¿Puede la nieve manifestar vida propia? Eso es lo que pensaron algunos canadienses estos días, cuando observaron en sus porches cilindros blancos difícilmente creables por la mano humana y descartaron la acción extraterrestre.
Son muchas las circunstancias que tienen que darse al tiempo para que te topes con una de estas maravillas. Tiene que haber una sólida capa de hielo ya cimentada. Sobre ella, nieve suelta cerca del punto de fusión, no completamente compacta ni húmeda. Entonces deberá aparecer un viento de unos 40-50 kilómetros por hora que mueva ni muy rápido ni muy deprisa la superficie.
Para terminar, como las capas interiores del cilindro son más finas y el viento termina por erosionarlas, los “rollos de nieve” suelen adoptar una forma final de donuts de hasta 70 centímetros de diámetro. Son los rulos del cabello invernal.
Como puedes imaginar es difícil presenciar el efecto. En los últimos años, y además de en el reciente evento canadiense, se han avistado rollos de nieve en el oeste estadounidense y en Escocia. Por suerte, la gente de estos rincones han fijado estos momentos de absoluta armonía con el medio ambiente. Son otras dunas de nieve en el Sáhara, otros arcoíris de fuego o luces de terremoto: amigables prodigios de la naturaleza que nos recuerdan su belleza indómita.