Ya ha pasado más de un año desde que el Covid empezó a formar parte de nuestras vidas. Nadie imaginaba entonces todo lo que nos ha tocado vivir, cómo hemos cambiado nuestros hábitos y nos hemos adaptado a una nueva normalidad inimaginable. Y entre todas estas cosas, una nueva amiga empezó a acompañarnos a todos y cada uno de nosotros: la mascarilla. Algunos están hartos de ella. Pero a pesar de todo, es la herramienta más eficaz que tenemos para no contagiar a los demás. Es útil y necesaria.
Y la pregunta que todos nos hacemos ahora es: ¿cuánto tiempo nos va a tocar llevarla: un año, dos años más? ¿O es que ha llegado para quedarse? Diversos expertos tienen opiniones encontradas al respecto.
Diferencia de opiniones. Las mascarillas se han hecho hegemónicas en todo el mundo tras un inicio dubitativo. Sabemos que proporcionan una barrera física contra los gérmenes y evita que exhalen gotitas potencialmente infecciosas a la atmósfera, lo que idealmente reduce la cantidad de virus que circulan en el aire, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EEUU. También hay que tener en cuenta que se impusieron porque es una medida de potencial beneficio a un coste muy bajo. No obstante, desde el principio siempre ha existido un movimiento minoritario de resistencia, que podría dejar de serlo conforme la vacunación avanza.
Si bien las mascarillas tienen claramente más beneficios que inconvenientes durante la pandemia, su futuro pospandémico trae consigo más dudas. Ya hay algunos expertos y médicos planteando una desescalada en su uso, como recoge este reportaje de Time. En él, John Conly, médico experto en enfermedades infecciosas de la Universidad de Calgary de Canadá, se mostraba crítico con ellas por su incomodidad o dificultad para comunicarse. También sugería problemas de acné y la inhalación de pequeñas cantidades de microplásticos por su uso.
A favor. En cambio, muchos expertos abogan por usarlas indefinidamente o, al menos, durante un largo periodo de tiempo. “Las mascarillas son mínimamente invasivas, seguras, baratas y efectivas”, decía Raina MacIntyre, profesora de bioseguridad global en la Universidad de Nueva Gales del Sur de Australia, en aquel reportaje de Time. "Es probable que no tenga sentido usar una máscara las 24 horas del día, los 7 días de la semana, una vez que se contenga el Covid, pero el enmascaramiento es lo suficientemente fácil y seguro como para justificarlo en entornos de alto impacto, como el transporte público, centros de atención a largo plazo y hospitales", explicaba.
Aquí en España, Margarita del Val, una de las virólogas de referencia del CSIC ya avisa de que vamos a tener que acostumbrarnos a llevar la mascarilla durante un par de años como mínimo e integrarlas en nuestra vida cotidiana para bien. "Superaremos esto en algunos años, pero no tenemos que esperar que sea una carrera de cien metros. Será una maratón". La inmunóloga del CSIC Matilde Cañelles también dice que despojarnos de la mascarilla no será algo inmediato tras la vacunación: "No podemos confiar en la inmunidad de rebaño, ya que no sabemos aún cuánto tiempo durará la inmunidad proporcionada por la vacuna".
En Occidente vivíamos en otro mundo. Antes de que el coronavirus golpeara a Occidente, llevar mascarilla ya era común en muchos países asiáticos. Particularmente después del brote de SARS a principios de la década de 2000, las mascarillas faciales se convirtieron en algo habitual en Hong Kong, Japón y otras partes de Asia oriental, donde la gente a menudo las usaba para protegerse y proteger a los demás durante la temporada de resfriados y gripe. Nuestro futuro inmediato puede parecerse al pasado de Asia. Es decir, funcionarán como ejemplo para "normalizar" su uso en tiempos post-pandemia.
De momento, Occidente ya va en el mismo camino. Aunque diversos estudios sugieren que en Japón la incidencia de la gripe anualmente ha sido mucho más alta que en el resto de países pese a que el uso de mascarillas era también más alto. Con todo, las mascarillas también han sido en el pasado una herramienta para protegerse incluso de la contaminación en las grandes ciudades.
Inmunidad a la larga. Llevar mascarilla durante todo el año también podría cambiar los patrones de enfermedad. Para bien o para mal. Como indica el médico de enfermedades infecciosas del Boston Children's Hospital, Richard Malley, "en lugar de estaciones de enfermedad definidas, los virus podrían circular y diseminarse a niveles más uniformes durante todo el año. Eso sería algo positivo, si significara menos enfermedades en general. Pero no está del todo claro qué pasaría si el uso continuo de máscaras redujera la exposición a patógenos de rutina lo suficiente como para que algunos niños no estuvieran expuestos a virus o bacterias comunes hasta una edad avanzada".
Es decir, para ciertas enfermedades que afectan más a los menores que a los adultos, ese retraso podría ser beneficioso e incluso salvarles la vida. Pero también, según esta teoría, podría alterar la forma en que los niños desarrollan naturalmente inmunidad a ciertos patógenos con el tiempo.
Las vacunas no son el fin. El 8 de marzo, la CDC ya publicaba nuevas pautas que permitían que aquellos que han sido completamente vacunados podían ver a otras personas también inoculadas sin mascarilla y en interiores. Es algo también barajado en otros países, incluido España.
Pero Antonhy Fauci, el director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EEUU en declaraciones a la CNN decía que es posible que sigamos utilizando las mascarillas en 2022. De hecho, y para evitar que la enfermedad siga propagándose por todo el mundo, el epidemiólogo ha asegurado que tal vez sería necesario inocular una tercera dosis de refuerzo en el futuro. Por lo tanto, y a pesar de que el número de contagios haya bajado significativamente, parece que tendremos que seguir llevando mascarilla hasta que la enfermedad se haya controlado realmente. Y no basta una vacuna.
¿Para siempre? Incluso una vez que todo el proceso de vacunación se lleve a cabo, se espera que algunas personas no la reciban (como aquellos que se oponen a las vacunas), y eso podría permitir que el virus continúe propagándose. Los datos también han demostrado que el uso de mascarillas podría ayudar a reducir la propagación de otros virus respiratorios, como la gripe. En algunos países hubo tasas de gripe muy bajas este invierno, que se han atribuido en parte a los cierres y otras medidas.
El Dr. David Cennimo, profesor de enfermedades infecciosas en la Escuela de Medicina de Rutgers en New Jersey señalaba que las mascarillas pueden ser una buena opción en el futuro para entornos de alto riesgo y entornos con contacto cercano incluso después de que el Covid haya desaparecido. "Las mascarillas también podrían ayudar a prevenir la propagación del resfriado común, los rinovirus y la gripe, y pueden convertirse en parte de la vida", explicaba.
¿Y en exteriores? Hay opiniones encontradas. El director de Investigación en Emergencias y Desastres de la Universidad de Oviedo, Pedro Arcos, considera que imponer su uso a toda la población en espacios abiertos, donde se puede mantener una distancia de seguridad de 1,5 metros es descabellado. "No hay ninguna evidencia científica de que a partir de esa distancia haya un riesgo aumentado de transmisión, sencillamente porque no existen dosis infectantes suficientes", explicaba.
No nos importa usarlas. Lo cierto es que los españoles las seguiríamos llevando cuando todo pase. Según una encuesta de la Asociación para el Autocuidado de la Salud (Anefp), el 80% de los españoles se la seguirán poniendo después de la pandemia. El mismo porcentaje de la población seguirá usando también geles desinfectantes. La mayoría aplaude el uso de la mascarilla en el transporte público (un 92,9%) y en el trabajo (un 84,7%). Sin embargo, se relaja su uso en reuniones familiares (solo un 61,4% reconoce llevarla) y en reuniones con amigos (un 69,6%).
El exministro de Sanidad Salvador Illa ya declaraba hace unos meses la conveniencia de usar mascarillas en determinados lugares cuando acabe la pandemia, como en el médico o los supermercados. Sin embargo, el uso de estos accesorios también tiene un impacto económico y medioambiental muy importante. Según un estudio de WWF (el Fondo Mundial para la Naturaleza), el 1% de las mascarillas se desechan mal. Si no cambia nuestra manera de gestionar estos residuos, podríamos enfrentarnos a 10 millones de mascarillas al mes contaminando el medio ambiente.
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