Es difícil no recomendar una Raspberry Pi a un aficionado a la tecnología, y de hecho somos muchos los que guardamos una en un cajón después de haber probado con ella incontables versiones de Linux. En una de esas estaba yo cuando descubrí Kano, un sistema pensado para niños del que había leído en su día, pero al que no le había prestado atención hasta ahora que mi hijo había aprendido a leer con fluidez.
Tras montarla en la Raspberry Pi 2B que usaba antes, y probarla un par de veces con el niño, pasó lo que tenía que pasar: El sistema operativo infantil acabó en la Raspberry Pi 3B+ que tenía "para mí", y mi servidor doméstico acabó relegado al hardware más obsoleto.
Tras unas semanas de experiencia no me atrevería a decir en absoluto que tener Kano en casa pueda sustituir a recibir clases especializados en robótica y computación para niños, pero desde luego sus posibilidades son tan amplias que nos costará llegar a un punto en que decidamos que le hemos sacado todo el partido posible.
Qué tiene Kano que tanto nos encadila
Después de una financiación en Kickstarter más que exitosa hace un lustro, que obtuvo más de un millón y medio de dólares de sus patrocinadores, y unas cuantas iteraciones publicadas, Kano se ha convertido un sistema operativo completo que pueden usar niños de cualquier edad.
No solo el escritorio está adaptado a ellos, con iconos grandes y legibles y sin más texto del necesario, sino que la propia instalación y configuración del sistema se les ofrece como un juego (mientras actualizamos, por ejemplo, tenemos a un clon de Flappy Bird para amenizar la espera, algo que le hubiese agradecido a distribuciones más serias en mis gélidas jornadas en centros de datos subterráneos). Por supuesto, tampoco faltan los logros y medallas para motivarles a seguir avanzando y completar todos los desafíos.
Aunque las aplicaciones se pueden lanzar directamente, es mucho más interesante acceder al modo historia, un juego interactivo con sabor a RPG clásico japonés que transcurre en un mundo con la misma forma que nuestro hardware, donde se nos ofrecerán distintas misiones que nos llevarán a los puertos de entrada y salida, la CPU, o las bibliotecas internas.
Cada uno de esos juegos nos enseña un lenguaje de programación (por bloques tipo Scratch para hackear Pong o Minecraft, en Python para hacernos nuestro juego de la serpiente, en shell script, y más).
Cada niño es un mundo, y cada uno tendrá sus preferencias, pero en mi casa basta con oir la palabra Minecraft para que todo lo demás parezca un añadido superfluo. Y yo mismo no puedo negar que no disfruté cuando, después de encajar unas cuantas piezas de código, pude crear pequeñas casitas sobre el terreno pulsando una sola tecla.
Así, hemos echado ya bastantes tardes diseñando en papel cuadriculado objetos en dos y tres dimensiones que luego hemos trasladado a Make Art y Hack Minecraft respectivamente, descomponiéndolos en formas geométricas simples que el sistema pudiese interpretar.
De momento soy yo el que marca las pautas, pero no tengo dudas de que no pasará demasiado tiempo hasta que vuele solo. Lo más interesante es que por el camino habrá interiorizado conceptos complejos como las variables, los bucles, las órdenes condicionales, etc.
En mi experiencia, puedo decir que un niño que haya aprendido a leer recientemente, y que tenga un cierto interés por la tecnología, puede manejarse con una mínima ayuda con la programación por bloques (Hack Minecraft y Make Pong, o incluso el propio entorno de Scratch), y avanzar en otros que requieran secuencias de comandos simples, como Make Art.
Los más mayores podrán lanzarse al modo texto más puro de Snake, Terminal Quest o Make Light, y avanzar en otras áreas de la programación e incluso de la administración de sistemas, todo dentro de este mismo entorno.
Si además tenemos los kit y accesorios oficiales, todo se hará todo mucho más interesante al disponer de elementos físicos con los que interactuar: Luces LED, displays de puntos o hasta varitas mágicas. Si no los tenemos, como es mi caso, aún podemos programar para ellos y ver emulado en pantalla el resultado.
Yo no sé cuánto tiempo me quedaré atrapado en los mundos de Minecraft, pero más allá de las clases de programación tendremos un entorno de trabajo completo para pequeños estudiantes e investigadores, con aplicaciones como Libreoffice, Youtube o Wikipedia, y un control parental integrado con varios niveles de seguridad, lo cual le hace el mejor candidato a ordenador para niños que haya podido probar.
Más allá de la Raspberry tenemos Kano World, un portal en Internet donde podremos compartir nuestras creaciones, ver y editar las que han subido el resto de usuarios, hacer un seguimiento de nuestros progresos, e incluso crear desde la web nuevos diseños, en modo libre o con desafíos específicos para este apartado. La aplicación Make Art, en concreto, es accesible al completo desde cualquier navegador.
Hablando de la red, y aunque el sistema nos anime a hacerlo, compartir a Internet nuestras creacciones es totalmente opcional y podemos trabajar con los interfaces de red desactivados en todo momento. En cada uno queda la responsabilidad de darle o no al niño la capacidad de hacer y recibir comentarios, o dar un paso más allá y poder acceder con el sistema a la web o a Youtube.
Me has convencido, ¿cómo lo monto?
La manera más obvia y práctica de tener Kano es comprar uno de sus kits oficiales. Así, no solo tendrás todo listo y configurado, sino que además tendrán un hardware preparado para que ellos mismos lo instalen y manipulen, perfectamente acoplado al software que correrá sobre él (desde el modo historia, por ejemplo, se hace referencia al cable rojo de alimentación o al amarillo de vídeo).
El precio será obviamente algo más elevado que usando nuestros propios recursos, pero algunos conjuntos como el que incluye batería y pantalla táctil, a modo de tablet son más que razonables para lo que ofrecen, y teniendo en cuenta que el sistema operativo se ofrece de manera totalmente gratuita, puede ser una buena manera de hacer una aportación económica al proyecto.
Si, como era mi caso, disponéis de una placa Raspberry, una tele con HDMI, y de un teclado y ratón USB estándar, montar Kano no es ni más ni menos difícil que trabajar con cualquier distribución de Linux estándar, y nuestro trabajo se limitará básicamente a descargar y volcar una imagen sobre nuestra tarjeta MicroSD favorita, de entre 8 y 16Gb según el modelo que utilicemos.
No hace falta que esta tarjeta sea especialmente rápida, así que posiblemente podamos reutilizar cualquiera que conservemos de algún móvil antiguo.
El proceso de instalación en sí, para quién no lo conozca, no tiene nada de complicado, y está descrito (en inglés) en la web de esta distribución. Tendremos que descargar la versión apropiada de la web de Kano (eligiendo la que se adecue al modelo de Raspberry que tengamos), obteniendo un fichero ZIP que que instalaremos en la tarjeta SD a través de la aplicación balenaEtcher, sin necesidad de descomprimirlo previamente.
Cuando lancemos esta aplicación solo tendremos que indicar la ruta del fichero descargado, el de la tarjeta de destino, y pulsar su único botón, facilitándole permisos de administrador si nos lo solicita. El proceso durará unos minutos, según el adaptador y tarjeta que utilicemos.
Finalizado el proceso, únicamente nos quedará introducir la tarjeta SD en la Raspberry, echufarla a la tele o al monitor, y después a la corriente (cuidando siempre que nuestra fuente de alimentación ofrezca la potencia suficiente, para evitar cuelgues y reinicios inesperados), y en unos segundos tendremos Kano en pantalla.
El sistema se presentará a nosotros en primera persona, pidiendo que nos identifiquemos con nuestro nombre, y posteriormente con un avatar, y enseñándonos a utilizar el teclado y el ratón a través de pequeñas pruebas simples que si tenemos una cierta edad nos recordarán a cierta película (letras cayendo, perseguir un conejo blanco...).
También, nos pedirá conectarnos a Internet para crear un usuario en la web de Kano, si es que no disponemos ya de él. Este paso, si bien es aconsejable para llevar un seguimiento de nuestros progresos, es totalmente opcional.
Cabe indicar también que en un momento nos preguntará si hemos escuchado un sonido, que en el kit oficial se escucha a través de un altavoz integrado que se conecta por el puerto de audio. Si no es nuestro caso tendremos que decirle que lo hemos oído aunque no sea así, y cuando finalicemos el tutorial cambiar la salida de audio al puerto HDMI desde la configuración del sistema.
Algunas piedras en el camino
Es importante recalcar que la última versión disponible (4.2.1) está en inglés. La única versión que apareció en español (para el mercado argentino) está algo obsoleta (corresponde a la 3.9.0), no tiene traducido el sistema al completo, y no funcionará en las últimas versiones de Raspberry Pi (en concreto, en una 3B+ no conseguí que arrancara).
Así, si queremos que el niño tenga independencia a la hora de usar el sistema sin necesitar ayuda nos veremos obligados a prescindir de algunas de sus características (por ejemplo, en Hack Minecraft solo tendremos disponible uno de los tres grupos de misiones que se han desarrollado, y el entorno de trabajo será algo más incómodo), y estaremos limitados en cuanto a actualizaciones y compatibiliidad.
Mi alternativa en este sentido fue comenzar en español, hacer un recorrido completo del mapa, resolver los primeros desafíos en Hack Minecraft y Make Art y, una vez explotado el modo aventura, pasar a la última versión en inglés para ir completando las tareas de programación.
Dependiendo de la edad del menor, sus habilidades lectoras y con el idioma y la autonomía que esperemos que tenga en el uso del sistema será más conveniente una u otra opción. Según indican los desarrolladores en los foros de su web, la internacionalización de la aplicación es un proyecto en curso pero sin plazos fijados.
En todo caso, si vamos a pasar nuestro rol de padre a educador, tendremos forzosamente que saber inglés, ya que la información que ofrece el portal oficial para formadores está en este idioma. Si podemos saltar este escollo tenemos bastantes documentos y vídeos que nos pueden ir guiando para hacer de cada sesión una clase de tecnología y pensamiento lógico tan productiva como divertida.
Otro punto en contra que encontré fueron algunas ralentizaciones puntuales: Si bien en Make Pong, por ejemplo, el movimiento de bloques es rápido y cómodo, en su equivalente en Minecraft se hace muy lento y pesado arrastrarlos y colocarlos en su punto exacto incluso en la Raspberry más reciente, lo cual puede desanimar a los más pequeños.
Igualmente, aplicaciones como Google Maps se atascan a veces y tenemos que esperar a que el sistema fuerce el cierre pasado un tiempo excesivamente largo, aunque otras como Libreoffice o Youtube van estupendamente. Cualquiera que haya utilizado la Raspberry como ordenador de escritorio sabrá a lo que me refiero.
Pasado, presente, futuro
Desde el primer arranque el sistema destila amor por el hacking por los cuatro costados, y se nota que está hecho por y para entusiastas de la computación, con la usabilidad y la gamificación siempre en mente.
No creo que merezca la pena pararme a contaros las bondades de trabajar el razonamiento lógico en niños, utilicemos o no medios digitales para ello y con total independencia de si el futuro les llevará o no por esos derroteros profesionales. Sí puedo decir que de entre los recursos que he encontrado como padre, Kano me ha sorprendido por aglutinar muchos de ellos de una manera genial.
El principal punto negativo que he podido encontrar es el ya mencionado del idioma, y es que los no angloparlantes nos vemos forzados a elegir si queremos que el niño trabaje a su ritmo y con total independencia, pero con una versión más antigua, o tener en nuestra mano todas las posibilidades, pero echando una mano desde atrás con la traducción.
Por otro lado, igual que en mi infancia fueron las aventuras conversacionales y las revistas inglesas para Spectrum las que me forzaron a coger el diccionario y aprender inglés a las bravas, entornos seguros y educativos como éste pueden ser justo lo que necesite esta generación para perderle el miedo al idioma de Lovelace, Turing, Ritchie o Stallman.
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