Quizá hayas oído hablar de Michael Jordan.
Durante la década de los noventa, Jordan se convirtió no sólo en el mejor baloncestista de todos los tiempos, un título que probablemente ya había adquirido a finales de los ochenta, sino en un icono universal, en una figura capaz de trascender al deporte y a la propia fama. No importa hasta qué punto te hastíe el deporte. Lo más probable es que hayas oído hablar de Michael Jordan, si acaso en su forma de mito.
¿Pero qué hay de su perfil como atleta, como ser humano? The Last Dance trata de responder a la pregunta a través de diez capítulos plagados de testimonios directos y piezas de archivo, un trabajo monumental que ha acaparado una enorme atención desde su estreno en Netflix. A través del propio Jordan y de sus compañeros, conocemos los entresijos de su última temporada profesional. De su último baile.
Para aquellos aficionados ocasionales, o para aquellas personas desinteresadas en el baloncesto que tan sólo reconozcan la proyección mitológica de Jordan, The Last Dance es un artefacto impactante. Armado con ingentes horas de imágenes documentales y ornamentado con los testimonios exclusivos de Jordan, Pippen, Jackson y un largo etcétera, The Last Dance arrolla al espectador. Lo ahoga en mito y relato.
El documental se sirve de su última temporada en los Chicago Bulls para trazar una retrospectiva que abarca la totalidad de su vida, desde sus años universitarios en Carolina del Norte hasta la consecución de seis anillos de la NBA, el título más elevado al que puede aspirar cualquier jugador de baloncesto. Pese a pequeños destellos críticos, los diez capítulos se adhiere a una visión canónica de Jordan, una alimentada durante décadas tanto por sus seguidores más acérrimos como por la propia NBA.
Propulsado por unas cualidades técnicas y atléticas incomparables, Jordan recogió una franquicia hundida en los lodos de la NBA y la aupó a la excelencia histórica. Lo hizo por encima de toda suerte de obstáculos concebibles, y avivado por un fuego interno que se alimentaba de pequeños agravios, una obsesión competitiva patológica y ejercicios de motivación personal que, en ocasiones, rozaron lo psicótico.
The Last Dance se las arregla para ofrecer un amago de las oscuridades que rodearon, que rodean a Jordan, pero sin profundizar en ninguna de ellas. Ante todo, su mensaje rota en torno a la magnificiencia de Jordan y a su triunfo total sobre todos los demás deportistas. Obnubilado por su magnetismo, uno podría caer en la tentación de aceptar su relato como una revelación, como una verdad única y absoluta. ¿Pero qué hay más allá de las sombras que proyecta su luz cegadora?
Kukoč y Krause en The Last Dance
El documental rota en no poca medida en torno a la figura antagónica de Jerry Krause, director y máximo responsable de los Chicago Bulls. Hombre enjuto y de carácter confrontativo, Krause despertaba escasas simpatías dentro de la NBA. Jerry Reinsdorf, propietario de la franquicia, explica en el primer capítulo que lo contrata para armar un equipo ganador, consciente de que todo el mundo le había advertido sobre su "antipatía".
Héroe o villano, Krause tuvo un rol capital en la formación del equipo que contribuiría a los éxitos de Michael Jordan. Gestionaba los contratos, la masa salarial, la adquisición de jóvenes promesas y la venta de jugadores cuyo rendimiento entraba en declive. Jordan anotaba, pero Krause controlaba la dirección de la franquicia desde los despachos. Sus intereses, muy a menudo, y especialmente en el último año, chocaron.
Lo hicieron en la figura de Scottie Pippen, segundo mejor jugador del equipo y amigo personal de Jordan. Krause, conocedor de los tiempos que operan en el volátil mercado de la NBA, deseaba desprenderse de él y de Phil Jackson, el entrenador, antes de que su declive hiciera imposible rentabilizar su traspaso y sentar las bases de la reconstrucción del equipo. Pippen había pasado años obscenamente infrapagado. Caía bien. Krause no. Declarado en rebeldía, pasó gran parte de la temporada 97-98 sin jugar.
The Last Dance no tiene ningún reparo en construir su narración contra Krause. Jordan, Pippen y Jackson iniciarían así un camino martírico hacia su última gran gesta, contrapuestos a la tiranía empresarial de Krause, dispuestos a demostrar por última vez quiénes eran los verdaderos responsables de aquel equipo y de sus inalcanzables éxitos.
¿Pero qué tiene que decir Krause de todo esto? Nada. Su fallecimiento en 2017 deja al documental cojo y sin demasiados contrapesos. Tampoco parece muy interesado en hallarlos. Uno de los pocos jugadores que han decidido hablar en su favor, una vez constatado el éxito meteórico del documental, ha sido Toni Kukoč, apuesta personal de Krause. Para Kukoč, The Last Dance adolece de un necesario pragmatismo sobre la figura de Krause:
Ojalá Jerry estuviera entre nosotros para contar su parte de la historia. Es fácil admirar a Michael, a Scottie, a Dennis [Rodman] y a Phil [Jackson], yo admiro a todos ellos. Les quiero. Scottie era el mejor jugador de equipo. Michael siempre será el mejor jugador de todos los tiempos. Cambió el deporte, lo hizo global (...) Pero tienes que escuchar la otra parte de la historia. Jerry construyó el equipo que ganó seis campeonatos. Tienes que reconocerle lo que es suyo.
El propio Kukoč tiene motivos más que fundados para recelar del documental. The Last Dance lo presenta como una mera figura antagónica a Jordan y Pippen, una pieza irrelevante sobre el tablero de agravios que les enfrentaba a Krause.
A principios de los noventa, Kukoč era la gran promesa del baloncesto europeo. Enrolado primero en la Jugoplastika y posteriormente en el Benetton, Kukoč llamó la atención de Krause, que lo seleccionó en el draft de 1990. Kukoč declinó incorporarse al equipo durante tres años, para desesperación de Krause. El peculiar culebrón protagonizado por jugador y director despertó un resentimiento latente en Jordan y Pippen.
En 1992, Estados Unidos se enfrentó a Croacia en el primer partido de los Juegos Olímpicos. Como revela el documental, los dos estadounidenses decidieron defender a Kukoč, estrella de su equipo personalmente. Lo secaron, aunque los motivos del bajo rendimiento del croata siempre han sido motivo de discusión. Croacia llegaría a ganar la medalla de plata. Kukoč se incorporaría a los Bulls en 1993, siempre bajo la sombra de la duda, y sería bautizado como "el chico de Jerry" por Jordan y su círculo.
Kukoč tarda varios capítulos en aparecer en el documental, y cuando lo hace su rol es complementario al conflicto de Jordan y Krause. Lo cual es injusto, cuanto menos, para su legado en los Bulls. Kukoč fue probablemente el mejor sexto hombre de su tiempo, y tuvo un rol crucial en partidos tan importantes como el séptimo frente a Indiana durante las finales de conferencia de 1997 (21 puntos, mayor BPM de su equipo).
The Last Dance lo presenta como un proxy en la guerra de Jordan/Pippen y el club (incluyendo el célebre episodio de 1994 en el que Jackson elige al croata para jugarse una canasta decisiva, lo que provoca el enfado y el rechazo a entrar en la cancha de Pippen). Casualidad o no, sólo Kukoč, quizá uno de los jugadores que más tuvieron que sufrir los abusos de Jordan, ha salido en defensa de Krause tras la emisión del documental. Krause, el hombre que sin lugar a dudas más abusos soportó (y soporta).
Pippen, Rodman y Horace Grant
El desenredo de los capítulos ha ido sumando más y más voces críticas. En la mayor parte de ocasiones las objeciones surgían de episodios concretos en los que uno de los protagonistas salía mal parado. El caso de Horace Grant, pivot y figura secundaria del equipo durante el primer triplete (1991-1993), es significativo porque resucita un enfrentamiento gestado ya en los noventa y avivado por ambas partes desde entonces.
Su historia rota en torno a The Jordan Rules, libro escrito por el periodista Sam Smith donde se desvelaban las trifulcas y dinámicas de poder impuestas por Jordan en el seno de los Bulls. Como se narra en el documental, su publicación causó un gran enfado en Jordan. Smith y Grant eran amigos personales, lo que colocó al pivot en una posición insostenible dentro del equipo. ¿Fue él quien filtró los detalles y las anécdotas de vestuario sobre las que se sostendría el libro?
Grant siempre ha negado las acusaciones (lo hace también en The Last Dance). Pocos después de la emisión de los primeros capítulos, volvió a insistir en las "mentiras" de Jordan y en su nula relación con el contenido filtrado a Sam Smith:
Miente, miente, miente. Si Jordan tiene un problema conmigo, arreglémoslo como hombres. Hablemos de ello (...) Sam y yo hemos sigo siempre grandes amigos, aún lo somos. Pero la santidad de aquel vestuario, jamás contaría nada personal de lo sucedido ahí dentro. El mero hecho de que Smith fuera un periodista de investigación, supongo que tendría dos fuentes, dos, para escribir un libro. ¿Por qué Jordan me señalaría?
Grant, de hecho, dobla la apuesta y redirige la acusación de "chivato" hacia el propio Jordan: "Treinta y cinco años después sigue sacando a la luz cómo en su año de debut acudió a una de las habitaciones de sus compañeros y se topó con cocaína, marihuana y mujeres. ¿Por qué narices querría contar eso? ¿Qué tiene que ver con nada? Quiero decir, si quieres acusar a alguien de ser un chivado, ahí tienes a uno".
Para Grant, una anécdota es particularmente dolorosa: cuando Jordan, supuestamente, ordena a la tripulación del avión no servir comida a Grant tras una derrota. No aparece expresamente en el documental, pero sí la ha relatado el propio Smith en un podcast. Esto tiene que decir Grant al respecto:
Cualquiera que me conozca sabe que, como debutante, si alguien hubiera tratado de quitarme mi comida habría hecho todo lo posible por patearle el culo (...) Y créeme, por aquel entonces habría tumbado a Jordan sin ningún problema. Es cierto que le dijo a los azafatos: 'No le sirváis nada porque ha jugado como una mierda'. Fui automáticamente hacia él. Le dije algunas palabras que no repetiré aquí. Pero se las dije, le planté cara: 'Si quieres mi comida, ven y cógela'. Y por supuesto, no se movió. Tan sólo estaba ladrando. Esa fue la historia.
La posición de Grant es comprensible. Tiene un rol secundario en el documental y funciona, como tantos otros jugadores, como un mero instrumento motivador para la furia inextinguible de Jordan. Cabría imaginar, pues, que las figuras mejor paradas en The Last Dance, aquellas que contribuyeron en mayor medida a los éxitos de los Bulls, tengan una opinión más ecuánime sobre el programa. Podría no ser así.
Es el caso de Scottie Pippen, cuya imagen sale claramente reforzada del documental. Jordan le define como el mejor compañero de equipo que jamás haya tenido, sentencia a duras penas sorprendente. Un capítulo ahonda en sus raíces familiares y expone el complejo contexto socioeconómico del que provenía. La tensión dramática pivota en torno a su enfrentamiento con Krause. A grandes rasgos, The Last Dance toma partido y le posiciona, magnánimanente, en el lado correcto de la historia.
¿Y qué opina de todo esto? Pippen ha guardado un notable silencio desde la emisión del último capítulo. Según ESPN, se encuentra "herido y decepcionado", "más allá del cabreo". Pippen habría leído correctamente el sentido narrativo del documental, construido a partir de su desacato a Krause y de su negativa a jugar durante los primeros meses de la última temporada... Pero lo habría interpretado negativamente. El documental le "golpearía" repetidamente hasta el sexto partido frente a Utah.
Si bien es cierto que The Last Dance trata a Pippen de forma favorable, también lo es que Jordan le acusa de "egoísmo" cuando a principios de la temporada 97-98 decide posponer su operación de rodilla a la vuelta del verano. Aquella decisión le relegaría de las canchas durante meses, dejando a Jordan, desde su punto de vista, solo frente al mundo. Pippen no estaría satisfecho con esta versión de los hechos.
Dennis Rodman coincide. En otra entrevista concedida a ESPN (produce el documental al fin y al cabo), Rodman define a Pippen como uno de los tres mejores jugadores de baloncesto de todos los tiempos, y defiende su decisión de enfrentarse al club por un contrato que, a juicio de todo el mundo, merecía. Las declaraciones de Rodman no entran en detalle sobre el documental, y Pippen, públicamente, aún no se ha pronunciado.
Pero lo cierto es que The Last Dance apuntala una idea de forma machacona a lo largo y ancho de los capítulos: sólo Jordan y su impulso competitivo mantenía en pie aquel equipo, aquella búsqueda incansable del sexto anillo; todos los demás, de un modo u otro, ya fuera mediante lesiones, comportamientos infantiles o mera incompetencia, fallaban. Y eso incluye a Pippen. Y a Rodman. Y a todos los demás presentes en aquella historia. Quizá por ahí se entienda mejor su resentimiento.
Qué han dicho los rivales
The Last Dance dedica largos tramos de sus capítulos a sondear la opinión de otras leyendas del baloncesto, todas ellas enfrentadas a Michael Jordan en algún punto de su carrera. La conclusión general la sintetiza Larry Bird cuando rememora los 63 puntos de Jordan en un partido de playoffs: "Era Dios disfrazado de Michael Jordan". 63 puntos que no valieron para nada, porque Boston ganó aquel partido. El partido y la serie.
La anécdota ilustra el carácter ambivalente de los rivales de Jordan en The Last Dance: quizá sean figuras de marcada influencia histórica, quizá en algún momento lograron doblegar a Jordan, quizá puedan mirarle a los ojos y considerarse sus iguales. Pero en última instancia se rinden ante él.
Una excepción a la norma la representa Gary Payton, base de Seattle y uno de los mejores defensores de todos los tiempos. Su equipo alcanzó las finales de 1996, las primeras de Jordan tras su inesperado retiro dos años antes. Tuvo un rol crucial anulando el rendimiento ofensivo de los Bulls y extendiendo las posibilidades de Seattle hasta un sexto partido. Payton se muestra ufano y orgulloso en el documental, reincidiendo en la necesidad de "cansar" a Jordan para anular sus virtudes.
Gary Payton thought he found a way to get to MJ ... Mike wasn't sweating the Glove 😂 #TheLastDance pic.twitter.com/Z8NG7qN5hW
— ESPN (@espn) May 11, 2020
Tras un breve discurso serio y profundo, la cámara corta a Jordan escuchando sus palabras. Acto seguido rompe en una sonora carcajada. Simplemente tuvo un mal día, nada más. Payton no tuvo nada que ver. "Tenía demasiadas cosas en mi cabeza". Nada humano le derrota, al fin y al cabo. El documental humilla a Payton hasta el punto de que la reacción de Jordan se ha convertido en un meme recurrente en redes sociales.
Días después, Payton resumía así su estado de ánimo tras ver el capítulo.
Ya sabes, estaba lívido. Estuve pensando en llamarle todo el rato... ¿Pero sabes qué? Es lo que esperaba de Michael porque yo habría dicho lo mismo. Yo habría dicho lo mismo. Ya me conoces. No voy a admitir nada, no voy a admitir que alguien me anuló (...) Siempre cuento que durante mi carrera, nadie me dio problemas excepto una persona, y esa persona es John Stockton. Así es el juego. No estoy enfadado con Michael porque no tuvo muchos partidos en los que alguien le anulara.
No todos los enemigos de Jordan se encontraban dentro de la cancha. Algunos ni siquiera fueron humanos. Es el caso de la célebre pizza ingerida en Salt Lake City horas antes del quinto partido frente a Utah en las finales de 1997. El rendimiento de Jordan en aquel encuentro estuvo marcado por una supuesta "gripe" ("Flu Game"). Abatido y convaleciente, el escolta habría logrado pese a todo liderar a su equipo hacia una victoria crucial.
Esa era la versión oficial. The Last Dance ofrece otro punto de vista: ansioso y hambriento durante la medianoche, Jordan pidió una pizza. Fue entregada sospechosamente por "cinco repartidores", según su entrenador personal, Tim Grover. Horas después Jordan sufría una intoxicación alimentaria que le impediría dormir durante toda la noche y la mantendría agarrado el retrete hasta el punto de cuestionar su participación en el partido.
El partido de la "gripe" se convierte así en el partido del "envenenamiento". Un pérfido seguidor de Utah Jazz (la ciudad estaba enfervorizada, según el documental) habría hecho todo lo posible por lastrar al gran Michael Jordan.
¿Fue así? Durante los últimos días han circulado toda suerte de teorías, incluyendo una "resaca" tras una intempestiva noche de juerga. La más interesante de todas coloca en el centro de la narración al hombre que supuestamente hizo la pizza. Su nombre es Craig Fite y niega que "cinco hombres" entregaran el pedido. Él mismo la elaboró y horneó, y se encargó personalmente de llevarla hasta la habitación de Jordan porque quería contemplar a la leyenda en persona. De envenenamiento, nada. Jordan y su entorno habrían fabulado la pérfida conspiración.
Y quizá otras anécdotas relatadas en el documental. Una de ellas rota en torno a Isiah Thomas, base de Detroit y líder indiscutible de un equipo desquiciante y despreciado por todos los demás. Thomas condujo a sus Bad Boys a dos títulos consecutivos (1989 y 1990), eliminando a Chicago en el camino. Jordan generó un enorme resentimiento hacia los Pistons. Su juego defensivo y físico rozaba en muchas ocasiones el límite del reglamento. Su dominio, incontestable, resultaba al mismo tiempo frustrante.
En 1991 se volvieron a enfrentar. En aquella ocasión, unos Bulls al alza sobrepasaron, al fin, a los Pistons. Durante los últimos segundos del último partido de la serie, Thomas y sus compañeros decidieron abandonar el estadio sin despedirse de Jordan y los suyos. Fue un gesto feo. La rivalidad se había exacerbado hasta aquel punto. Detroit, los chicos malos de la NBA, no sabía perder. Jordan lo interpretó como una falta de respeto.
Un año después Estados Unidos acudiría a los Juegos Olímpicos de Barcelona con el mejor equipo de baloncesto de todos los tiempos. El Dream Team aunó a las mayores estrellas de la NBA, un hecho inédito hasta entonces en la historia del olimpismo, vetado a profesionales. Isiah Thomas era indiscutiblemente uno de los dos mejores bases de la liga. Sin embargo, quedó fuera de la convocatoria. Fue privado de un oro emblemático.
¿Por qué? The Last Dance lanza la pregunta a Jordan. Su respuesta: no fui yo. La decisión llegó de arriba. ¿Fue así? Thomas atribuye su exclusión del equipo a la rivalidad personal entre ambos. Jordan muestra su "respeto" hacia el baloncesto de Thomas, pero admite su "odio" hacia su figura personal. La cuestión queda sin esclarecer. El documental apunta hacia la antipatía general que causaban los Pistons de Thomas y al "mal ambiente" que generaría entre el resto de convocados.
Hay motivos para pensar que Jordan miente. Jack McCallum, periodista y presentador de The Dream Team Tapes, reprodujo en su momento una grabación de 2011 en la que Jordan contaba algo distinto: "Rod Thorn [miembro del comité de selección olímpico] me llamó. Le dije: 'Rod, no quiero jugar si Isiah Thomas está en el equipo'. Me dio garantías. Dijo: '¿Sabes qué? Chuck Daly [el entrenador del Dream Team] tampoco quiere a Isiah. Así que Isiah no va a formar parte del equipo".
Thomas no ha querido echar más leña a un fuego que lleva ardiendo muchos años. Pero sí se ha mostrado impactado por el "odio" que Jordan declara guardarle: "Me sorprende que tenga esa clase de odio e irá. Nunca percibí algo parecido estando cerca de él. Mi hijo llevaba camisetas y zapatillas de Michael Jordan. Tienen las camisetas de los Juegos Olímpicos y de los Bulls que yo mismo les compré". En otras apariciones, ha adoptado un tono más conciliador, reafirmando su "respeto" hacia Jordan.
En parte, esto se debe al personaje labrado por Thomas tras su retirada. En más de una ocasión ha mostrado arrepentimiento por el infame episodio de 1991. Quiere caer bien, ser un tipo majo. Lo que lo pone en una posición imposible frente a los ataques de Jordan. Otros jugadores de los Pistons, como Laimbeer, tienen menos reparos en expresar que volverían a marcharse de la cancha sin saludar a los Bulls. Esta ceguera priva a The Last Dance de un equilibrio fundamental explicando aquella rivalidad, y sesga inevitablemente al espectador hacia los Bulls, deformando la historia, el legado y la valía de Detroit, poco menos que unos matones.
El ejemplo de Thomas y los Pistons resume muy bien los numerosos problemas de The Last Dance como testimonio del pasado: los hechos se moldean al gusto de la memoria de Jordan. El documental se centra en su obsesión, en su búsqueda a toda costa de la grandeza. En el camino todos los demás protagonistas quedan relegados a un mero rol antagónico (Krause, Thomas, Payton) sin motivaciones plausibles ni talento de algún tipo. Son meras caricaturas en el camino del héroe de Jordan.
Y esto, como hemos visto, se extiende a sus compañeros. Jordan se siente traicionado por todos, incapaces de perseguir un séptimo anillo. Por Krause. Por Jackson, en cierto modo, rendido a la evidencia de un equipo que no podía continuar más allá. Por Pippen y su inconsistencia en los momentos clave. Por Rodman y su comportamiento pueril. Por Kerr, Grant, Kukoč, Burrell, Longley, todos demasiado mediocres. 1998 fue el último baile porque ninguno quiso sacrificarse un año más.
El problema de esta conclusión es que traiciona a la memoria de quienes vivieron el ocaso dorado de los Bulls. De todo lo que se escribió desde entonces. En 2004, hace dieciséis años, Sam Smith abordaba el mismo relato plasmado en The Last Dance. Los complejos de Krause, su imperiosa necesidad de dar lustro a la "organización" que sostenía al equipo, la conquista del sexto anillo, la demolición de un equipo legendario. Y escribía lo siguiente:
Esto es lo que pasó: Jordan terminó quemado.
Quizá no lo recuerde de ese modo, pero tras aquel tiro ganador posado ante Utah Jazz en 1998 (y había una razón para aquella pose), Jordan contó a su círculo íntimo que no volvería a jugar nunca más. Y sí, ese es el motivo de la pose. Él sabía que aquel era su último tiro, y es el modo en el que la gente hablaba de él en aquel momento.
Ya no soportaba jugar con Scottie Pippen. Estaba furioso con él por perderse el último partido de los playoffs, como ya sucediera con el episodio de la migraña en 1990. Estaba cansado de sus lesiones, aún decepcionado porque Pippen eligiera operarse en el inicio de la pretemporada y no pudiera incorporarse al equipo hasta mitad de temporada, abandonando a Jordan con Rodman. Estaba harto de Luc Longley y todos los pases perdidos. También estaba cansado de cuidar de Rodman (...) Jordan estaba harto, cansado y quemado, tal y como sucedió en 1993. Quizá tras el locktout reconsideró las cosas. Pero eso era todo.
Imagen: GTRES