¿De qué ha servido la pandemia si no es como recordatorio de las limitaciones humanas? ¿Una especie de Titanic con el que la humanidad, sumida en sus mundanos problemas, se ha chocado contra el Iceberg sanitario descubriendo así su impotencia ante las leyes de la naturaleza? Hay quienes eran más conscientes de esa fragilidad inherente de nuestras vidas. Hay que contar a los islandeses en este equipo.
"þetta reddast!": es una de las expresiones más repetidas en el país insular, un leitmotiv que los turistas atesoran como uno de los mejores souvenirs que se pueden llevar de vuelta a su tierra. Literalmente significa “todo acabará saliendo bien”, y se emplea como muletilla de consuelo ante un interlocutor que se siente frustrado ante una adversidad sobrevenida.
Los muchos hermanos de þetta reddast: es decir, sí, es muy parecido al francés “c’est la vie”, el inglés “it is what it is” o el japonés “shou ga nai”, nuestros equivalentes más próximos serían “qué se le va a hacer” o “esto es lo que hay”. Pero he aquí el matiz islandés: mientras para casi todo el resto de culturas esta expresión acarrea en su núcleo semántico un cariz fatalista o de resignación negativa, los norteños usan un lema cuyo cariz es más bien optimista, “todo saldrá bien. No puedes hacer nada, pero prepárate para que todo acabe funcionando bien”.
¿Por qué el þetta reddast nació en Islandia, si la resignación no es una prerrogativa de los pueblos insulares? Porque es un territorio en el que una actitud positiva era esencial para la propia salud colectiva y la supervivencia del grupo. A las calamidades habituales de las sociedades en tiempos remotos hay que añadir las propias de su particular realidad ambiental: hielo, nieve, cenizas y oscuridad todo ello gobernando un tiempo absolutamente impredecible. Hace tan sólo un siglo la gente vivía en chabolas de tierra y pasto. Sus antepasados, llegados desde Noruega a principios del siglo X, huían de la esclavitud y la muerte y fueron a parar a tierras de escasez donde las hambrunas y los accidentes marítimos fueron el pan de cada día durante toda su historia.
Pasado y presente. Hay que imaginar la vida en un sitio en el que cualquier volcán puede destruir tu villa, como pasó en 1973 en Heimaey. A mediados de los 90 una avalancha diezmó a la pequeña población de Flateyri, en Westfjords. En invierno hay cuatro horas de luz al día. Bajo esa tesitura, que tu coche se cale y no encuentres mecánico para repararlo hasta dos días después, parece peccata minuta, ergo, relájate, disfruta de lo que tienes y aplica un poco de þetta reddast, según sondeos recientes, la filosofía vital de al menos el 45% de los habitantes.
Hay una explicación científica, naturalmente. Los psicólogos han estudiado las prácticas de resiliencia humana, operando en el caso de esta expresión la conocida como “derrota social”, es un reencuadre cognitivo gracias al cual al aceptar las emociones negativas del momento acabamos experimentando menos emociones negativas en el futuro. La tolerancia a la frustración de toda la vida.
Y por qué podría haber algo de márketing en esta historia. Lo que tenemos aquí es otra mercantilización de un rasgo cultural escandinavo que se nos vende como remedio ideológico a los desnortados sureños. Los islandeses parecen haber entendido la enseñanza del mito de Sísifo y han hecho de ese ejercicio de constante lucha contra las fuerzas de la naturaleza una carga menor, empujando la pierda cuesta arriba por la montaña de la vida con una diligente sonrisa. Es cierto, su “qué se le va a hacer” es mucho más esperanzador que el nuestro. Pero según los medios locales, los primeros registros del término son de 1966 y la popularización del mismo no llegó hasta los años 80. Así que los españoles postpandémicos también estaremos a tiempo de aplicar un poco de estoicismo amable en nuestras experiencias diarias.