Aprovechando que desde hace años están de moda las experiencias de ocio permítanme recomendarles un viaje al pasado que no les jedará indiferentes. A pocos kilómetros de Fiscal, en la carretera que lo une con Boltaña, en el Pirineo oscense, se levanta el único puente colgante original que queda en pie en España del siglo XIX. Estructura que mantiene sorprendentemente los cables originales de 1881, lo que lo que la convierte en un caso insólito en toda Europa.
Les propongo en este artículo una visita al puente de Jánovas, superviviente, además, junto al pueblo al que pertenece, de morir por inundación en los años del franquismo. Acompáñenme en un recorrido por la accidentada historia de nuestros puentes colgantes y no pierdan de vista que todo lo que voy a contarles debería estar sepultado por las aguas.
Comencemos por el final de la historia. Durante la década de los cincuenta del pasado siglo se redactó el proyecto para el embalse y salto hidroeléctrico de Jánovas. El proyecto contemplaba la inundación del núcleo urbano y de sus adyacentes Lacort y Lavelilla. España, y el mundo en general, se encontraba en el auge de la construcción de presas y embalses y el río Ara no escapaba a estas actuaciones.
Jánovas: historia de un desalojo
En la década siguiente la empresa concesionaria del salto solicitó la expropiación forzosa de los bienes. Y se cumplió con literalidad, llegando a utilizar fuerza (e incluso explosivos) para desalojar algunas viviendas ante la negativa de parte de las 150 familias a hacerlo; gente montañera, dura, que se negaba a abandonar su hogar.
Paradójicamente pese al despoblamiento las obras no comenzaban, ya que durante aquellos años la concesionaria solicitaba prórrogas para la ejecución de las obras tratando de modificar y ampliar el proyecto. Dos décadas después de comenzar las expropiaciones la última familia que había resistido dejaba Jánovas y las obras seguían sin comenzar. Y nunca lo hicieron. Tras más de cuarenta años, en 2005, el Ministerio de Medio Ambiente desestimó la construcción del embalse.
Los dueños o sus descendientes continúan en litigios para recuperar sus propiedades.
El conocimiento de su historia convierte la visita a Jánovas en una experiencia incómoda, distinta a otros pueblos abandonados, ya que no puedes dejar de lado el hecho de que la gente se fue para nada y no ha podido volver. Como si de presos se tratara que ven desde su celda el exterior pero no pueden alcanzarlo.
Aguas abajo del núcleo urbano, en el antiguo camino, está el puente, testigo de todos estos hechos y, posiblemente, el único beneficiado por ellos. Como en tantos otros proyectos el mejor emplazamiento para construir la presa era el suyo, por lo que estaba condenado a desaparecer. Al no construirse el salto y quedar abandonado la estructura quedó sin apenas tráfico y esto propició su menor deterioro, gracias a lo cual hoy podemos disfrutarlo.
Y pese a que podría parecer baladí no lo es, dado que por unas causas u otras todos los demás puentes colgantes del siglo XIX en España cayeron o fueron destruidos. Volvamos atrás en el tiempo.
El último puente colgante de su tiempo
Cuando pensamos en puentes colgantes a todos nos viene a la cabeza el Golden Gate de San Francisco, el de Brooklyn de Nueva York o, más cerca, el 25 de abril de Lisboa. Grandes estructuras que vertebraron ciudades y permitieron el desarrollo de una región y que constituyen los mejores ejemplos de la última etapa de una historia que estuvo plagada de accidentes, mortales en muchos casos.
Este tipo de puentes que tiene sus antecedentes en los remotos pasos de lianas, se desarrollaron con la industria hierro y comenzaron a construirse en los primeros años del siglo XIX en Norteamérica. En Europa uno de los primeros ejemplares fue el Union Bridge, entre Inglaterra y Escocia, diseñado por el Capitán de la Marina Inglesa Samuel Brown en 1820.
Eran estructuras muy rápidas y sencillas de montar y, por lo tanto, mucho más económicas que los puentes de piedra que se construían desde la antigüedad. Este ahorro motivó que proliferaran en las primeras décadas del siglo. En España no tardamos en tener el primero, el puente de Burceña, en Barakaldo, de 1922 y el segundo en Bilbao, el de San Francisco, en 1828. Eran puentes de tableros de madera que colgaban de cadenas, como las del puente de Budapest, por ejemplo.
Con el desarrollo industrial y la mejora tecnológica las cadenas con las que se conformaban los cuelgues evolucionaron a cables.
Hasta mitad de siglo XIX se construyeron en España catorce puentes colgantes de diferentes tamaños, siendo los más importantes el de Santa Isabel sobre el río Gállego en Zaragoza, los de San Andrés y San Alejandro, en el Puerto de Santa María, y el puente de Mengíbar en Jaén, en la carretera de Bailén a Málaga. Para hacernos una idea de la repercusión que tuvieron estos puentes de los que quedan muy pocos ejemplares en Europa cabe destacar que mientras que en España se construyeron dos docenas en Francia se construyeron más de doscientos.
Y es en este punto, a mitad de siglo, cuando llegaron los problemas.
El primer aviso de que esta tipología podía tener problemas estructurales se produjo en Broughton, cerca de Manchester, donde en 1831 murieron 66 soldados al pasar por su puente colgante. Pero el accidente que lo cambió todo ocurrió en Francia en 1850, en el puente de Basse-Chaîne sobre el río Maine, en Angers. Durante una tormenta 226 soldados fallecieron al caer el puente mientras lo cruzaban, en una de las tragedias más importantes de la historia de la ingeniería.
Ante tal desastre el ministro del Interior francés escribía a los prefectos una circular sobre los peligros de los puentes colgantes. Y pocos días después el puente de Roche Bernard, de casi 200 metros de luz, se hundió por efecto del viento. Este último hecho motivó que este tipo de estructuras quedara proscrita durante décadas en el país vecino.
Mientras en Europa los puentes colgantes se dejaban en suspenso unos años, en Norteamérica un ingeniero alemán emigrado patentaba la fabricación del cable trenzado. Se llamaba John Roebling y con su invento fue capaz de construir el puente de Cincinatti y, posteriormente, el de Brooklyn; llegando más lejos de lo que nadie había llegado y transformando Nueva York en lo que hoy conocemos.
En el límite del desarrollo industrial Roebling había dado con la clave de la fabricación de cables y los métodos constructivos que propiciaron el desarrollo de todos los grandes puentes colgantes de América en la primera mitad del siglo XX.
Una excepcionalidad sin igual
Volviendo a España, el pavor que produjeron los puentes colgantes en el resto de Europa repercutió en los nuevos diseños; donde, por ejemplo, el proyecto de colgante que ya se había entregado en Valladolid fue cancelado y se cambió de tipología a una de arco con tablero inferior (Bow String), que es la que se puede contemplar hoy en día. Puente al que curiosamente se le llama "Colgante", en honor a aquél que no se llegó a levantar.
Pese a ello, en España todavía se construyeron otros diez ejemplares más hasta final de siglo, entre los que cabe destacar el Puente Colgante de Vizcaya (Portugalete) y el que nos ocupa de Jánovas.
El Puente Colgante de Vizcaya, de 1893, es el otro puente colgante que queda en pie del siglo XIX. Es el primer puente transbordador del mundo y podemos todavía apreciarlo gracias a la excelente reconstrucción terminada en 1941 tras su destrucción en la Guerra Civil. Y esta, la voladura durante guerras civiles, es una de las causas más importantes de desaparición de los puentes colgantes en España, unida a las riadas y al desmantelamiento por deterioro.
Con el tiempo los puentes colgantes se convertían en una carga económica muy importante para su mantenimiento por los ayuntamientos, en muchos casos faltos de fondos y de personal técnico para mantenerlos operativos. Para cuando se proyectó el embalse y el salto hidroeléctrico, Jánovas era ya el último puente original de su estirpe. Y es por eso por lo que es tan especial. Volvamos al Pirineo.
Construido en 1881 con el sistema de los hermanos Seguin, el puente de Jánovas mantiene los elementos originales de su construcción tanto en las torres como en los cables de cuelgue tras 137 años.
El tablero de madera, si bien parece en muy buen estado para ser el original, es suficientemente antiguo como para no arruinar la experiencia. Jánovas pertenece a esa familia de puentes construidos en materiales que conocemos: piedra, madera... Que puedes imaginar cómo suenan las tablas, cómo huelen sus materiales y hasta anticipar el movimiento del tablero por estar colgado de cables.
En nuestra mente los puentes son estructuras muy rígidas, con muy pocos movimientos. Esto se debe a que los ingenieros ahora manejamos términos como el confort de los usuarios, es decir, si el puente se mueve demasiado nos parece inseguro, pese a que no lo sea. Pero esto es algo que se mejoró en el siglo XX debido, entre otras, a las amargas experiencias del siglo que nos ocupa. En aquella época se asumía que los puentes colgantes se movían mucho, e incluso era algo que se llevaba con elegancia, como demuestran las canciones que se cantaban en Bilbao a su puente de San Francisco.
O este poema que apareció en la misma ciudad:
Mirad amigos qué maravilla tuvo la Villa tiempo atrás. ¡Oh qué faroles se nos pusieron cuando la vieron nuestros papás! Un tenue encaje de hilos sutiles, colgando a miles, fue su sostén. Y al que en el puente se aventuraba le columpiaba dulce vaivén. Por eso el pueblo todo cantaba a modo de himno triunfal: "No hay en el mundo puente colgante más elegante ni otro Arenal"
Tanto es así que cuando se cambió el puente colgante por uno metálico "fijo" otra canción reprochaba la estética y la falta de movilidad del nuevo: "En este no se mueven con cadencioso ritmo las gentes que transitan". Ese "Dulce vaivén", que se convertía en movimientos bruscos cuando un carruaje pasaba el puente, todavía puede vivirse en Jánovas.
Entren en el puente de Jánovas y déjense mecer por él sin miedo. Y sientan lo mismo que sentían nuestros compatriotas en el siglo XIX. Paren en su mitad a respirar el aire limpio del Pirineo y escuchen el sonido del río Ara. Observen bien los cables y todos sus detalles, no verán otros iguales. Bajen después hasta la orilla del río por su margen derecha y contemplen el tablero de madera por debajo y los muros de mampostería que conforman los estribos.
Y dejen volar la imaginación visualizando los carruajes que debieron cruzar el puente camino de Francia. La experiencia no les defraudará.
El puente ha sido declarado Bien de Interés Cultural, por lo que es de esperar que se respetarán sus cables y todos sus aparejos, que constituyen un caso único para entender cómo se fabricaba y construía hace más de un siglo. Si están disfrutando del Pirineo y se encuentran por la zona paseen también por el pueblo y sientan la amargura de las personas que lo abandonaron y todavía no han podido regresar. Y acérquense a Lacort a ver su también puente colgante de principios de siglo XX.
Se da en Jánovas parte de nuestra mejor historia ―su puente― y de la peor ―la del pueblo― y es importante que no caiga en el olvido.
Fuentes:
Leonardo Fernández Troyano. El puente de Jánovas sobre el río Ara en el Pirineo aragonés, un puente colgante original del siglo XIX. Revista de Obras Públicas. 2015.
Pedro Navascués Palacio. Arquitectura e ingeniería del hierro en España (1814-1936). *Ediciones El Viso, S. A. 2007.
Juan José Arenas. Caminos en el aire. Los puentes. Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. 2002.