Madrugar es una de las constantes en las agendas de los gurús de la productividad que hoy en día parecen multiplicarse en Internet. La popularidad de estas técnicas para la mejora de nuestra productividad y, según prometen muchos, incluso de nuestra salud, se ha disparado. Pero, ¿es realmente tan buena idea eso de levantarse a las cinco de la mañana?
Madrugar puede tener ventajas. Una de las principales de las que solemos oír hablar es el poder disponer de tiempo para uno mismo durante esas horas. Disfrutar de unas horas sin sentirse en la obligación de consultar la bandeja de entrada del correo electrónico puede ayudar a mucha gente a concentrarse. Y también puede evitar ansiedad a otras personas.
Madrugar puede ayudarnos también a mantener algunos hábitos saludables. Por ejemplo a ejercitarnos con regularidad o a prepararnos un desayuno variado y nutritivo.
Fijarnos una hora para madrugar puede ayudarnos también a mantener un sueño más regular. La calidad de nuestro sueño depende de muchos factores. El tiempo que durmamos es uno, pero los expertos también señalan la importancia de mantener un sueño regular.
Madrugar tiene sus ventajas, bien. Entonces, ¿caso cerrado? ¿Debemos hacer caso a los gurús y comenzar a despertarnos a las cinco de la mañana? No necesariamente. Lo cierto es que hay factores importantes a tener en cuenta. Para empezar, que madrugar también puede tener sus inconvenientes.
Si queremos despertarnos temprano también deberemos acostarnos antes para que este cambio no nos lleve a perder horas de sueño. Esto también quiere decir que tendremos que cenar antes, abandonar las pantallas antes, etc. Es decir, si queremos más tiempo por la mañana tendremos que sacrificarlo por la tarde. Los efectos derivados de este detalle son diversos.
Por ejemplo, esto puede afectar a nuestra vida social. Disfrutar de esas horas para uno mismo puede ser ventajoso, pero si es en perjuicio de tiempo con nuestras amistades y familia, podemos acabar perdiendo en salud y bienestar.
Cabe tener en cuenta que los horarios españoles tienen más que ver con la geografía que con el huso horario centroeuropeo. Es decir, como aquí anochece y amanece más tarde, tendemos a vivir con una hora “de retraso”. A veces más.
Esto tiene otro efecto además del social: dependiendo de nuestra ubicación y la época del año, podemos acabar perdiendo horas de luz solar, una luz que no solo nos viene bien para ajustar nuestros ritmos diarios, también es necesaria para que nuestro cuerpo sintetice la vitamina D.
Cada cuerpo, un mundo
El problema de todo esto es que no está en nuestra mano ponderar ventajas y desventajas y, simplemente, elegir qué nos compensa. La culpa es de eso que llamamos cronotipos. Cada persona tiene un cronotipo popio, un reloj biológico con características singulares.
No se trata, además de una clasificación dual entre gente propensa a madrugar y quienes pueden aprovechar mejor las noches sino, más probablemente, un espectro. Dentro de este espectro, pueden encontrarse también casos extremos de gente con horarios poco comunes.
Independientemente de poder ser afectado por factores externos, nuestro reloj interno está fuertemente influido por nuestra genética. Cambiarlo es, por tanto, una lucha contra nuestro propio cuerpo y, consecuentemente, podría resultar en más problemas que beneficios, tanto desde el punto de vista de la productividad como desde el de la salud.
Aún así existen estrategias para que quien quiera madrugar pueda hacerlo con mayor facilidad. Ejemplo de ello es un estudio publicado en 2022 en la revista Nature Communications, en el que se señalaba que la clave para ello se fundamentaba en tres factores: sueño, ejercicio y desayuno.
Esto es, si queremos madrugar con más facilidad, lo mejor es que nos aseguremos de dormir las horas que nuestro cuerpo requiera, hacer ejercicio con regularidad y asegurarnos un desayuno nutritivo, rico en carbohidratos complejos pero bajo en azúcares, señalaba el equipo responsable del estudio.
La ciencia del sueño es compleja y raras veces pueden extraerse de ella consejos generalizables a toda la población. Tanto las horas de sueño que necesitamos como el momento del día en el que podamos aprovechar mejor las horas de vigilia dependen de diversos factores que van más allá de la genética.
Por ejemplo nuestro ritmo puede estar marcado por nuestros horarios laborales o nuestros quehaceres cotidianos, vida social, etc. Russell Foster, director del Instituto del Sueño y Neurociencia Circadiana en la Universidad de Oxford, recordaba consultado por The Guardian que no todo el mundo puede permitirse semejantes cambios en sus ritmos cotidianos.
Se puede intuir aquí una relación inversa en la relación de causalidad: no vamos a tener más dinero por despertarnos antes, pero si tenemos más recursos económicos, podemos dedicar más tiempo de nuestras vidas a experimentar con estos cambios.
En Xataka | En 1938 dos científicos se encerraron en una cueva con un objetivo: crear días de 28 horas
Imagen | Miriam Alonso
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