Resulta que los superhombres existen. No son tipos de dos metros hipermusculados y de rasgos caucásicos, una visión idealizada por ciertas corrientes ideológicas antaño dominantes y hoy algo más subterráneas (pero sólo un poco). Tampoco es gente que se dedique a erradicar el mal. Son asiáticos, miden más bien poco y transportan los bultos de los acaudalados aficionados a las alturas, a los que pueden mirar con la superioridad que les concede su metabolismo.
Arroja algo de luz al respecto este interesante estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) y que tiene como objetivo apoyar un proyecto para ayudar a los enfermos con problemas contra la hipoxia. El trabajo apunta en una dirección acaso insospechada para los supremacistas: los sherpas. Porque sí: si a nosotros nos cuesta un quintal subir los 8.000 metros del Himalaya y hay unos tipos que lo hacen portando decenas de kilos extra en su cuerpo, es que hay algo distinto en ellos.
Recordemos primero que muchos de los sherpas viven en poblados a alturas que contienen un 50% menos de oxígeno y con una presión atmosférica entre 30 y 50% menor que las que soportamos los terráqueos de latitudes comunes. Pero aunque su lugar de residencia pudiera parecer la razón principal de su resistencia a las condiciones atmosféricas, no lo es. No, si un humano como tú o como yo se fuese desde niño a vivir a zonas altas lograríamos adaptarnos al medio; pero, tal y como se ha demostrado ahora, el entrenamiento no basta.
Para descubrirlo los autores de la investigación realizaron un experimento sobre el terreno. Ellos mismos pasaron varios meses conviviendo junto a quince sherpas naturales del Himalaya pero no dedicados profesionalmente al alpinismo. Compartieron alojamiento y rutinas diarias en el mismo área, monitorizando sus cambios sanguíneos, musculares y mitocondriales (los órganos celulares clave que transforman el oxígeno en energía y resistencia).
Selección natural (durante miles de años)
¿Resultado? Los científicos vieron cómo aumentó la cantidad de glóbulos rojos que tenían en sangre. Estaban en parte mejor preparados para las condiciones de hipoxia. Pero los sherpas, aún sin ser expertos escaladores, seguían estando en mejor forma que los visitantes. Sus mitocondrias enviaban más energía a las células y no oxidaban la grasa a la misma velocidad.
Estas capacidades, además, no cambiaban según el tiempo de exposición a altitudes elevadas, como ocurría entre los investigadores, sino que era constante entre los nativos de la zona. Para hacernos una idea, los mecanismos de resistencia a las condiciones inhumanas se dispararon entre los científicos: estaban tirando de reservas temporales para paliar la falta de oxígeno, a la espera de que los individuos saliesen cuanto antes de allí. Los sherpas sin embargo, no sufrían nada de esto. Sus genes han desarrollado sus límites de adaptación a un rango mayor que el nuestro. Para ellos no se trataba de supervivencia sino de vivencia.
El resumen es que un sherpa transforma el oxígeno del aire en energía con un 30% más de precisión que alguien que no sea de su grupo, esté a 8.000 metros o a 200, y lo hace desde su nacimiento. Andrew Murray, autor del artículo e investigador en la Universidad de Cambridge, explica que hay que fijarse en la historia de este grupo étnico:
Los sherpas han vivido allí desde hace miles de años (los primeros llegaron hace 30.000 o 20.000 años, y llevan viviendo permanentemente allí desde hace unos 9.000). Es el tiempo suficiente para que un gen beneficioso en un ecosistema se establezca en su población. Claro que no se debe solo a un gen. Vemos una mejor circulación de la sangre por los capilares, y también parecen tener una red de capilares más rica, con lo cual el oxígeno puede ser transportado más fácilmente a los tejidos. Pero este gen también les habría dado una ventaja.
Por supuesto, esto no les viene dado por su simple cultura, sino por haberse adaptado a este medio. Otros estudios han mostrado cómo algunos genes que ayudaron a los tibetanos a sobrevivir en altura provienen de la especie humana extinguida conocida como los denisovanos, así como también apuntan unas ventajas parecidas las poblaciones etíopes de altas latitudes en África.
Lo mejor de todo esto es que, aunque nosotros deberíamos pasar miles de años para que una generación futura se adaptase naturalmente al medio, sí podemos intentar aprovecharnos de la condición a un nivel médico. "En muchos casos tienen bajos niveles de oxígeno en sangre o bien una aparente incapacidad de usar ese oxígeno", añade Murray. "Además, la hipoxia es un rasgo de fallos cardiacos, enfermedades pulmonares, anemia y muchos cánceres". La idea es intentar replicar las mismas rutas metabólicas en pacientes de UCI*, que pueden padecer estadios similares al de la hipoxia.
Imagen: Grant Eaton/Flickr