Como Ordos, en China, como la Nova Cidade de Kilamba, en Angola. Son muchos los macroproyectos urbanísticos fallidos al calor de las burbujas inmobiliarias, pero a esta lista de paraísos fantasma se le une a partir de este mes un contribuyente muy especial: la “mini Disneylandia” de Turquía.
El complejo Burj Al Babas, en la provincia de Bolu, a orillas del Mar Negro. El grupo inmobiliario Sarot decidió hace cinco años que sería una buena idea intentar venderle a la clase media-alta del golfo pérsico un resort habitacional con aspecto de cuento de hadas. 730 mansiones al estilo de los tradicionales châteaux franceses con piscinas, parques acuáticos, saunas, centros de belleza, mezquitas y, esencialmente de todo.
Costando entre 350.000 y 430.000 euros cada uno, iba a ser un negocio próspero. Creían, además, que en caso de que todo saliera mal podrían llevar adelante el proyecto sólo con vender 100 de ellas.
Habían conseguido colocar 351 de estas casas, pero, cuando todo estaba construido al 80% y necesitaban ingresar el dinero de los compradores, vieron cómo el sueño se esfumaba: los clientes, mayormente saudíes pero no sólo, se mostraron incapaces de pagar los créditos de 7.5 millones de dólares que debían darle a los constructores, y al no poder seguir financiando el proyecto se declararon en bancarrota y con una deuda total de 27 millones.
Más de la mitad de las casas está completamente construida, pero el destino de las mansiones, así como de las instalaciones aún no edificadas que iban a garantizar la vida en este resort, ha quedado en entredicho.
Como dicen los propios responsables, parece que el problema ha sido el desplome del precio del petróleo, que ha perjudicado enormemente a los bolsillos de estos árabes ricos. También pueden encontrarse razones en la tensión política latente entre Turquía y Arabia Saudi.
Pero al final los más perjudicados son los turcos. Les ha estallado la fluctuación de su moneda, y, como señalan algunos, en un país que en 16 años ha construido 10,5 millones de apartamentos pero sólo ha ocupado 8 millones de ellos, ahí donde tres de cada cuatro empresas que están quebrando se dedica a la construcción, lo peor está por llegar.
Gana también el paisajismo: puede que con la lección aprendida con el proyecto Burj Al Babas menos proyectistas se animen en el futuro a seguir deseos arquitectónicos tan estrafalarios como inviables. El lujo cutre sale caro.