Ayer, Omar Siddique Mateen entró en el club Pulse de Orlando (Florida) con un rifle de asalto y una pistola. Mató a 50 personas, hirió a 53 y secuestró a otras 30.
Está claro que en algo como lo que pasó ayer en Orlando intervienen muchos factores como el control de armas en EEUU, el fundamentalismo islámico y el ISIS y, por supuesto, la homofobia. El odio al diferente ha sido una constaste en la historia de la humanidad. Afortunadamente, en los últimos años empezamos a tener una imagen mucho más clara sobre por qué surge y cómo podemos combatirlo.
"La psiquiatría es la encarnación del enemigo"
En 1952, cuando a la Asociación Psiquiátrica Americana publicó el primer DSM (un compendio de todos los trastornos mentales que sirve de referencia internacional), incluyó la homosexualidad como enfermedad. En 1970, la APA organizó su convención anual en San Francisco y los activistas del movimiento gay irrumpieron en la conferencia para manifestarse. En el 71, Frank Kameny consiguió coger el micrófono en otra de las convenciones y decir en voz alta estas palabras: "La psiquiatría es la encarnación del enemigo. La psiquiatría ha llevado a cabo una implacable guerra de exterminio contra nosotros. Pueden tomar esto como una declaración de guerra".
Y parece que surtió efecto, a partir de la séptima impresión del DSM-II en 1974, la homosexualidad desapareció como categoría diagnóstica porque como la misma APA había afirmado un año antes "la homosexualidad per se no implica un deterioro del juicio, la estabilidad, la fiabilidad o las capacidades sociales y profesionales en general". En el caso del CIE, la clasificación diagnóstica de la Organización Mundial de la Salud, hubo que esperar 16 años más, hasta la asamblea del 17 de Mayo de 1990. ¿Qué había ocurrido en ese par de décadas?
Un cambio radical
Fundamentalmente, que la homosexualidad pasó de ser una condición vergonzante a reconocerse como una variación normal y positiva de la sexualidad humana. Aunque no por todos.
La historia de la homofobia es larga, compleja y, a estas alturas de la historia, vergonzosa. Aunque conocemos bastantes ejemplos históricos de sociedades que se han mostrado abiertas a la homosexualidad en algún grado, durante la mayor parte de la historia moderna se la ha perseguido con ahínco. Y no tan moderna, baste con recordar que el primer gobernante transgénero del que tenemos noticia, Heliogabalo, fue condenado por el Senado romano a 'damnatio memoriae' (ser olvidado por decreto).
El término homofobia comenzó a usarse por el psicólogo George Weinberg en la década de los sesenta y, en 1969, revistas como Time ya hablaban del problema social que suponían las actitudes y prejuicios contra el colectivo LGBT. Durante estos años ha sido un término muy útil pero potencialmente problemático al designar tanto políticas y legislaciones contra los derechos de los gays como a la internacionalización de estereotipos, creencias, estigmas y prejuicios sobre la homosexualidad y el resto del colectivo LGBT. De las primeras ya hemos hablado en Magnet, así que hoy hablaremos de la última: la homofobia desde el punto de vista psicológico.
O no tan radical
Hace un par de años, The Global Divide on Homosexuality (un informe de Pew Research Center realizado en 40 países del mundo) señalaba que el 88% de los españoles consideraba que la homosexualidad debía ser aceptada por la sociedad y solo 6 de cada 100 personas creían que era algo inmoral. Esto situaba a España en la cabeza de los países del mundo. En apenas 5 años, la aceptación había crecido unos seis puntos.
En cambio según la FELGTB, el 57% del colectivo ha sido insultado alguna vez por su orientación sexual o identidad de género. Cuatro de cada diez de sus miembros han sufrido algún tipo de agresión aunque sólo el 10% de las agresiones han terminado en denuncia (513 casos en 2014). Según un estudio de la Universidad de Vigo, hasta un 30% de los estudiantes españoles habían participado en acciones homofóbicas como insultar y, como consecuencia directa, el 65% de los homosexuales habían sido agredidos verbalmente; el 30% habían sido excluidos y el 20%, golpeados.
Esto da una imagen de lo complejo que es el fenómeno de la homofobia. Una serie de actitudes relacionadas con la edad, la etnia, el lugar de residencia, la raza, el sexo, la clase social, la educación o la religión de las personas. Pero que no está consustancialmente unido a nada de lo anterior.
¿Por qué existe la homofobia?
Aunque con peculiaridades muy concretas, la homofobia no deja de ser un avatar del odio al diferente. Este tipo de odio, miedo o experiencias negativas son usualmente difíciles de entender: ¿Por qué la mera posibilidad de que alguien pueda casarse es visto por muchas personas como un ataque frontal a su forma de vida?
Entender esto no es sencillo. Así que dejadme que dé un pequeño rodeo. Simplificando mucho, la conducta social humana se diferencia de la conducta no social en que la primera está mediada por otros. Por ejemplo, ir al grifo, llenar un vaso y beber agua es una conducta no social. Mientras que pedir un vaso de agua para que alguien te lo sirva es una conducta social.
¿Por qué la mera posibilidad de que alguien pueda casarse es visto por muchas personas como un ataque frontal a su forma de vida?
En ambos casos, el hecho de saciar la sed hace más probable que repitamos la conducta cuando tengamos sed (y se dan unas circunstancias similares). En el caso de que hubiéramos pedido agua a alguien y no nos la hubieran dado, seguramente no se la volveríamos a pedir en el futuro. De la misma forma, si el grifo no echa agua, lo más probable es que la próxima vez vayamos directamente a otro.
Conforme la sociedad se ha ido haciendo más compleja, cada vez más personas intervienen en las conductas sociales. Hemos pasado del puesto de carne mechada en el que la misma persona cocinaba, servía y cobraba al restaurante con 50 empleados hiperespecializados por turno. No obstante, esa complejidad no afecta a la experiencia individual del cliente que tiene que hacer esencialmente lo mismo: pedir, comer y pagar. No tenemos que hablar con todas las partes involucradas en servirnos los platos y eso hace que partes importantes de nuestra vida dependan de personas con las que no tenemos ningún contacto.
Como esto ocurre también con los bienes sociales, emocionales o sanitarios, se da el caso de que nuestro mundo, nuestra estabilidad psicológica y personal se basa en que la gente "haga lo que tiene que hacer"; aunque solo tengamos ideas superficiales y prejuiciosas sobre que es lo que se suponen que tienen que hacer. Por ir a un ejemplo sencillo, si vemos que en plena crisis económica el dueño de nuestra empresa hace gastos desproporcionados, nos pondremos nerviosos aunque no tengamos motivo. Esto ocurre porque su conducta no es congruente con como debería de ser y eso puede afectarnos a nosotros.
En una sociedad muy compleja, donde es difícil adjudicar causas y responsabilidades, todo se complica. Hay gente que se enfada cuando, en un restaurante, alguien no muestra modales adecuados en la mesa. No porque eso tenga un impacto directo en su vida (que, siendo realistas, no lo tiene) sino porque, aunque no lo sepan, 'tienen la sensación o creencia' de que esas conductas ponen en riesgo el equilibrio social del que dependen. A esto, a asociar un hecho con una causa sin motivo real, técnicamente se le llama una 'meta-superstición'. La mayor parte de veces estamos equivocados, pero hasta que no comprobamos y asumimos que esos comportamientos son inocuos, el malestar (el miedo, el odio) persiste.
No sólo más esfuerzos, sino también mejores
La homofobia, la xenofobia o el machismo no son más que versiones de este problema; metasupersticiones producto de la interacción de nuestro entorno y nuestra forma de ser que nos complican la vida y que no desaparecen por sí solas. Por eso, los procesos de modernización son dolorosos y traumáticos para muchas personas: porque aunque no lleven razón experimentan que esos procesos ponen en riesgo la estabilidad de su mundo.
Esto no quiere decir que el odio al diferente sea normal y que haya que tolerarlo; ni siquiera que se de siempre y sin restricción. Simplemente quiere decir que es una consecuencia consustancial al progreso y que si queremos combatirlo, debemos seguir trabajando e investigando muy en serio. Los lemas y pancartas tienen un papel fundamental, pero los cambios sociales vienen gracias a políticas bien diseñadas que permitan abordar este tipo de problemas. Es una tarea difícil, pero como vemos cada vez nos quedan menos alternativas.