En Turnhout, un municipio belga de la provincia de Amberes, un hombre de 65 años vive aterrorizado de la pizza. Cualquier día puede estar tan tranquilo y, pum, el plato italiano reaparece en su vida para despertar en él flashbacks de guerra. “Me pongo a temblar cada vez que oigo una scooter en la calle. Tengo pesadillas con volver a ver a alguien con una pizza humeante en mi puerta”, le contó Jean Van Landeghem al periodista del Het Laatste Nieuws, medio digital local, mientras le enseñaba al fotógrafo la pila de albaranes que conserva de los incidentes que empezaron hace ya nueve años.
Una broma en bandeja: allá por 2011 un pizzero timbró a su hogar con un reparto “de una gran pila de pizzas”. “Al principio pensé que se trataría de un error en la dirección, pero a partir de entonces no paré de recibir pizzas, kebabs, pittas y un montón de otros alimentos. Los pedidos pueden llegar cualquier día de la semana, a cualquier hora. Los entregan restaurantes de Turnhout pero también de municipios colindantes. Una vez vino alguien a hacerme una entrega a las dos de la mañana”, cuenta Van Landeghem, quien dice sentirse aterrorizado, sumido en un estrés constante, ante la amenaza de un nuevo paquete de comida rápida en su puerta.
Pánico contra reembolso: los restaurantes involucrados tampoco se sienten contentos con el suceso, ya que, sea quien sea el bromista, las pizzas se encargan para ser pagadas en el domicilio. Van Landeghem, que reconoce que sólo come “pizzas precongeladas del Colruyt o del Aldi” y que tiene que rechazar el pedido del repartidor una y otra vez, también aquellos en los que le intentan entregar 14 o 15 familiares por valor de 450 euros, como también le ha sucedido.
Una venganza en plato caliente: el vecino está bastante seguro que se trata de alguien que le conoce personalmente. A él y a una amiga suya, pues ella también recibe de tanto en cuanto almuerzos inesperados. Pero el delincuente es lo suficientemente malvado y astuto como para saber que, si quiere hacer daño de verdad, es mejor ser imprevisible en sus pedidos, así que a veces hace coincidir las entregas en ambos domicilios y otras no, con lo que los dos afectados no siempre pueden acertar a la hora de poner en preaviso al otro, creando el doble de alarmas.
Con las manos en la masa: Van Landeghem es un hombre que vive con miedo. A lo largo de casi una década se ha puesto en contacto varias veces con la policía, pero éstos le dicen que, mientras no sepa quién es su acosador, no pueden hacer nada. Tienen que cogerle en mitad del delito. “No puedo soportarlo más. Cuando me entere de quién me ha estado molestando a lo largo de todo este tiempo va a vivir uno de sus peores días”, amenaza. Mientras tanto desde Magnet le recomendamos a este damnificado de la delicia italiana que venda los derechos de su historia a los guionistas de algún futuro episodio especial entre Jim y Dwight de The Office.
Vía Het Laatste Nieuws.