La cura contra el coronavirus ya existe. Sí, como lo lees. Olvídate de todo lo que te hayan dicho hasta ahora los medios. Son la hidroxicloroquina y la cloroquina, los medicamentos que defendió públicamente Trump, los que tuvieron un estudio muy al principio de la pandemia en la prestigiosa publicación The Lancet asegurando que tenía efectos beneficiosos sobre los pacientes de Covid-19, como demostraba su análisis de 96.000 pacientes de los cinco continentes. ¿Por qué la OMS ha solicitado que se prohíba su uso? ¿Por qué la comunidad científica puso el grito en el cielo? ¿A qué se debe que la revista y tres de los cuatro autores del estudio se hayan retractado? Al complot mundial de las farmacéuticas, naturalmente.
El profesor Didier Raoult, la cara inversa de Bill Gates: Raoult, reputado especialista en enfermedades infecciosas que trabaja en un centro marsellés, el que llegó a ser puntualmente asesor de Macron para la pandemia y ahora un profesional que ha caído en el ostracismo, es la nueva figura de la Francia insumisa y conspiranoica. Si se le ha retirado de la vida pública es porque nada a contracorriente contra las grandes farmacéuticas.
Raoult tiene una presencia pintoresca, unos modos de hablar campechanos, sin dudar en deslizar la idea de que las críticas a su propuesta provienen de grandes fuerzas económicas, que no querrían que se extiendiese un tratamiento barato y disponible en el acto. Él se mantiene en sus trece y sigue defendiendo la viabilidad del antipalúdico pese a que las últimas investigaciones apuntaban a que, de hecho, podía aumentar el riesgo de muerte un 30%.
Ensalada de nichos: desde que a finales de mayo comenzase la lluvia de críticas a la hidroxicloroquina el apoyo al profesor Raoult no ha parado de crecer en las comunidades digitales. Le Monde ha hecho una investigación concienzuda de sus seguidores en el Facebook francófono, que cuenta con 90 páginas, algunas de ellas con hasta 470.000 miembros. El rasgo común más reconocible es el provincianismo. Son, sobre todo, franceses del sur. De Marsella, de Montpellier, de la Costa Azul. La Galia rural y de interior, la resistencia contra la burguesía urbanita de París.
Después, gente con avatares amarillos, en alusión al movimiento antiestablishment de los chalecos. También mucho seguidor del Frente Nacional y otras agrupaciones de extrema derecha, forofos del Olympique de Marsella, gente que parece identificarse como ecologista y colectivos de extrema izquierda. En cualquier caso, antimacronistas, que ven a su presidente como títere de las grandes corporaciones que no para de oprimir al pueblo.
I love u, Raoult: el médico es, así, el último apóstol de la vida por encima de los beneficios. Que Francia haya suspendido los estudios clínicos y haya prohibido la hidroxicloroquina para tratar la COVID-19 es la confirmación última de sus sospechas. La Raoultsphère difunde noticias sobre los comunicados contradictorios de la OMS acerca de la necesidad del uso de mascarillas o encuestas ciudadanas sobre los conflictos de intereses dentro de la comunidad científica. También caricaturas contra el gobierno y fotos de su héroe con mensajes sobreimpresionados que van de un “Je suis Raoult” a “Docteur Didier Raoult, solidario sin descanso”, así como incisivas frases contra el sistema que no son suyas sino de escritores del siglo XIX.
Una, otra manifestación más, que incluir en la larga lista de rechazos a las fuentes de autoridad generadas en la sociedades por el coronavirus.