¿Dónde se marca el punto de no retorno? Para un país sumergido en una sempiterna crisis económica, social y política como Venezuela las cifras pueden resultar irrelevantes. Sin embargo, hay algo psicológico en la barrera del millón, y en su caso, en la alucinante barrera del 1.000.000%: según la estimación más reciente del Fondo Monetario Internacional, es el nuevo hito que alcanzará la inflación venezolana a finales de este año. Una cifra récord en el panorama global actual.
¿Cuándo? Quizá antes de 2019, quizá después. En el fondo, el número exacto es irrelevante: el informe del IFM revela que Venezuela ya se codea con la crème de la crème de la historia de la hiperinflación. Sólo dos ejemplos históricos modernos pueden compararse a la infinita, desigual, imparable escalada de precios de Venezuela: la República de Weimer previa al ascenso del Partido Nacionalsocialista y la Zimbabue arruinada y en caída libre de finales de la pasada década.
¿Por qué? Lo intentamos explicar con algo más de detalle en esta otra ocasión: el disfuncional sistema monetario del país, fijado por el estado y con varias tasas de cambio, se ha derrumbado como un castillo de naipes durante el último año. Unido a la creciente escasez de capitales y de productos de primera necesidad, el resultado ha sido un apocalipsis económico para las poblaciones más pobres y desamparadas: el dinero cada vez vale menos, la vida cada vez más.
Un impuesto a la pobreza involuntario fruto de la completa decadencia de la economía venezolana.
¿Ejemplos? Lo saben perfectamente en Alemania o Zimbabue. Que Venezuela haya llegado hasta aquí es prácticamente una anomalía contemporánea. La primera se quedó por debajo (con un 27.000% diario, el marco valía tanto como una hoja de papel), pero la crisis asociada moldeó por décadas la mentalidad económica de sus dirigentes y propició, de forma casi inmediata, un hueco electoral sobre el que triunfó el nazismo. Sin crisis e hiperinflación Hitler lo hubiera tenido crudo.
Zimbabue es aún más exagerado. A finales de la pasada década el dinero se amontonaba en las esquinas sin ningún valor. La devaluación absoluta de su moneda provocó que la inflación se marchara al 72.000.000%, setenta veces más que el apocalipsis monetario al que se enfrenta hoy Venezuela. Fue un caso extraordinario, con buenos hombres comprando una barra de pan transportando decenas de fardos de billetes. El ejemplo de todo lo que puede ir mal.
¿Qué más? En agregado, la ecomía venezolana se ha contraído un 50% en los últimos cinco años. Es una cifra increíble si pensamos en que el país es depositario legítimo de las mayores reservas de crudo del mundo, descontada Arabia Saudí. La gestión de los recursos ha sido manifiestamente mejorable, en cualquier caso: Venezuela logró subvencionar grandes programas sociales a costa de un déficit disparado y una economía de cariz dirigista (lo que ahuyentó la inversión).
¿Y lo político? Otro problemón. Pese a que la situación se ha estabilizado y la violencia en las calles ha disminuido (hace un año el país parecía al borde de la Guerra Civil), la base electoral de Maduro sigue siendo precaria. Sus maneras autoritarias le han permitido solventar gigantescos escollos como la minoría en la cámara de representantes, pero nada le augura un esplendoroso futuro como líder por cauces estrictamente democráticos. La tensión creciente se suma a una economía muy precaria que golpea a los más débiles, y a un enconamiento político de alta volatilidad.
Imagen: Ricardo Mazalán/AP