La meditación ha servido como una especie de remedio multiusos en los últimos años. Raro es el que no lo ha probado, casi imposible aquel al que no se lo hayan recomendado si está pasando por épocas de estrés o ansiedad. La meditación es, al mismo tiempo, algo baratísimo (sólo debes colocarse en un rincón de la casa y aplicar una serie de técnicas) y un próspero negocio (que se lo pregunten a los desarrolladores de apps como Calm o Headspace). Lo que no sabemos es hasta qué punto la meditación podría ser más nociva que beneficiosa.
No conocemos los efectos adversos de la meditación. Así, tal cual. En este reciente metaanálisis se vio que sólo un 1% de los estudios de los 7.000 analizados contemplaba las posibles consecuencias negativas de la meditación. Es algo que no se estudia. Aquí dan algunas pistas a por qué puede ser así, y es porque a nadie le viene bien. “Los sujetos no quieren decir a su terapeuta que el tratamiento les ha lastimado, prefieren mentir, y los terapeutas tampoco lo quieren oír, al igual que los investigadores. A nadie le interesa”. Como ya comentamos previamente, algunos otros metaanálisis han indicado que su efectividad puede no ser mayor que salir a tomar unas cañas con un amigo.
¿Y qué dice ese 1% que sí lo mide? Es lo que han hecho investigadores del departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina Warren Alpert, de la Universidad de Brown. Para su estudio, los investigadores cotejaron 24 pautas de monitoreo de daños para examinar los efectos adversos relacionados con la meditación y los probaron en un grupo de 96 personas que habían participado en tres tipos de programas de ocho semanas de terapia cognitiva basada en la atención plena. La muestra estaba, eso sí, sobrerrepresentada por el tipo de público típico de estas intervenciones, mujeres de mediana edad que buscan controlar la ansiedad, la depresión o un estrés de leve a grave.
Efectos adversos, impactos negativos y valoración final. Los autores de la investigación señalan que, de esos 96 participantes, un 58% informó de al menos un efecto adverso, un 37% tuvo impactos negativos en el funcionamiento de su vida y de un 6% a un 14%, dependiendo de las métricas, experimentó “efectos negativos duraderos”, que son aquellos que duran más de un mes. Los más típicos eran ansiedad, la resurrección de episodios traumáticos, hipersensibilidad sensorial (concentrarse en el aquí y en el ahora puede incentivar una mayor consciencia con el entorno constante), disociación, embotamiento emocional (les costaba sentir emociones) y desregulaciones de la energía y los ciclos del sueño.
Puede ser tan malo como la psicoterapia. Pero ojo, tal y como cuenta Willoughby Britton, el neurocientífico y autor principal del estudio un efecto adverso puede no lastrar otro montante de efectos positivos asociados, tanto en ese período como a largo plazo. Por ejemplo, en el propio estudio se indica que hay similares porcentajes de efectos negativos duraderos en la psicoterapia. Con esto quiere decirse que, aunque estos dos tipos de terapia suelen verse como inofensivos, que sólo pueden conllevar reacciones positivas o indiferentes, hay personas para las que no es así.
Es necesario que sepamos más. Esta frase vale en sus dos dimensiones. Para algunos, “es realmente sorprendente que la ciencia occidental de alguna manera no haya notado esto [los efectos adversos en determinados pacientes]”, y la falta de estudios al respecto es una negligencia científica que no parece afectar de igual manera a los fármacos. Por otro lado, expertos como Alba Valle, psicóloga e instructora de mindfulness, cree que “no es positivo utilizar algo que no sabes lo que es, ni cómo funciona, y menos si además sufres problemas de ansiedad y tampoco entiendes ni cómo funciona la ansiedad ni cómo funciona la meditación, y aún más arriesgado es hacerlo por tu cuenta”. Un reproche contra la ubicuidad de las apps.