España es a día de hoy uno de los estados europeos más avanzados en su campaña de vacunación. Alrededor del 80% de su población acredita la pauta completa, con el 82% del país inmunizado al menos con una dosis. Son porcentajes que otros países de nuestro entorno, como Alemania o Austria, observan entre confinamientos generales y programas de vacunación obligatorios a partir del año que viene. Con todo, casi el 20% de los españoles no ha recibido aún una sola dosis.
¿Por qué?
Los motivos. Una encuesta elaborada por el Instituto de Salud Carlos III ha dirigido la pregunta a más de 2.000 personas aún sin vacunar. Sus respuestas son interesantes en tanto que ofrecen una ventana a la psicología del escepticismo. Los encuestados pudieron elegir varias respuestas simultáneas. La más popular de todas, marcada por un 70%, es la siguiente: "Las vacunas se han desarrollado muy rápido y no son seguras/están en fase experimental/prefiero esperar".
La segunda respuesta más popular, elegida por el 49% de los participantes, dice así: "Las vacunas son malas para la salud/miedo a los efectos secundarios/dudas sobre su seguridad".
¿La lógica? Es decir, el razonamiento principal de la mayor parte de no-vacunados no es tanto un negacionismo irracional como un principio de precaución llevado al extremo. Sólo el 12% respondió "el coronavirus no existe/las vacunas son un engaño" y sólo un 6,5% se declaró abiertamente antivacunas ("no creo en las vacunas en general"). Esto contrasta con gran parte de la caricatura pública a la que a menudo se somete a los escépticos. No hay tanto de Gran Teoría Conspirativa como de evaluación de riesgos. La vacuna, en su visión, es más peligrosa que el virus.
A futuro. Esto queda confirmado cuando el cuestionario les plantea "¿Qué gravedad piensas que tendría la enfermedad si te contagiaras?". El 49% considera que "muy leve/leve", frente al 8,7% que lo juzga "grave/muy grave". En la resistencia a la vacuna hay mucho de relajación del miedo: el 9% de los encuestados afirma "haber pasado la enfermedad" o no cree que se vaya a contagiar. Significativamente, el 41% considera que "está sano" y que no necesita vacunarse.
Posibilidades. Así las cosas, las instituciones públicas tienen margen para convencer a parte de los no-vacunados para que acudan al centro de salud. El 8% afirma que "sí" se vacunará en el futuro, mientras que un 32% se adscribe a la categoría "no estoy seguro". El 60% restante se muestra rotundo ("no"), pero en este caso es mejor mirar el vaso lleno (de un 40% de gente potencialmente abierta a inmunizarse). Es decir, el bloque escéptico es a) menos escéptico y b) menos homogéneo de lo que parece.
El cómo. ¿Qué tendría que pasar para que los no-vacunados abiertos a la idea acepten inmunizarse en el futuro? Por lo pronto, tiempo, el suficiente para que vean "que la vacuna es segura", idea a la que se aferra un 66% de los encuestados. Otro 23% reclama "elegir la vacuna" mientras que un 16% es práctico y sólo se la pondrá cuando "la necesite para viajar". Otro 9% piensa en "vacunas mejores, seguras, duraderas" y un 4,7% final pide "más información sobre efectos secundarios".
Seguimiento. Es cierto que dos años después de que las primeras personas accedieran a los ensayos clínicos y de que millones de personas hayan recibido ya dos o tres dosis las preocupaciones sobre la "seguridad" o el "tiempo" prudencial son infundadas. Pero también lo es que, al menos en España, la resistencia a las vacunas parece menos ideológica que en otros países. Utilizan menos la mascarilla pero siguen utilizándola mucho (64%) y, eso sí, toman menos riesgos evitando reuniones familiares (sólo un 15%) o lugares concurridos (sólo un 40% lo hace).
En resumen, hay cierta permeabilidad. La cuestión es cómo pueden los mensajes públicos llegar a sortear sus preocupaciones.