumir la culpa y abrir un proceso. Por eso es también tan significativo el anuncio de Alemania, por ser uno de esos casos de difícil afrontamiento.
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