Desde hace años, una nueva tendencia brota en el mundo virtual, alimentada por las necesidades de los usuarios. La gente se ha cansado de acumular likes o seguidores. En su lugar, quieren conectar con un grupo pequeño y selecto de personas: familia, amigos cercanos, compañeros de trabajo. La explicación no reside tanto en las modas tecnológicas y sociales como en los propios instintos humanos.
Veámoslo de esta manera. Cuando miramos al espacio, nos sorprende su silencio. Parece que somos los únicos en el universo. Tiene sentido. Si existieran otras formas de vida, ¿no aparecerían alguna vez? Como no lo han hecho, asumimos que no hay nadie más ahí fuera.
Ahora piensa en un bosque oscuro por la noche. No se oye nada, el silencio lo inunda todo. Le lleva a uno a pensar que el bosque está desprovisto de vida. Pero, no, no lo está. En realidad está a rebosar de vida. Simplemente está en calma porque de noche es cuando salen los depredadores. Y para sobrevivir, el resto de animales permanecen en silencio.
En esto también se está convirtiendo Internet: en un bosque oscuro. Y esta es la única defensa a la publicidad invasora, el rastreo, el troleo, la exageración y otros comportamientos salvajes. La teoría del escritor Liu Cixin defiende que nos estamos retirando a nuestros bosques oscuros de Internet y lejos de las corrientes principales.
Existe una base científica. Según un estudio del famoso psicólogo británico Robin Dunbar, nuestra vida social tiene incluso un límite biológico: 150. Ese es el número de personas con las que puedes tener relaciones significativas. En The New York Times, Dunbar hablaba de qué se considera una relación de este tipo. “Esas personas a las que conoces lo suficientemente bien como para saludarlas sin sentirte incómodo si te las encuentras en una sala de espera del aeropuerto”.
Si bien es bastante razonable llegar a desarrollar hasta 150 vínculos productivos, sólo tenemos relaciones más íntimas y, por lo tanto, más conectadas con entre cinco y 15 amigos cercanos. Las redes sociales, por el contrario, nos hacen mantener círculos mucho más grandes, pero comprometiendo la calidad o sinceridad de esas conexiones. En la vida real, la mayoría de la gente opera en círculos sociales mucho más pequeños. Es decir, la vida online se basa en maximizar la cantidad de conexiones sin preocuparse mucho por su calidad.
Antes de las redes sociales, hablábamos con menos frecuencia y con menos gente. Una persona cualquiera tenía un puñado de conversaciones al día, y el grupo más grande frente al que hablaba era tal vez en una boda o una reunión de empresa (unos pocos cientos como máximo). Quizás el discurso podía ser grabado, pero había pocos mecanismos para que se ampliara y difundiera por todo el mundo, mucho más allá de su contexto original.
Lo que recibimos ahora, en cambio, puede llegar a ser un vertedero tóxico. La facilidad con la que se pueden establecer conexiones, junto con la forma en que, en las redes sociales, los amigos cercanos se parecen a los conocidos o incluso a los extraños, significa que cualquier publicación puede atraer con éxito malas intenciones. Lo hemos visto en sucesos como Christchurch o QAnon asaltando el Capitolio. Y, más de cerca, en los mensajes aleatorios de Facebook que intentan estafar a tu madre.
Ahora, ¿qué pasaría si la gente no pudiera decir tanto, y a tanta gente, con tanta frecuencia?
La caída de Google+, el ejemplo perfecto
Las plataformas tecnológicas como Facebook asumen que merecen una base de usuarios medida en miles de millones de personas, y cuando han estado contra las cuerdas por su ética han señalando que es imposible controlar de manera efectiva una población tan grande. Pero los usuarios también asumen que pueden y deben saborear el botín de la megaescala. Cuantas más publicaciones, más seguidores, más “me gusta”, más alcance, mejor. “Este no es un efecto secundario del mal uso de las redes sociales, sino el resultado esperado de su uso”, tal como expone el experto en medios Siva Vaidhyanathan en este reportaje de The Atlantic.
El cierre de Google+ es un buen ejemplo para contar el otro lado de esta historia. La premisa de la red social la conocemos todos: la idea era crear círculos pequeños y medianos de gente para interactuar. Una idea a caballo entre Facebook, Gmail y WhatsApp. Pero conforme creció en audiencia, millones de usuarios nuevos se unieron, la gente empezó a agregar a estos recién llegados a sus círculos. Y se hizo evidente un problema claro: muchos de esos nuevos usuarios no respondían ni interactuaban de ninguna manera.
Fue poco después de esto cuando la comunidad empezó a referirse a la plataforma como una "ciudad fantasma". Solo que no era una ciudad fantasma en el sentido tradicional de un asentamiento vacío y abandonado. Más bien, era una ciudad habitada por "cuentas fantasma". La sabiduría común era que "más amigos = mejor". Es decir, cuanto más grandes sean sus círculos, más probabilidades tendrás de ser un usuario comprometido. Sin embargo, lo que mostraron los datos fue una imagen mucho más distorsionada. La situación real era "amigos más activos = mejor".
Básicamente, lo que esto significaba era que si tenías muchos amigos inactivos en tus círculos, la experiencia en general era pobre, lo que conducía a la desconexión. En realidad, era mejor mantener sus círculos pequeños y limitarlos sólo a usuarios activos. Desafortunadamente, los usuarios no tenían una manera fácil de saber cuáles de sus amigos estaban activos y cuáles no. Esta debilidad socavó el objetivo general de diseño de proporcionar una red social de "vínculos estrechos".
Los lazos débiles y lazos fuertes
Pero sobre todo, llevó a la práctica una de las ideas más debatidas entre psicólogos: las personas tienen relaciones sociales relativamente estrechas. "Hablamos con el mismo grupo pequeño de personas una y otra vez", escribía Paul Adams, quien dirigió un equipo de investigación social en Google, en su libro de 2012, Grouped. Más específicamente, las personas tienden a tener la mayor cantidad de conversaciones con solo sus cinco vínculos más cercanos. Como era de esperar, estos lazos fuertes, como los llaman los sociólogos, son también las personas que tienen más influencia sobre nosotros.
A medida que la gente cambia de los lazos fuertes a los débiles, las conexiones resultantes se vuelven más peligrosas. Los lazos fuertes son fuertes porque su fiabilidad se ha reafirmado a lo largo del tiempo. La información que uno puede recibir de un miembro de la familia o un compañero de trabajo es más fiable y contextualizada. Por el contrario, las cosas que oye decir a una persona al azar en Internet son, o deberían ser, menos intrínsecamente confiables.
Pero los lazos débiles también producen más novedad, precisamente porque transmiten mensajes que la gente quizás no haya visto antes. Se supone que la evolución de un vínculo débil a uno fuerte tiene lugar durante un tiempo prolongado, ya que un individuo prueba y considera la relación y decide cómo incorporarla a su vida. Las nuevas conexiones requieren lazos débiles. Y pueden conducir a nuevas oportunidades, ideas y perspectivas.
Pero en el mundo digital, encontramos vínculos más débiles que nunca, y esas personas en las que no se confía tienden a parecer similares a las confiables: cada publicación en Facebook o Twitter se ve igual, más o menos. Confiar en los lazos débiles se vuelve más fácil, lo que permite que las influencias que antes eran marginales se conviertan en centrales o que las influencias que son centrales se refuercen.
Sentirse en casa: la tendencia a los microcírculos
Olvidarse de acumular likes o de cultivar tu personalidad online ya es una tendencia, ahora con la aparición de decenas de apps centradas en pequeños grupos de personas. En realidad, diferentes generaciones tienden a congregarse en diferentes lugares: Facebook es el paraíso de los Boomer, Instagram atrae a los Millennials, TikTok es la central de Generación Z. WhatsApp ha ayudado a cerrar la brecha generacional, pero su enfoque en la mensajería es limitado.
Por ejemplo, actualizar a la familia sobre tus vacaciones en todas las plataformas, a través de historias de Instagram o en Facebook, por ejemplo, no es la mejor idea. ¿De verdad quieres que tu amigo del club de lectura y de la escuela también participen?
Esta premisa ha hecho que triunfen aplicaciones como Cocoon, que tienen que ver con ser tu verdadero yo con solo unas pocas personas seleccionadas. Sobre el papel, Cocoon se parece mucho a Facebook: quiere conectar a las personas en un espacio virtual. La diferencia es que solo conecta a los miembros de la familia y amigos cercanos en grupos pequeños y distintos: una especie de feed de actualizaciones de tu círculo.
La app forma parte de una nueva ola de aplicaciones cuyo objetivo es cambiar la forma en que interactuamos en las redes sociales. Aplicaciones como Dex, fundada por Kevin Sun, a menudo utilizan un antiguo software comercial de gestión de relaciones con el cliente (CRM). Los CRM son similares a una hoja de cálculo de Excel: se utilizan para registrar el nombre de un contacto junto con otra información relevante, como cumpleaños, peculiaridades o pasiones.
"Yo era una de esas personas que tenía una hoja de cálculo para mis amigos y relaciones personales", explicaba Sun, el fundador de Dex, un CRM personal que, según su sitio web, "te da superpoderes en las relaciones".
También está Monaru, fundada por tres estudiantes irlandeses que se sintieron desamparados cuando dejaron la universidad y llegaron a Estados Unidos. Emplea un conserje virtual para ayudar a los miembros a recordar cumpleaños, enviar recordatorios para comprar regalos o llamar a un familiar. Patrick Finlay, cofundador, también jugó con Excel y configuró recordatorios para llamar a sus seres queridos, pero descubrió que entrelazar su vida personal y profesional era "extraño". En cambio, por una tarifa, Monaru te envía un ping de vez en cuando si la aplicación se da cuenta de que no has llamado a un amigo cercano o un ser querido.
"Las redes sociales tratan a todos, a un amigo, a un familiar, a un conocido, como lo mismo", explicaba Courtney Walsh, profesora de desarrollo humano y ciencias de la familia en la Universidad de Texas en este reportaje: "Yo diría que lo que estamos haciendo en redes sociales es cada vez más impersonal".